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Lo que se pretende con esta serie de obras es destapar la intimidad y resaltar la fuente de la vida.

Con este proyecto, realizado in situ en la galería se aportará un cúmulo de sensaciones de las que todos podremos disfrutar. El espectador, en una primera instancia no es consciente de que aquello que ve plasmado en el lienzo es el movimiento de dos cuerpos que se entrelazan en un acto de amor. El factor sorpresa de esta creación será el dato más relevante en la obra de una artista que cree que la obra de arte es una acumulación de sucesos.

"Ahora tengo la oportunidad de poder mostrar a través del arte, que ... el amor, en todas sus expresiones, es algo natural y necesario, que es el eje de la vida".

Berta Jayo

Como la definiría Ruth Méndez Pinillos, en la exposición de Espacios compartidos, " Berta Jayo es una inconformista, crítica, creadora en continua evolución. Su mejor lenguaje es el conceptual: sus ideas claras, concisas, y a la vez perturbadoras – al menos para nuestro intelecto – nos invitan a la reflexión.

Sus composiciones, originales, llenas de fuerza, se resuelven con un solo golpe de vista. Sus conjugaciones de elementos manipulan sutilmente la realidad circundante, despierta nuestra anestesiada y banal existencia para narrarnos su particular visión de la vida, lejos de los estereotipos".

Berta Jayo está en un momento dulce, de auténtica lucidez, de fluidez creativa. La serie titulada "making love" tiene gran interés porque en ella está presente la tradición de la pintura resumida como acto erótico, el sexo como motor de la obra. Lo que vemos son las marcas del cuerpo, de los cuerpos, la presencia de algo que ocurrió: un contacto, un movimiento, unos fluidos. Los actores (voluntarios) han entrado realmente en el espacio del lienzo, sobre el lienzo, para hacer el amor desnudos sobre el óleo recién extendido, suave, resbaladizo. Y la insistencia de sus movimientos, ha dejado un registro de sorprendente efectividad y belleza.

Son obras que se alzan con la veracidad de la radiografía, que remiten con fuerza a las tres dimensiones. Podemos ver el registro de la entrada, de la salida, del acto central, pero todo ello queda reunido en una huella unitaria, la composición de un acto clave, importante, focalizado, aglutinado.

Es un trabajo que abre una nueva puerta con respecto a las maculaturas de Ives Klein, que parecían un punto final, sin continuidad posible. Ahora, en vez de pintar se despinta, en vez de una sensualidad ritual hay un apareamiento real, un hecho amoroso que pone en relación la belleza con el placer como si de una sola cosa se tratara, una huella en la que se reúne la simplicidad más primitiva, original, con la sofisticación del resultado, que parece reflejar el paso de ángeles, que tiende un puente entre lo real y lo sublimado.