Tres pintores de la misma generación -una amplia y esplendida generación de artistas de posguerra- forman esta íntima exposición de la galería Juan Gris. Los tres tuvieron una vida demasiado corta y finalizaron su obra cuando se encontraban en su sólida madurez artística. Son estéticamente muy diferentes, pero tenían en común la grandeza y la entrega a la singularidad de sus obras. Dos de ellos -Mompó y Sempere- padecieron la dura prueba de pasar sus últimos años doblegados por la enfermedad, dependiendo de la silla de ruedas.

La arpillera -maltratada, manchada, rasgada- cobró en manos de Millares una fuerza única. Había como un afán aniquilador para luego alzar un nuevo e inquietante estado en la materia. Las pinturas sobre papel eran indagaciones donde desarrollaba su gestualidad tan personal.

“Manuel Mompó -escribió Luís Gordillo- tuvo siempre ... un espacio específico, un lugar propio, conquistado por los méritos de su talento, dentro de la pintura contemporánea. Cuando casi toda su generación dramatizaba en sus obras por motivos políticos y sociales, él siguió un camino completamente opuesto, muy personal, en el que supo encontrar una veta muy profunda, muy poética, buscada en un territorio situado al ras del ser humano. Esa es quizás su característica más peculiar.”

El trabajo de Sempere era silencioso y casi secreto, como de ermitaño del arte. Con las pinturas y los gouaches buscó la creación de un alfabeto artístico propio. A través de estas obras y de los relieves fijó las bases de su lenguaje y de todas las preocupaciones posteriores. Sempere definió progresivamente su trabajo dentro del ámbito genérico de la llamada abstracción geométrica y más concretamente dentro del movimiento óptico-cinético.