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Los Ballets Rusos de Diáguilev, 1909-1929

Exposición / Fundación La Caixa - CaixaForum Barcelona / Av. Ferrer i Guàrdia, 6-8 / Barcelona, España
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Cuándo:
05 oct de 2011 - 15 ene de 2012

Inauguración:
05 oct de 2011

Comisariada por:
Geoffrey Marsh, Jane Pritchard

Organizada por:
Fundación La Caixa - CaixaForum Barcelona

       


Descripción de la Exposición

Por primera vez en España, una exposición recupera la figura del empresario Serge Diaghilev a través de los veinte años de historia de su emblemática compañía de danza.

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Serge Diaghilev (Novgorod, 1872 - Venecia, 1929) es una figura clave para entender la evolución de la danza en el siglo XX. A través de su compañía, los Ballets Rusos, y bebiendo de la noción de obra de arte total, apostó por la renovación del lenguaje visual, tanto en la coreografía como en la escenografía, la música y el vestuario. Actuó como catalizador en el contexto cultural europeo de principios del siglo XX y dejó un poderoso legado de música, danza y arte que tuvo repercusión a lo largo de todo el siglo. Las representaciones dramáticas de Diaghilev transformaron la danza y generaron un nuevo interés por el ballet en toda Europa y América.

 

Diaghilev era un hombre cultivado, ávido lector y coleccionista de libros, apasionado por la música y cantante amateur, aficionado al teatro y a la pintura. Desde muy joven se relacionó con artistas, viajó por Europa y alternó las facetas de crítico y escritor con las de editor y organizador de exposiciones.

 

La experiencia cosmopolita y el carácter emprendedor de Diaghilev fueron decisivos cuando en 1909 puso en marcha el proyecto de los Ballets Rusos.

 

En los primeros años del siglo XX había surgido en Rusia una vanguardia artística y musical poco conocida internacionalmente. Diaghilev tuvo la idea de reunir a un grupo de bailarines excepcionales del Ballet Imperial del Teatro Maryinsky de San Petersburgo y presentarlos en París en un espectáculo de gran categoría que ponía en juego la música, la danza, la pintura y la literatura: una obra de arte total que daría a conocer al mundo la vitalidad de la Rusia moderna.

 

A lo largo de veinte años, los Ballets Rusos presentaron en Europa y América unos cincuenta ballets de diferentes estilos que contaron con la actuación de los mejores bailarines europeos, las partituras de los compositores más destacados y la colaboración de los artistas más importantes del momento.

 

Diaghilev ponía en contacto a artistas de diferentes géneros en unos montajes que han pasado a la historia, como El sombrero de tres picos, de Manuel de Falla, o Parade, de Eric Satie, con escenografía de Picasso.

 

Su éxito es resultado de haber apostado por la renovación del lenguaje visual, tanto en la coreografía como en la escenografía, y del lenguaje musical. El rasgo esencial consistió en reducir la danza al nivel del cuerpo humano para expresar historias y emociones, lo que explica el desarrollo del virtuosismo de sus bailarines.

 

Artistas visuales de vanguardia de la talla de Matisse, Picasso, Braque, Derain, Goncharova, Laurencien o Chanel participaron en el diseño de vestuarios y escenografías; músicos renovadores como Ravel, Satie, Falla, Stravinsky, Prokofiev, Rimsky-Korsakov; bailarines del renombre de Fokine, Nijinsky, Pavlova, Karsavina o Massine, y escritores como Jean Cocteau trabajaron conjuntamente, animados por Diaghilev.

 

Esta exposición ha sido organizada por el Victoria and Albert Museum de Londres -donde pudo verse el pasado año, antes de ser exhibida más recientemente en el Musée National des Beaux-Arts du Québec- y producida por la Fundación 'la Caixa'. Rescata la figura de Serge Diaghilev y traza un recorrido por los escenarios que su compañía visitó y los acontecimientos más importantes que protagonizó durante sus veinte años de existencia.

