El cuerpo humano es captado en la obra de Miguel Angel González en el punto álgido del movimiento y de la máxima expresividad. Las figuras escapan de su propio entorno rompiéndolo con violencia y rabia. Se produce una explosión de forma y gesto que, mezclada con una tensa sensación de angustia y de opresión, nos abre el espacio escultórico y consigue dirigir el producto artístico hacia otra dimensión y otra realidad. Esta voluntad de actuar sobre los materiales y concretar este sentido humano a cada escultura hacen que, pese a la agresividad y tensión que se puede observar en una primera vista, la atmósfera que se respire dentro del conjunto unitario de la exposición sea dócil y poética.