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Minuteros

Exposición / Photomuseum - Museo Vasco de Fotografía / Villa Manuela - San Ignacio, 11 / Zarautz, Guipúzcoa, España
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Cuándo:
08 ene de 2013 - 17 feb de 2013

Inauguración:
08 ene de 2013

Organizada por:
Photomuseum - Museo Vasco de Fotografía
Etiquetas
Fotografía  Fotografía en Guipúzcoa 

       


Descripción de la Exposición

 Así se llamaba a un grupo de fotógrafos ambulantes que utilizaban una voluminosa cámara de madera, un cajón con un laboratorio portátil en su interior. Retrataban al aire libre y, tras un breve ritual, entregaban la foto revelada, fijada y lavada a sus clientes.

 

Fue un fenómeno universal y popular. Realizaban sencillas fotografías en blanco y negro sin pretensiones artísticas pero tuvieron el mérito de hacer llegar la fotografía hasta las poblaciones más apartadas y, también, de ser asequibles a un mayor número de bolsillos por sus módicos precios.

 

A partir de la década de 1960 su presencia en las calles se fue reduciendo hasta su casi desaparición.

 

No se ha prestado mucha atención a esta faceta fotográfica. Son rarísimos los centros documentales que guardan en sus fondos las fotografías de estos fotógrafos, por lo que los álbumes familiares se han convertido en archivos, a pequeña escala, de estos singulares retratos.

 

INICIOS DE LA FOTOGRAFÍA MINUTERA

 

Hubo precedentes de sistemas de revelado rápido para ferias, fiestas y mercados desde finales del siglo XIX como la máquina L´ELECTRA o, más tarde, la máquina berlinesa CANNON que realizaba retratos en forma de medallón sobre ferrotipo.

 

Será en 1913 cuando aparecen unos anuncios en la revistas ilustradas y en la prensa que bajo el titular de gane mucho dinero presentan la máquina MANDEL. Era una máquina fotográfica de fácil manejo que en un minuto realizaba retratos hechos directamente sobre tarjetas postales, sin placas negativas ni películas. Esta cámara sería el instrumento de trabajo y el inicio de una nueva tipología de fotógrafos ambulantes, los minuteros.

 

Básicamente era un cajón, una cámara oscura con un objetivo que en su interior contenía los recipientes para el revelador y fijador. Era un laboratorio ambulante para blanco y negro donde se obtenía un negativo sobre papel que volvía a ser fotografiado para conseguir el positivo.

 

Estas máquinas tuvieron mucho éxito. Eran prácticas, fáciles de transportar y de utilización sencilla, de tal forma que los fotógrafos minuteros aparecieron y se multiplicaron rápidamente. Muchos de ellos imitaron el sistema y se construyeron sus propias máquinas de forma artesanal.

 

Tras unos años iniciales con materiales importados, el empresario barcelonés Rafael Garriga fabricó una serie de productos específicamente dirigidos a este tipo de fotografía, como postales, reveladores, secantes y marcos. También publicó un pequeño libro titulado Manual del minutero en el que se describe la cámara y se dan consejos para su buena utilización. Hubo también empresas barcelonesas que fabricaron cámaras `al minuto´ como Caldes Arús, Mampel y Carceller.

 

DESCRIPCIÓN DE LA CÁMARA AL MINUTO

 

Garriga, en su manual, describe la cámara fabricada en Barcelona por V. Caldes Arús en la década de 1920. Era una caja de madera barnizada por fuera y ennegrecida por dentro, de 24 x 24 x 24 cm. Tenía al frente unas guías para el desplazamiento del fuelle y el objetivo. En el interior había dos cubetas para el revelador y fijador y también un vidrio esmerilado en un chasis para enfocar y colocar la postal en la posición adecuada y en el plano debido. Ese chasis podía girar 90 grados en sentido vertical u horizontal. En la cara de la derecha tenía un almacén para 100 postales y en la otra cara una ventanilla con un vidrio rojo para controlar el revelado. Pesaba cuatro kilogramos e iba siempre sobre un trípode. Llevaba también un brazo articulado para reproducir la postal negativa, un pequeño visor para observar el proceso de revelado y el manguito, que evitaba que entrara luz por el agujero por donde enfocaba y manipulaba la tarjeta postal en el interior de la cámara.