 

Así, Los Ballets Rusos de Diaghilev, 1909-1929. Cuando el arte baila con la música transmite el espíritu que impregnó a la compañía y lo hace a partir de la colección excepcional del Victoria and Albert Museum, que conserva gran parte de los vestuarios de los Ballets Rusos -muchos de ellos adquiridos en subastas de Sotheby's entre 1967 y 1973-, los decorados de seis ballets de Diaghilev y extensas colecciones de diseños, dibujos, grabados, objetos varios y archivos. Se trata de un legado de excepcional importancia que permite reconstruir el clima de una época de gran efervescencia artística, entre 1909 y 1929.

 

Aunque algunos de los bailarines actuaron en películas, Diaghilev impidió expresamente que se filmara a los Ballets Rusos, incluyendo cláusulas en este sentido en los contratos que firmaba. Diaghilev creía que las películas, al ser en blanco y negro y sin sonido, no podrían captar la magia colorista y participativa de sus producciones. Sin embargo, la exposición que ahora se presenta en CaixaForum Barcelona mostrará por primera vez la única filmación existente hasta ahora, rodada clandestinamente y descubierta recientemente, que documenta 60 segundos de los Ballets Rusos en una actuación en Suiza en 1911 (Ballets Russes. XV Fête des Narcisses (Montreux, Suiza, 1911), 60' British Pathé).

 

El sorprendente montaje creado para la ocasión conduce a los visitantes detrás de la escenografía de las producciones de los Ballets Rusos para que descubran la inspiración, la coreografía, la música y la creación de los escenarios. Pablo Picasso se convirtió en miembro integrante de los Ballets Rusos durante la Primera Guerra Mundial. Una reproducción del enorme telón que creó Alexander Shervashidze para Le train bleu según un diseño del pintor y un traje que diseñó para Parade están presentes en la muestra.

 

La exposición detalla también de qué forma los Ballets Rusos lograron sobrevivir durante la Gran Guerra, separados de sus raíces en Rusia y con poco acceso a las ciudades donde habían actuado antes de1914, y finaliza explicando la década de 1920 -un período en el que Diaghilev ya había alcanzado un gran estatus en la cultura europea-. Se incluye una amplia selección de vestuario de todo tipo: exótico (creados por Léon Bakst para a La bella durmiente y Henri Matisse para Le chant du rossignol), alocados (de Mijail Larionov para Chout y de Giorgio de Chirico para Le Bal) o elegante (los bañadores diseñados por Coco Chanel para Le train bleu, el vestuario de Georges Braque para Zephyr and Flore y el de Marie Laurencin para Les Biches).

 

Los Ballets Rusos y España

 

Con esta muestra, la Obra Social 'la Caixa' incide en su voluntad de dar a conocer entre el gran público los pioneros del arte de principios del siglo XX y la efervescencia artística del momento, claves para entender todo lo que llegaría en décadas posteriores. En este sentido, cabe recordar las exposiciones dedicadas a Alphonse Mucha, Gustav Klimt o Maurice de Vlaminck.

 

Sin embargo, uno de los objetivos de las exposiciones de la Obra Social 'la Caixa' es el de establecer puntos de contacto con artistas, movimientos y períodos de la historia del arte universal y de nuestro país. Desde esta perspectiva se han organizado exposiciones como la de August Rodin y su relación con España o la que se presentará próximamente, centrada en Eugène Delacroix, que dedican una atención especial a los viajes de estos artistas a lo largo de la Península.

 

Una parte muy importante de la historia de los Ballets Rusos se desarrolló en ciudades como Barcelona, Madrid y San Sebastián, donde tuvieron una extraordinaria acogida y donde la compañía encontró refugio durante los años de la Primera Guerra Mundial. España desempeñó un papel destacado en la supervivencia y el desarrollo de los Ballets Rusos. El establecimiento de colaboraciones con creadores españoles dio lugar a la presencia española en el contexto artístico internacional más intenso en el primer cuarto de siglo.

 

Entre 1916 y 1918, cuando gran parte de Europa cerró las puertas a los Ballets Rusos, España fue un estimulante refugio tanto para los bailarines como para el resto de colaboradores artísticos. Cuando se restableció la paz, la relación con España se mantuvo gracias al apoyo del rey Alfonso XIII, gran admirador de la compañía. En los años veinte, tras largas temporadas de los Ballets Rusos en Montecarlo, Barcelona fue a menudo el primer puerto de anclaje de la compañía para sus giras de primavera.

