Luisa M. Vallejo es ante todo una artista misericordiosamente breve a la hora de explicar las teorías que componen el misterioso camino de la creación, se agradece.

Hay pintores que hablan más que pintan y que mienten más que hablan, dejando sus cuadros (pobrecillos) huérfanos e incompletos sin un constante murmullo lleno de excusas conceptuales al oído del espectador. En otra vida debieron ser diáconos o profetas o vendedores de ungüentos milagrosos; son como aquellos que, con vergonzosas consecuencias, le cosieron un traje inexistente al emperador hecho de lisonjas y explicaciones de una majestuosidad que nadie veía pero que algunos admiraban. Mal vamos si una obra pictórica sólo se entiende a través de una disertación ajena a la propia pintura; si el artista no se ha expresado en el cuadro, no se ha expresado ... en absoluto.

Los cuadros de Luisa M. sin embargo, habría que pensarlos desde el razonamiento del bueno de Fray Guillermo de Ockham: la explicación más sencilla es la preferible. A la pregunta ¿Qué es esto? Hay que responder, un hermoso cuadro desbordante de pintura, rastros de color que se deslizan, marcas matéricas, pigmento, luz y composición. Puro espectáculo visual. Así de sencillo y así de complicado: ¡Es tan difícil en estos tiempos de discurso exacerbado encontrar a alguien que realice cuadros cuya única pretensión sea ser mirados!

Si quieren un consejo para ver la exposición de Luisa M. Vallejo sigan estos pasos: colóquense delante de las piezas, abran los ojos, déjense llevar, disfruten de lo que su mirada les ofrece y no le den más vueltas.