 

Las máquinas se podían abrir por la parte superior o trasera con ayuda de bisagras para introducir los líquidos en las cubetas, colocar las postales y limpiar la cámara.

 

Ésta, de la firma Caldes Arús, podía ser una cámara estandar, pero la realidad es que la mayoría de los fotógrafos utilizaban máquinas de fabricación artesanal copiadas de otras y adaptadas según voluntad o necesidades del fotógrafo. Muchas no tenían obturador, por lo que el tiempo de exposición se controlaba con la práctica.

 

PAPELES Y LÍQUIDOS

 

El tamaño tarjeta postal era el papel utilizado habitualmente. Medía 13'7 x 8´8 cm pero era frecuente, sobre todo en la posguerra, hacer las copias en tamaño media tarjeta, 7 x 9 cm, incluso de un cuarto de tarjeta.

 

Las postales debían cumplir varios requisitos. Debían tener gran sensibilidad, también gran latitud (que las variaciones de exposición no influyera mucho en el resultado), que no amarillearan (el minutero debía trabajar a temperatura ambiente y en invierno tenía los líquidos a temperaturas muy bajas) y, además, la gelatina de la postal debía resistir los efectos del calor.

 

Los reveladores más adaptados para el trabajo de los Minuteros eran los de Metol-Hidroquinona, porque eran enérgicos, revelaban bien en verano e invierno y su conservación era duradera.

 

Estas primeras máquinas minuteras no tenían cubeta para agua en su interior, por lo que había que escurrir bien las postales después de revelarlas, antes de pasar al fijador, para no alterar la eficacia de éste. Luego había que lavarlas en un cubo o recipiente que colgaba del trípode. Las fotografías, en general, no se lavaban bien, por lo que con frecuencia, pasado el tiempo, salían manchas y velos amarillos.

 

Algunos fotógrafos presentaban sus retratos con enmascaramientos. Los había de un corazón que incluía a los retratados; también los había en forma de óvalo o formas geométricas a modo de cenefa. Otros fotógrafos enmarcaban sus fotografías con unos marquitos de papel preparados y comercializados para la fotografía minutera.

 

LOS DECORADOS

 

Muchos minuteros, mayormente los que trabajaban en fiestas y ferias, usaban decorados pintados como fondo de la fotografía. Eran telones enrollables que se fijaban a una estructura desmontable. Había innumerables motivos. Los había de monumentos de fama mundial como la torre Eiffel, las pirámides de Egipto, La Alhambra, el puente veneciano de Rialto, etc. Había representados monumentos más locales, como el Alderdi Eder, el casino de San Sebastián o el Puente Colgante de Portugalete, etc. Había telones con palacios y jardines idílicos; con aviones de todo tipo, más imaginarios que reales; con barcos trasatlánticos, cañoneros y veleros; con el Plus Ultra rememorando la exitosa travesía transoceánica; con combates navales y aéreos en los años de la segunda guerra mundial y con personajes pintados con trajes típicos, toreros o bailaores, a los que dejaban un hueco en la cara o les faltaba la cabeza para que el cliente introdujera la suya.

 

Estos telones se confeccionaban de forma artesanal, aunque también hubo empresas que los comercializaron, como los fondos fotográficos Radiator, de la empresa Jordi & Imbert, de Barcelona. Los había reversibles, con un motivo distinto pintado en cada lado, otros que llevaban más de un decorado y los montaban uno junto al otro. En algunas ciudades se aprovechaba algún monumento del lugar como fondo.

 

Muchos atraían a los niños y a la clientela con un caballito de cartón piedra. Sería uno de los elementos del atrezzo más recurrentes, que lo complementaban con vestidos de flamenca, ponchos, chalecos, sombreros charros o vaqueros, pistolas, rifles, etc.

 

LOS MINUTEROS Y SUS PROCEDIMIENTOS

 

Se colocaban en un lugar visible con su bata, junto a su gran cámara de madera sobre trípode. Parejas de novios, quintos de la mili, niñeras, visitantes y público en general observaban los retratos que, a modo de escaparate, colgaban a los lados de la máquina. Seguían curiosos las maniobras y trajín del fotógrafo, que, como a escondidas, con el brazo introducido por el manguito negro, sacaba de la nada, por arte de magia, el retrato de los que habían posado.

