Descripción de la Exposición
El sueño siempre parecía seguro de sí mismo, me envolvía y me engañaba en falsa seguridad. La espera de noticias, al sur de mis pasos, ponía calzado humano a mis pies inquietos. Que no suene el teléfono hasta que haya luz para poder pintar, para iniciar sin velas el fugaz paso inicial. Hasta que a las cinco de la mañana, con increíble exactitud la angustia se anunciaba prendida de frío y desvelo. Primero los pies, la espalda, el estómago hasta llegar a mi mente. Despertaban mis miedos con un delirio de huida anunciada por encima de tablones, lienzos y abismos. La vida, paso a paso, haciéndose más pequeña y vacía, como una serie de cuadros repetidos, idénticos y minúsculos. El tiempo, mi tiempo, se detenía con la llegada del frío como la gota entra poco a poco en una vena lejana de un cuerpo unido a mi mismo por la sangre. De paso, vena, gota grano a grano, el tiempo, mis manos y yo estamos de paso.
En esas idas y vueltas a la altura de mi ventana, a la altura de una noche-manto sobre un parque frontal y negro, en esas noches casi choco con ella, arrastrada al conocido abismo ya sin lienzos a los que asirse. Salió de mi duermevela con una luz que emanaba de sus ojos. Por lo menos notaba que el suelo sobre el que volcar color y líneas era más firme. Su rostro volvía en cuanto que la oscuridad cedía un poco. Juntaba la duermevela con una calle o una plaza. Con árboles sin ojos, o alrededor de los cuales sigue el caminante, yo, su paso con desarraigo en una tierra sentida ahora como demasiado al norte.
A veces, a ella, era difícil distinguirla. Me atrapaba con manos azules o unos guantes azules, quizás, y estaba lejos de mi vacío. Estaba mirando las copas desnudas de los árboles. Lejos de los recuerdos compartidos, miradas y sueños. Yo estaba inquieto, recuerdo bien, mientras ella bailaba ahora sí por entre los bancos y las papeleras de la plaza vacía. En cada salto, con sus manos o guantes vacíos, recogía hojas caídas y secas. Las introducía con cuidado en el bolsillo que había brotado, de mi camiseta de pintar palabras. Un reloj cercano daba las cinco otra vez y ella dejaba de girar, ella dejó de girar. Se sacudía las manos y los guantes, previniendo que ninguna palabra le quedase atrapada en sus dedos, se apartaba un poco la melena, sonreía y corriendo desandaba el camino de tablones que le introducirían de nuevo en ese pasado que me tenía enredado como hiedra joven.
De nuevo las miradas desordenadas a los periódicos, los cafés rápidos, los cientos de mensajes que atraviesan montañas, pasos y cordilleras, las dudas al abrir el buzón de correos y más miradas al hombre que silencioso camina al lado de mi ventana de pintar, al hombre que seré yo. En duermevela mi cuerpo llegaba a la misma plaza, pero esta vez con luz y sin árboles, ni bancos, solo colores planos y líneas muy rectas. El suelo no era de piedra, sino que era de cristal limpio y trasparente, se veía una biblioteca llena de libros. Pugnaba por caer y me metía dentro. Miraba los anaqueles y bastó con coger dos o tres libros de pintores antiguos, pero todos estaban en blanco. Arrojé con tanta fuerza los libros al suelo que abrí una brecha por donde se colaron mis palabras en una presentida huida. Tus cielos, cabeza y tu caminante ( yo mismo), se rodearán del miedo a la pérdida, se rodearán de geometrías perfectas y la certeza que el inicial paso se deshelará entre la ceniza aún caliente de horno y verano del sur, ceniza que al sentir la tenue brisa soplada por los que se van anticipan la última huida. Huida sentida como rastro de la fiel presencia de un animal que no entiende que ya no.
Una huida animal que anteceda un anuncio con una dura caída, un animal que en su hocico tiene lágrimas y la misma ceniza que hoy envuelve el lienzo, la ceniza procedente de la caja y de un refugio sin la presencia de la risa de ella. Ahora la geometría persigue mi instinto, también animal. Sigue la inquebrantable fidelidad de lo que siento y lo que ya no tengo. Necesito que llueva, me sorprendo gritando, aunque sean trazos, líneas y acrílicos. Necesito que llueva para que todo el líquido de mi yo caminante fluya. De mi instinto animal ya solo queda la costumbre de vagar "a niundes". Hacía calor, era junio, cayó el émbolo, respirar, expirar, respirar, expirar, ya no. Tú ya no estás en mi vida. O sí, pero solo atrapada entre colores y rectas. Las mías.
Xuan Carlos Crespos Lanchas
Exposición. 12 nov de 2024 - 09 feb de 2025 / Museo Nacional Thyssen-Bornemisza / Madrid, España