Descripción de la Exposición
Empezaré diciendo la verdad. Mis emociones fluctúan y con ellas las impresiones que tengo de lo que me rodea.
Por ejemplo, tengo la sensación de que ese futuro que bailaba entre la utopía y la distopía y que las viejas, y no tan viejas, películas y novelas de ciencia ficción retrataban, ya ha llegado. No resulta fácil asumir que algo que pertenecía a la ficción, a lo irreal o, cuanto menos, a lo altamente improbable, fuese a llegar tan de repente. Lo cierto es que ese futuro ya está entre nosotros. El futuro tiene eso, siempre nos acaba atrapando. Me refiero a esos coches sin conductor, a taxis voladores, a androides camareros, a pandemias de inquietante origen, a implantes robóticos, realidades paralelas, controles faciales de población, a dinero intangible dentro del teléfono, al control en la muñeca de nuestros biorritmos que son almacenados en nubes de información, a cañones hipersónicos, a inteligencias artificiales que toman decisiones por nosotros, que pintan, que escriben o componen y cantan por nosotros. Que matan también. Y, por supuesto, también me refiero a un cambio de paradigma social que introduce variables virtuales en la manera de relacionarse pero que no mejora ninguno de los aspectos carenciales que nuestra sociedad siempre ha tenido. Digamos que el futuro no ha venido a solucionar muchos de los males subyacentes que teníamos sino a modelarlos con el cincel de lo tecnológico.
Si algo tenían de apasionante las películas de ciencia ficción es que hacían del futuro algo mágico por lo inalcanzable. Cuanto más lejano era, más atractivo resultaba. Pero cuando lo lejano se nos acerca puede cambiar nuestra percepción y pasar rápidamente de fascinante a terrorífico. Pongo un ejemplo: una majestuosa serpiente venenosa en un documental televisivo, y la misma serpiente enrollándose en nuestro tobillo.
La línea entre fascinación y terror es frágil, basta que lo que está en una pantalla - o en la hoja de un libro - pase a estar directamente en el salón de casa. Cada vez se nota más la fragilidad de esa línea, no sé si el futuro que ha entrado en mi salón es apetecible o si está empezando a parecer terrorífico. Y eso que acaba de entrar.
En la mayoría de las novelas y películas de ciencia ficción que leía o veía cuando era niño se recreaba, o bien una visión desastrosa del individuo - por ejemplo, habíamos acabado con nuestra civilización y los monos tenían el control - o bien se mostraban sociedades aparentemente felices pero subyugadas por sus propios avances tecnológicos: el control lo tenían o las máquinas, o unos pocos que controlaban a esas máquinas, o unos pocos a secas. Todo ello siempre aderezado con tintes bélicos de todo tipo. En todas esas historias de ciencia ficción había, sin embargo, un lugar para la esperanza, una fisura en el sistema por la que poder escapar del propio sistema. Un sistema, por cierto, que había llegado sin saber muy bien cómo y en el que el individuo estaba, de sopetón, sumergido o sometido a él. Los sistemas, como el futuro, como la guerra, tienen eso, nos atrapan sin darnos cuenta. En esas pelis también había siempre alguien que decía: ¡es por aquí, la salida es por aquí, corramos! Porque si algo dejaban claro las historias de ciencia ficción es que, si querías escapar de algo, sí o sí, tenías que correr. Pues bien, si el futuro ya ha entrado en el salón de casa, la cuestión ahora es: ¿qué hacemos con él? ¿Qué diantres hacemos con este futuro? ¿Nos implantamos un chip en la muñeca para pagar en el supermercado? ¿Pedimos a nuestros GPS que nos lleven de paseo por el barrio y que dejen constancia en Google de por dónde hemos pasado para que nos manden publicidad de cualquier cosa? ¿Hago que ChatGPT escriba este texto y así puedo dejar de pensar un rato en el futuro que tengo metido en el salón? Buscado la respuesta adecuada a estas preguntas me di cuenta de que quizá había llegado el momento de correr, que lo que había que hacer era tener un plan de escape. Tener alguna herramienta para la escapatoria. Y ese ha sido mi empeño al plantear esta exposición.
La realización de una completa cartografía que pudiese ser utilizada, en caso de emergencia, para escapar del futuro que ya es presente. Evidentemente no ha sido una tarea sencilla y algunos mapas tienen carencias, hojas de ruta imprecisas o coordenadas desordenadas - son imperfectos y de múltiples interpretaciones - pero, aun así, cumplen su función, especialmente en momentos de emergencia. No considero, sin embargo, que sea obligatorio el uso de estos mapas, allá cada cual, con su futuro, ni tan siquiera que deban ser de conocimiento general, son más bien un por si las moscas. Para mí lo más importante era que no faltasen en el plan de escape ni la huella ni el residuo. Las huellas sirven para señalar el camino, el que se va andando y el que debe andarse si uno va detrás. Las huellas son, por tanto, el presente y el futuro a la vez, no podía construir mis mapas sin esa sutileza. Al fin y al cabo, en todo mapa siempre marcamos un punto de partida, el presente, y uno de llegada, el futuro. Pero en estos mapas esos puntos no están definidos, las huellas están repartidas, diseminadas. No tenía sentido marcar un punto de llegada en el futuro si la idea es escapar del mismo. Por lo tanto, en los mapas las huellas, por un lado, van y vienen - no sólo van - y, por otro lado, no son visibles. Solo se hacen visibles cuando uno recorre la obra, pero desaparecen al instante sin posibilidad de volver a verlas, al menos en el mismo recorrido. Es una manera de evidenciar que hay muchas posibilidades de camino y que todas se diluyen o esconden hasta que uno toma la decisión de emprenderlo.
Tampoco quería que en mis planos faltase el residuo. Para mí el residuo es lo que queda, una huella, un vestigio. El residuo nos remite a lo que fuimos, a lo que queda de lo que fuimos. Es, por tanto, el elemento que mejor nos define y en el que debemos vernos reflejados si queremos saber quiénes somos o de quién debemos huir. El residuo es también un mapa en sí mismo, el más adecuado para escapar de nosotros mismos: los constructores de futuro.
Finalmente he intentado también que mis cartografías tengan sus propias formas, reconocibles o no como cartografías, pero cartografías, al fin y al cabo. En algunos casos pueden parecer indescifrables, en otros evidentes, en muchos confusas, pero siempre útiles si se las sabe interpretar (cualquier interpretación es válida, por cierto). En mi trabajo como artista me gusta apropiarme de otros territorios y hacerlos míos: la biología, la arqueología, las matemáticas, la astronomía. Estas materias son estupendos nutrientes para dar forma a un mapa, camuflarlo o hacerlo pasar por lo que no es.
Quizá la gran pregunta ahora es, pero ¿dónde llevan estos mapas? Sabemos que sirven para escapar del futuro, pero no dejan nada claro a qué lugar conducen. La respuesta no es fácil, porque ni yo mismo he utilizado aún los mapas y no sé muy bien hasta dónde llegan. Imagino que en esto se deben seguir las pautas que toda película de ciencia ficción marca cuando hay que salir por patas de un sitio y uno dice: ¡es por aquí! Todos van por allí sin cuestionarse mucho si realmente es por allí. La cuestión es escapar y luego ya se verá.
Exposición. 14 nov de 2024 - 08 dic de 2024 / Centro de Creación Contemporánea de Andalucía (C3A) / Córdoba, España
Formación. 23 nov de 2024 - 29 nov de 2024 / Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (MNCARS) / Madrid, España