 

Colocaban la cámara en un lugar adecuado por sus condiciones de luz. Esta posición la variaban según avanzaba el día y la posición del sol. El fotógrafo indicaba al cliente dónde ponerse. Siempre era una distancia prefijada con respecto a la cámara, junto al telón pintado. A veces, previamente, les había ofrecido un peine para arreglarse el pelo ante un espejo que algunas máquinas llevaban pegado o adosado a un lado.

 

Una vez situado el cliente, el fotógrafo lo enfocaba mirando a través del cristal esmerilado colocado ante el objetivo. Ponía una postal sin sensibilizar detrás del cristal y a continuación le requería su atención y exigía quietud absoluta. Era corriente oírles decir ¡Mire al pajarito!, ¡Mire aquí, que va a salir un pajarito! y frases similares. Quitaba la tapa al objetivo y contaba mentalmente el tiempo calculado para captar la imagen, según las condiciones de luz del momento.

 

Iniciaba el proceso de revelado introduciendo por el manguito la mano en el cajón y realizando, con los tiempos conocidos por la experiencia, los pasos de revelado y fijado necesarios para la obtención de un negativo. Vigilaba por la mirilla la aparición de la imagen latente en la postal y una vez introducida al fijador, podía sacarla de la cámara y lavarla en el agua que siempre portaba en un cubo. Había conseguido un retrato en negativo.

 

La siguiente operación consistía en lograr el positivo, el retrato que entregaría al cliente. Para ello alargaba el brazo extensible delante del objetivo, donde colocaba la postal en negativo a la que sacaba una fotografía. Tras repetir el proceso de revelado y fijado conseguía el retrato en positivo. Lavaba la copia y la secaba con un trapo. Esta era entregada al cliente, todavía húmeda, por lo que era frecuente que las huellas dactilares quedaran perennemente sobre los retratos de los poco cuidadosos.

 

Normalmente las copias se vendían de dos en dos. Eran fotografías de una calidad inferior a la de los estudios, con una menor trasmisión de grises y menor definición. No podían captar el movimiento porque la exposición era de varios segundos por lo que esa quietud obligada de los retratados quedaba reflejada en un rictus algo forzado o, cuando menos, expectante.

 

Un detalle curioso y característico en los fotógrafos minuteros era la coloración marrón de sus dedos que se producía por la manipulación de los líquidos y su exposición a la luz solar.

 

PROTESTAS DE LOS FOTÓGRAFOS DE GALERÍA

 

La presencia de los minuteros en la calle no era del agrado de todos. Los fotógrafos con estudio no veían con muy buenos ojos esta actividad a la que consideraban competencia desleal.

 

No pasaron muchos años desde la aparición de estos profesionales hasta que surgieron las quejas. En 1920 la Unió fotográfica de Barcelona solicitó al Ayuntamiento que retirara a los minuteros de las calles de la ciudad porque suponían una competencia desleal para los retratistas profesionales. También Willy Koch, presidente de la Asociación de Fotógrafos Profesionales de Guipúzcoa, dirigió una carta, el 12 de febrero de 1925, al Ayuntamiento de Donostia, en términos muy duros, menospreciando la forma de retratar de los minuteros.

 

Aunque muchos de los fotógrafos minuteros iban por libre y no formaban parte de ningún colectivo que velara por sus intereses, la realidad diaria hizo que, sobre todo en las ciudades, vieran la necesidad de unirse y asociarse para defenderse de movimientos que procuraban retirarles de las calles. En Barcelona, desde 1928 al menos, existía la Sociedad de Fotógrafos Minuteros.

 

LA POSGUERRA

 

Después de la guerra civil, la precariedad laboral, la escasez y los bajos sueldos dispararon el pluriempleo. Se multiplicó el número de fotógrafos callejeros de las ciudades. Había dificultades para conseguir materiales fotográficos, las cámaras no se renovaban y se utilizaban viejas cámaras llenas de remiendos, cámaras de segunda mano o reconstruidas con las piezas de otras inservibles.

 

Los Ayuntamientos vieron la necesidad de un reglamento para ellos y propusieron el encuadramiento de estos fotógrafos en el Sindicato Provincial del papel, Prensa y Artes Gráficas.

