Descripción de la Exposición Los antiguos, en el momento de la muerte, colocaban un espejo junto a los labios del cuerpo agonizante. La exhalación reflejada en la superficie de ese espejo era la confirmación de si el tránsito hacia otra vida se había consumado o no. El último aliento como un registro de la fugacidad de la vida, una débil emanación como triunfo de la muerte. En ese lapso de tiempo indeferenciado entre la vida y la muerte, justo en el momento indeterminado, sin límite, entre ser y dejar de ser, el vaho registraba una forma ectoplasmática. Una condensación colágena que después de materializarse se desvanecía poco a poco. Siempre he pensado que las imágenes con las que trabaja Carlos Rivero se mueven entre ese en un abrir y cerrar de ojos. Imágenes aparentemente cerradas pero que, in ictu oculi, se revelan cambiantes. La realidad es una construcción, ya lo sabemos, y que ésta supera a la ficción, también. Entonces más ficción. Y Carlos le echa aún más ficción, convirtiendo la telergia en pintura. Esa imagen, ya banal por multiplicación e hipertrofia, se desvela como extraña. La caducidad de lo visual no hace sino reducir la imagen a la categoría de residuo, pero excrecencia con vida propia. Debajo de su superficie se ocultan agazapadas muchas más. Decrepitud que hace asomar otras vidas latentes, acumuladas como capas geológicas, que se manifiestan extrañamente siniestras y familiarmente reconocibles. Su representación es el producto del crecimiento incontrolado de ese extrañamiento, de ese unheimlich que aflora en forma corpórea, con toda la naturalidad que otorga la pintura. Difuminado el límite entre el sueño y la realidad, entre la aparición y la desaparición, se ensancha el espacio posible para la visión de un acontecimiento: la alegoría. De manera contenida y teatral, Carlos Rivero reúne en esta herrumbrosa colección de bodegones su evocación de la temporalidad y la soberbia humanas. Estas naturalezas más que muertas, vanitas de floras inexistentes, no sólo esconden una historia moral. Debajo de la ilusoria imagen manierista, aparte de la aspereza de la pasta pictórica, se revuelve un complejo mundo de imágenes e ideas. Bajo la apariencia de simples floreros regurgita no sólo una corriente tenebrista y una tradición (la pintura), sino un estado incómodo de la representación y una descontextualización paranoica de la realidad, como diría George Condo re-fraseando a Dalí. Y el deseo adaptado al objeto que es un cuadro: entre un abrir y cerrar de ojos el preludio de algo, la dramatización fantasmagórica del temor a la inminencia de la muerte. Las domésticas escenas encubren una amenaza y un fracaso. El intento fallido en la representación y su sentido desconcertante perturban los fundamentos de la forma y la organización. Se corre el riesgo de acceder a este mundo sin comodidad y la inofensiva apariencia de las cosas es más oscura de lo que cabría deducir de un primer vistazo. Los elementos de estas escenas tan familiares parecen hechos de alguna materia desconocida. Las ramas de unas inocuas flores son como miembros marchitos. Los animales, algunos sólo piel y pellejo, destilan protoplasmas gelatinosos. Una cabeza desollada muestra 'lo oculto', la carne frente a la piel de la apariencia y la máscara. Las frutas y verduras esperan, mediante una burda mancha de pintura sucia, alcanzar la putrefacción. Caza mayor y baja cultura. Ciencia-ficción y trascendencia. Espiritualidad y serie-B. Desde Valdés Leal hasta ahora casi nada nuevo: la misma escenificación de la historia como muerte. Y este constituirnos como sujetos asumiendo nuestra identidad como reflejo de un cráneo agostado: vivir. Y morir. Memento mori. Los últimos gestos convertidos en una patética mueca gesticulante.
Premio. 27 ene de 2025 - 10 mar de 2025 / Vitoria-Gasteiz, Álava, España
Exposición. 28 feb de 2025 - 08 jun de 2025 / Fundación Juan March / Madrid, España
Lo tienes que ver. La autonomía del color en el arte abstracto
Formación. 01 oct de 2024 - 04 abr de 2025 / PHotoEspaña / Madrid, España