Descripción de la Exposición Luis Fernández (Oviedo, 1900-París, 1973) es uno de los creadores españoles más importantes del siglo XX. Su marcha a París en 1924 le puso en contacto con lo más granado de la vanguardia internacional, empezando por los artistas que cultivaron una abstracción geométrica de hondo carácter constructivo, alrededor de grupos como Cercle et Carré, Art Concret y Abstraction-Création. A mediados de la década de 1930, su trabajo derivó hacia un surrealismo de fuerte componente sexual, a raíz de su amistad con André Breton y Paul Eluard. El estrecho contacto que mantuvo con Picasso en la segunda mitad de los años treinta y hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, hizo que su pintura se cargara además de una violencia y expresividad que conectaba muy bien con la de otros artistas españoles residentes en París, fuertemente impresionados por los acontecimientos de la Guerra Civil, como Joan Miró y Salvador Dalí. A continuación, del picassismo, su obra derivó, entre 1944 y 1952, hacia un postcubismo que hizo del retrato, la naturaleza muerta y el paisaje sus géneros favoritos. En 1952 arranca su etapa de madurez, caracterizada por una peculiar figuración de carácter constructivo, apartada de las corrientes en boga de la época, como la abstracción libre o informalista. El propio Luis Fernández bautizó su orientación como realismo plástico, realismo trascendental o realismo surreal, marcada ahora por la ejecución de series de cuadros en torno a un conjunto de motivos, siempre los mismos, pero siempre distintos: la marina, la rosa en un vaso, la rosa sobre una mesa, el vaso con un trozo de pan, la calavera, el cráneo con velas, las palomas, etc., en los que el pintor español fue profundizando y proyectando una mirada inquisitiva e intensa. A esta etapa de madurez, y a su fase final, que iría de 1970 a 1973, pertenecen las tres obras que pueden verse en esta exposición. Une bougie allumé, deux pommes et un couteau (Colección Telefónica) es un claro ejemplo de naturaleza muerta sobre el que Fernández investigó, así como de su deseo de realizar una fusión de los grandes logros de la pintura moderna con las conquistas más importantes de la antigua. En ella, sobre una mesa se encuentran, dispuestas en diagonal, una vela encendida, que ocupa el ángulo inferior izquierdo de la composición, y dos manzanas. La del fondo lleva clavado un cuchillo. Por una carta del propio Fernández a su amigo André de Wilde, se sabe que el artista español estaba realizando esta composición durante el verano de 1954, que fue cuando falleció su primera esposa, Esther Chicurel. La segunda obra, a la que Fernández dio indistintamente los títulos de Colombes/Pigeons/Deux Pigeons/La Fable aux deux Pigeons, este último tomado de la fábula de La Fontaine, forma parte de una de sus series más conocidas, realizada entre los años 1963-1965. En ella se muestra a dos palomas en una especie de parada nupcial, reducidas a unas gamas de azules, grises y blancos. La de la izquierda, de cuerpo y cabeza más grande, representa al macho. Aparece con su buche hinchado y con sus alas a punto de desplegar, con el fin de mostrar la belleza de su plumaje. La cola está completamente abierta. La paloma de la derecha, con su cuerpo y alas recogidos, se identifica con la hembra. Se encuentra con su cabeza agachada, a diferencia de la de su compañera, que está erguida. En este sentido, Luis Fernández se revela como un verdadero conocedor de los comportamientos de los animales. Su anatomía aparece plasmada con detalle y fidelidad. Por otra parte, a estas palomas se las representa en el interior de una celda, con aberturas que permiten la entrada de luz. El carácter sagrado que, por tradición, se desprende de este tema, desde un punto de vista formal, guarda relación con las palomas que aparecen en el cuadro de Zurbarán El hogar de Nazareth. No cabe duda de que con esta serie Fernández alcanzó uno de los motivos de más bella, alta y compleja significación. Finalmente Rose avec une bougie (Museo de Bellas Artes de Asturias), realizada entre 1971-1973, pasa por ser el testamento artístico de Luis Fernández. De hecho, esta era la obra que el artista español estaba pintando antes de morir el 25 de octubre de 1973. Por muchas razones es, sin lugar a dudas, una de sus creaciones más bellas y emblemáticas. La pieza reúne dos de los motivos más representativos de la iconografía de Luis Fernández que ya había tratado de manera individual en algunos de sus trabajos de los años sesenta y setenta. Por un lado está la rosa, que aparece en posición horizontal, y orientada hacia la izquierda, sobre una especie de repisa o mesa para la que se deja como fondo el del propio soporte. A la izquierda puede verse, también sobre esa misma superficie horizontal, pero esta vez en posición vertical, una vela encendida, con su llama flameante. La obra obedece a una estudiada ordenación. En primer lugar, y con respecto a sus márgenes izquierdo y derecho, el motivo aparece perfectamente centrado. Puede apreciarse cómo la banda horizontal inferior, de color negro, es la mitad de ancha que la inmediatamente superior, de color blanco, y ésta, a su vez, la mitad que la que aparece situada por encima de ella, nuevamente negra, aunque no tan intensa como la primera. Con ello, el artista logra crear una sensación de ascensión visual que se ve reforzada por el llamear anhelante de una vela capaz de modificar la oscuridad total que debía presidir originariamente ese fondo. De igual modo, la compenetración que se da en esta obra entre un elemento colocado en posición vertical, la vela, y otro ubicado en horizontal, la rosa, consigue imprimir a la obra un ritmo que, según opina Fernández en sus propios manuscritos, tenía que estar sustentado en la creación en el espectador de un estado de exacerbación seguido de otro de apaciguamiento. Por otra parte, las dos bandas de color negro sirven para subrayar la luminosidad de unos motivos de los que la crítica ha dicho que tienen el resplandor de las joyas. El artista vuelve a utilizar el registro de luminosidad dividido en blanco, negro y grises intermedios para definir cromáticamente el tema. Como sucede en muchas de sus obras, las dos formas proyectan sus sombras puntiagudas hacia la derecha. En esta obra de Fernández, quien en 1927 había abrazado la masonería, aparecen reunidos los dos principios que habrían presidido su existencia como creador, es decir, la dedicación absoluta al trabajo y la perfección. En definitiva, la maestría técnica, depuración y concentración expresiva con que está tratado el motivo le habrían hecho a Fernández alcanzar con esta obra una de sus más altas cotas artísticas. Ella es, en buena medida, la protagonista del documental dedicado al pintor español, realizado por el cineasta Frédéric Czarnès en 1972, que también puede verse proyectado en esta muestra. Alfonso Palacio Director del Museo de Bellas Artes de Asturias
Exposición. 17 dic de 2024 - 16 mar de 2025 / Museo Picasso Málaga / Málaga, España
Formación. 01 oct de 2024 - 04 abr de 2025 / PHotoEspaña / Madrid, España