 

Los fotógrafos callejeros de la posguerra fueron clasificados en tres grupos: los minuteros, los de ceremonia y los ambulantes. Sobre los minuteros sólo diremos que en Madrid, en 1949, había unos 300 profesionales. El de ceremonia utilizaba cámaras convencionales, con cliché de celuloide, y se dedicaba a las bodas, banquetes y bautizos. Por último, los ambulantes, que eran unos 500 en Madrid, también llamados leiqueros o leiquistas que utilizaban una cámara Leica o similar, de 35 mm. Fueron competencia directa de los minuteros y abordaban a sus potenciales clientes en las calles, a los que sacaban la fotografía, pedían su dirección y al día siguiente les presentaban la copia.

 

LOS FOTÓGRAFOS

 

Los fotógrafos minuteros no podían mantenerse únicamente de la fotografía en poblaciones pequeñas, por lo que en invierno se dedicaban a otros quehaceres. Entrada la primavera y, sobre todo, en época estival, durante meses recorrían carreteras, caminos carretiles y veredas para llegar a cualquier punto donde una fiesta, romería o feria le ofreciera la posibilidad de sacarse un dinero, que, según las circunstancias, podía ser sustancioso.

 

Se valían de algunas guías muy útiles como La guía del feriante (1940) que ofrecían información detallada de pueblos y ciudades, habitantes, distancias a la estación de ferrocarril más próxima, fechas de sus fiestas patronales y ferias, por provincias y pueblo a pueblo.

 

En los años 40 y 50 la presencia de los fotógrafos leiqueros en las calles supuso una fuerte competencia para ellos, incluso muchos minuteros se hicieron leiqueros. La Leica, con su cliché de 35 mm, era la herramienta de este nuevo grupo de profesionales, aunque no todos usaban Leicas; muchos utilizaban otras máquinas de 35 mm como la Baldina, la Retinete, Balde, Weldi, etc.

 

Los fotógrafos necesitaban permiso de la autoridad para ejercer este oficio al aire libre. Había que sacar cédulas o patentes en Hacienda, pedir permisos al Ayuntamiento y en Gobernación e, incluso, en caso de ejercer en playas, se necesitaba el permiso de la Comandancia de Marina.

 

El acceso del gran público al mundo fotográfico, con la mayor oferta y abaratamiento de materiales, repercutió directamente en los minuteros. A partir de los años 60, fue reduciéndose paulatinamente el número de ellos, disminución que se generalizó en los 70 y que llevó a la casi desaparición de esta profesión.

 

PASARON POR DURANGO

 

El espacio festivo durangués era la plaza de Ezkurdi. Allí se montaban las barracas, se celebraban los bailes y se colocaban los feriantes con sus atracciones y puestos de venta, entre los que nunca faltaban los fotógrafos minuteros.

 

Hay dos fotógrafos a los que queremos mencionar por la relación que tuvieron con Durango. Son Servando Juez Reyes y Miguel Ruiz Rueda, ambos minuteros que recorrieron las fiestas, ferias y romerías del Duranguesado en un periplo que repetían año tras año.

 

Servando Juez Reyes

 

Servando Juez (Gumiel de Hizán (Burgos) 1896 - Ermua 1973). Se trasladó a Eibar con 16 años, donde trabajó como carpintero en la empresa Acha de la calle Estación.

 

Se inició en la fotografía hacia 1914 y trabajó para el conocido fotógrafo eibarrés Indalecio Ojanguren. Construyó su primera cámara minutera en 1919 y desde entonces se dedicó a esta profesión.

 

En septiembre de 1936, durante la guerra civil, y ante el avance del ejército franquista se refugió con su esposa y tres hijos en Durango donde continuó dedicándose a la fotografía ambulante, hasta que la ofensiva del general Mola, de abril de 1937, le hizo evacuar de nuevo, esta vez hacia Cantabria, a Ramales de la Victoria, de donde era originaria su esposa.

 

Apenas hay datos de esa estancia en Durango, pero los informes del alcalde, enviados a su homólogo de Ramales de la Victoria, le señalaban como simpatizante del partido socialista y del Frente Popular, por lo que se le consideró desafecto al Glorioso Movimiento Nacional.

