Descripción de la Exposición El nombre que ahora digo, Manuel Beltrán, constituye un ejemplo singular de atipicidad evolutiva en la pintura asturiana. No es, desde luego, el de un desconocido, pues va para largo su recio anclaje en nuestro panorama regional - ganador del Certamen Nacional de Pintura de Luarca, 1984 -, pero los peculiares avatares de su vida, su prolongada residencia en Villalba (Madrid) y la circunstancia de que su trayectoria expositiva se viera de manera subitánea cercenada e interrumpida en demasía nos proporcionan la imagen de un artista asentado en el retablo de los raros. Tan es así que llama poderosamente la atención el que casi a lo largo de veinte años, desde que expusiera por último en su tierra natal hasta el 2004, en que reapareció en la misma, en el stand del Ayuntamiento de Langreo, con ocasión de la Feria de Muestras de Gijón, Manuel Beltrán permaneció alejado de los escenarios públicos, cuando con anterioridad de manera continuada, arrancando de las postrimerías de los 70, había protagonizado no pocas muestras de importancia, tanto en Asturias como en Madrid - también en Lugano, en 1980, y en Chiasso, en 1986, en Suiza, y en Como y Milán, en 1987, en Italia - que afirmaron una marcada evolución personal. Un lapso semejante obedece siempre, sin excepción, ante la irrefrenable vehemencia vocacional que se le presume al auténtico artista, a causas exógenas, al imperativo de las llamadas causas de fuerza mayor, pero la inactividad relativa a la ejecución material no comporta una ausencia respecto a la reflexión o a la especulación teorética sobre objetivos y planteamientos plásticos y estéticos y, en definitiva, a la naturaleza del arte mismo, en concreto a sus posibles u opcionales manifestaciones pictóricas. Ello explica que en Beltrán siga prevaleciendo una obsesiva preocupación por los elementos esenciales de la representación pictural: la línea, el color, la mancha, la figura, el paisaje, los objetos…, lo que pudiera, en apariencia, restarle pasión a su producción. No faltan, desde luego, artistas que se acercan a la pintura de manera asaz reflexiva, como agentes inquisidores que todo lo analizan y hasta lo trituran para engrosar el perchero de la afectada intelectualidad. Pero no son pocos quienes, por el contrario, actúan o tratan de actuar como huracanes desbocados en aras de una ficticia espontaneidad. Ahora bien, en rigor, a estos últimos los propios logros históricos, para bien y para mal, cincelados en la memoria artística no les permite semejante arrebato, a menos que se renuncie en principio a aportar la más mínima nota de originalidad. Sin remedio, el pintor en los tiempos que corren se ve obligado a realizar profunda labor propedéutica. Merced a ella se realiza la presente exposición. Y he aquí que no hay lugar, por sorpresivo que resulte, para la fisiognómica en sus figuras antropomórficas. Son figuras sin rostro, aunque con cabeza, cuasi asexuadas, desprovistas de todos los componentes expresivos de la persona, es decir, de ojos, nariz y boca, y la configuración de su testa aparece apenas esbozada, fundida o confundida con la propia materia circundante, al punto de que medio y condición humana se asimilan y es como si formaran parte del mismo magma : geológico, pétreo, en las antípodas de lo biológico, pero pugnaz por desembarazarse de las rígidas cadenas de Sísifo, de las drásticas ataduras de la materia, como si buscaran un hálito del que carecen. Pero tanto estas escenas paisajísticas como la aludida figuración no se comprenden en el momento actual sin referir los orígenes de su labor a lo largo de la década de los 80 e inicios de los 90, en que se decanta el fruto de lo cosechado en el área de cultivo de la llamada generación abstracta con quien tan a su gusto sintonizó Manuel Beltrán. Abstracción en todo caso que ha ido declinando y que infundió definidor carácter matérico a su obra, tal y como Juan Manuel Bonet supo atisbar, en 1991, al sopesar desde su mirada crítica la última exposición individual madrileña y la participación del felguerino en la Colectiva 'Nuevos Paisajes de Asturias', de 1986, en donde nuestra tierra parece haber rehusado el dispendio de la paleta, economizando al máximo el cromatismo y los clichés convencionales, destacando la visión solemne, sobria y austera de un Romántico del Norte, decidido a apostar tan solo con el gris, el negro y el ocre. En la presente muestra Manuel Beltrán retoma el camino, como otras veces lo ha hecho a lo largo de su vida artística, alejándose de la preceptiva que en otros tiempos él mismo se impuso. Pero las antiguas referencias, los valores que saetearon su mente dejan por siempre sus huellas. Hubo época - que él calificó de primera - en que le fascinó Lucio Muñoz, con alusión directa objetual y figurativa, en que trabajó como soporte la madera, recubriéndola de gruesa materia sobre la que proyectó incisiones y hendiduras, a sabiendas de que en ella no correría la sangre -¿o acaso sí?-. Incapaz la violencia del procedimiento de arrojar el mensaje vivencial de su propia historia, optó por volverla menos figurativa e invocó el divino recurso de la línea. Las sombras de De Kooning, Kokoschka y Tàpies, sombras de cuerpos que le fueron presentes, aún gravitan sobre sus lienzos, aunque sin ser reverenciadas. Por otra parte, el grupo El Paso, del que se cumple ahora el medio siglo desde que tuviera lugar su formación, tendió también sus redes sobre el joven Beltrán. Ya sabemos lo que de escándalo e incomprensión produjo en el ánimo de los espectadores de entonces y las incondicionales adhesiones y rechazos resueltos que generó entre teóricos y artistas. Rafael Canogar, Luis Feito, Juana Francés, Manuel Millares y nuestro Antonio Suárez, a pesar de sus diferencias, fueron indiscutibles adalides, pioneros que inundaron los espacios con el irreverente INFORMALISMO y la difusa ABSTRACCIÓN. El tratamiento de la figura, sobre todo de Rafael Canogar, espoleó al pintor langreano, hasta el punto de adoptarlo éste como fuente de inspiración. Todavía en el presente se advierte a las claras su impronta en las composiciones que ahora se ofrecen en la actual exhibición. En esta cúmpleme afirmar que el pintor, sereno y reflexivo, logra con extrema y admirable frugalidad expresar 'la historia' - la suya y no otra - que recursos idolizados en el pasado no consiguieron fluidificar. Con escasos medios se alcanzan, espantando los númenes de la retórica y también del brillo de la seda, los máximos efectos : la paleta racionada, el grosor de la pintura de antaño adelgazado casi hasta la anorexia, como si se rebañasen los restos de tubos asténicos, los soportes de la madera e incluso del lienzo revocados por la magnificencia del papel o del cartón, el cuadro ante todo cuadro y no marco, el paisaje marino confundido tan sólo por el azul con el acantilado, un solo color para vestir a la tierra y al mar, los objetos escuetos en forma y en número. De esta suerte se proclama ahora Manuel Beltrán, heredero de las conductas de Rothko y de De Staël, incluso de Nay, con quienes sigue de algún modo manteniendo vinculaciones imborrables, si bien sin profesarles el cortejo que otrora ensayó, consciente de que en materia de arte y de amor 'saber es recordar'. También él sabe, como el poeta Caballero Bonald, que somos el tiempo que nos queda. Y ese tiempo es en él un irrenunciable proyecto por alcanzar la esencia de la pintura.
Exposición. 19 nov de 2024 - 02 mar de 2025 / Museo Nacional del Prado / Madrid, España
Formación. 23 nov de 2024 - 29 nov de 2024 / Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (MNCARS) / Madrid, España
