Hace tiempo me contaba Michèle Lehmann que había descubierto por azar un pequeño libro de un escritor francés para ella desconocido -uno de tantos escritores que pasan en silencio por la vida- en el que, con brevedad, hablaba sobre las sensaciones que nos asaltan a partir de la observación diaria de las cosas más sencillas.

Como si de un hallazgo se tratase, esta forma tan simple de gozar con lo que nos rodea lograba transportarla a ese momento de quietud que adelanta la vida serena, cuyo deleite consiste en disfrutar lentamente del milagro de un nuevo día.

Así pinta Michèle, sin prisa por acabar y atenta a los más íntimos sentimientos que nos acompañan a lo largo de la vida. Ha sido capaz de expresar soledad, amor, compañía, silencio; ha sentido la necesidad ... de hacer creer al espectador su condición como ser humano que busca siempre algo más, un camino de esperanza. El tiempo transcurre sereno, envuelto por un dibujo cálido siempre presente y mecido por el color y la veladura, el color que se convierte con maestría en algo casi incorpóreo.

Fijémonos bien en el trabajo de Michèle Lehmann, porque el observador curioso que sepa apreciar el regalo que cada mañana supone sentirse compañero de todo aquello que nos rodea, adivinará en su pintura el secreto de lo cotidiano, que no es más que la esencia misma de nuestra vida.

Benito Alvariño

Galería Arboreda