 

Servando volvió a Eibar y continuó con su trabajo de minutero. Según comentaba en una entrevista que le hizo la revista Eibar (1968), solía llevar a la fiesta del santuario de Urkiola, en San Antonios, unas 600 tarjetas. En Eibar se colocaba en la plaza de Unzaga y en fiestas de San Juan instalaba telones pintados para realizar sus fotografías.

 

Comentaba que había recorrido casi en su totalidad Gipuzkoa, Bizkaia, Santander y gran parte de Burgos y Álava.

 

Miguel Ruiz Rueda

 

Este fotógrafo minutero (San Vicente de Toranzo (Cantabria) 1904 - Caspe (Zaragoza) 1979), fue asiduo de las fiestas de los pueblos del País Vasco y, por supuesto, del Duranguesado

 

Miguel se trasladó a Caspe con 11 años acompañando a un tío suyo. En invierno hacían barquillos y en verano helados.

 

En el año 1928 aprendió el oficio de fotógrafo con José Freja Guardia (Caspe 1889-Zaragoza 1954). Su primera cámara minutera se la fabricó un artesano barcelonés de la calle del Carmen, de nombre Esteban. Ahí comenzó su dura profesión, ausentándose durante meses por las comarcas aragonesas, Cataluña, País Vasco, Cantabria y Asturias. Normalmente viajaba en tren con su cámara, caballito y decorados. En 1949 montó un estudio en Caspe, en la plaza Mayor, bajo la firma comercial de Fotos Ruiz, pero siguió con su actividad de minutero hasta 1972, al menos.

 

En una entrevista al periódico Heraldo de Aragón, titulada Medio siglo de 'Minutero' (junio 1969) decía que siempre viajaba con un caballito de cartón y que había recorrido España varias veces a excepción de Andalucía. Recordaba que en sus inicios cobraba una peseta por dos fotografías y, en las fechas de la entrevista, veinte pesetas por dos retratos, aunque advertía que otros minuteros cobraban treinta pesetas. También decía que antes se juntaban unos veinticinco o treinta minuteros en cada feria y que en esos momentos casi se encontraba sólo. Así concluye la entrevista: Ahora mismo - dice, nostálgico - estaría en Durango.

 

LA FOTOGRAFÍA MINUTERA EN LA ACTUALIDAD

 

La profesión de fotógrafo minutero perdura de una forma simbólica. Los clientes ven a los actuales minuteros como un oficio del pasado y posan ante la cámara para guardar un recuerdo de las fiestas o lugares turísticos en que se encuentran.

 

Ángel Román Allas

 

El último minutero en España, el único que desde 1942 sigue con su cámara minutera, es el segoviano Ángel Román Allas, que en julio de 2012 ha cumplido 85 años.

 

En abril de 2008 le vimos llegar con su cámara al hombro a su lugar habitual de trabajo, donde hay una placa en honor suyo, El Rincón del Minutero, junto a la estatua del comunero Juan Bravo, en Segovia. Colocó la máquina con su trípode y cogió agua, en un pequeño balde, de la cercana fuente de la plazuela. A continuación, sacó dos decorados sobre madera de un portal cercano y los puso cuidadosamente junto a la pared atándolos con cordeles. Los dos decorados representaban sendas parejas con trajes regionales a las que faltaban sus cabezas. Abrió su cámara y vertió los líquidos, que los traía preparados, en sus cubetas. Todo estaba dispuesto.

 

El 28 de marzo de 2010 recibió un sencillo homenaje dentro de las jornadas de SEGOVIAFOTO.

 

Hemos conocido en los últimos años a más minuteros. En Santander, en los jardines de Piquío, retrataba Mariano García Fernandez, de 84 años (en 2008), antiguo minutero en la década de 1940 que, en el 2000, retomó su vetusta cámara. Otros, más jóvenes, han elegido esta profesión y han sentado sus reales en Madrid como Pascual Miralles, Claudia Meza y Enrique Peña. Este último cubre también importantes fiestas como las de Bilbao, Pamplona o Vitoria. También, con años de vuelo, fotografía por Galicia y Asturias Santiago Nicolás Nuñez.

 


Imágenes de la Exposición
Minuteros

Entrada actualizada el el 26 may de 2016

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