La noción de la existencia de algo que nos vincula íntimamente con el universo que nos rodea, es intrínseca al ser humano. El infinito nos resulta inaprensible, lo cual explica nuestra fascinación por conocer el origen de las cosas y de nosotros mismos. Esta inquietud es motor de Antonella Arismendi quien explora, a través de su obra, la forma en la que la persona se conecta no sólo con el infinito circundante, sino también con su propia esencia.

Si, como propuso Platón, el creador del universo tomó parte de la mezcla con la que obtuvo el alma del cosmos, y con ella consiguió otra de menor pureza de la cual nació el hombre; quizás, el abismo que separa el esoterismo del universo de nuestro devenir cotidiano, es determinado por lo impuro de nuestra naturaleza.

... style='margin-bottom:0cm;margin-bottom:.0001pt;text-align: justify;text-indent:1.0cm;line-height:normal;background:white'>Sin embargo, existen lugares en los que esta conexión resulta inevitable y que se imponen sobre nuestra propia presencia, obligándonos a cuestionarla. Esto ocurre en los domos de Teufelsberg en Berlín, donde Arismendi documentó su visita, y cuyo registro excede al dispositivo de captura emulando la percepción propia de la artista. La mera descripción es desplazada por un relato en primera persona, en un lugar donde el abismo que amenazaba con separarla del universo, se diluye.

Ahora abandonada, esta base de espionaje fue una de las más importantes durante la Guerra Fría. Edificada sobre los escombros de un pasado nazi, la energía propia del lugar, apenas puede ser contenida por los confines de su estructura. Las paredes de los domos, viejos testigos y partícipes de la historia, amplifican cada sonido. Los pasos y las voces lejanas de los visitantes vibran con una fuerza abrumadora. Todo aquello que parecía inaprensible, está del otro lado de una única abertura que, como un portal hacia otra dimensión, invita a ser atravesada.