 

Es por ello que, con motivo de la muestra en CaixaForum Barcelona y CaixaForum Madrid, la entidad ha preparado un nuevo ámbito que ofrece el testimonio de la relación de los Ballets Rusos con España, su impacto y la colaboración con músicos y artistas españoles, como Manuel de Falla, Issac Albéniz, Juan Gris, Joan Miró, Pere Pruna, Josep M. Sert o Joaquín Turina.

 

Este ámbito incluye numerosos objetos que documentan la presencia de la compañía en todo el territorio español, como carteles, programas de mano, facturas, correspondencia, etc. Asimismo, la Obra Social 'la Caixa' ha producido un audiovisual que explica la historia de los Ballets Rusos desde su llegada a Cádiz, donde fueron recibidos por Falla. Por otro lado, el catálogo editado para la ocasión incluye un capítulo a cargo de la especialista Ester Vendrell profundizando en esta duradera relación.

 

ÁMBITOS DE LA EXPOSICIÓN

 

Introducción

 

Serge Pavlovich Diaghilev (1872-1929) dictador, demonio, charlatán, brujo y encantador, fue un hombre con una personalidad única y una desbordada ambición que conmocionaron la cultura europea. Su mayor logro fue su compañía de danza, los Ballets Rusos. Creada hace ahora cien años, sus producciones revolucionaron las artes de principios del siglo XX y siguen influyendo en la actividad cultural de nuestro tiempo.

 

Como persona, la figura de Diaghilev está envuelta en cierto misterio. Vivió los cataclismos de la Primera Guerra Mundial y de las revoluciones rusas, aunque extrañamente no parece que le afectaran demasiado. Abrazó la modernidad y aprovechó la vanguardia, pero en muchos aspectos era profundamente conservador. Vivió principalmente en habitaciones de hotel, pero convirtió su compañía en una gran familia. Dejó pocas pertenencias personales, pero nos ha transmitido un sorprendente legado de música, danza y arte.

 

Diaghilev compartía con su familia la pasión por la música y, dado que al comienzo de su carrera fundó la primera revista de Rusia especializada en bellas artes, conoció a numerosos artistas en activo. Cuando el destino lo llevó a París, descubrió allí potencial para revitalizar el panorama de la danza y encargó producciones a los mejores artistas, coreógrafos y compositores para que el arte bailara con la música en los teatros.

 

1. Precedentes

 

Tradicionalmente, la capital de la danza de Europa occidental siempre había sido París. Esta ciudad la había visto prosperar durante las décadas de 1830 y 1840, con piezas románticas como La Sílfide (1832) y Giselle (1841), dos ballets que alcanzaron un gran éxito internacional. Si bien entre los franceses predominaban los ballets románticos, los italianos presentaban producciones espectaculares que subrayaban el virtuosismo tanto de las bailarinas como de los bailarines. En la época en la que los ballets se presentaban en teatros de ópera estuvieron siempre a la sombra de las producciones operísticas. Sin embargo, a partir de la década de 1860 fue más frecuente que la danza-teatro se presentara en salas de conciertos y teatros populares para llegar a la creciente población urbana.

 

Mientras que en Rusia el público estaba acostumbrado a asistir a veladas exclusivamente de danza, en Europa occidental los ballets se presentaban en programas que incluían otros tipos de espectáculos. El cuerpo de baile desempeñaba un papel prácticamente decorativo; en cambio, los avances en la técnica de la danza destacaban el virtuosismo de los bailarines principales.

 

Esto estuvo estrechamente ligado al desarrollo de las zapatillas de punta, el acortamiento del tutú y la capacidad de los bailarines para los saltos y los giros.

 

Hacia finales del siglo XIX, el tipo de formación que se impartía en Rusia, combinando elementos de las escuelas francesa e italiana, había producido bailarines excelentes. El repertorio ruso estaba dominado por ballets de Marius Petipa y Lev Ivanov, como La bella durmiente (1890), El cascanueces (1892) y El lago de los cisnes (1894). No obstante, en los albores del siglo XX comenzaron a parecer estereotipados y la nueva hornada de coreógrafos detectó la necesidad de crear producciones innovadoras.

 

2. El personaje

 

Serge Diaghilev era un editor de arte, crítico, organizador de exposiciones y promotor de música y óperas rusas antes de conocer la fama internacional presentando espectáculos de danza entre 1909 y 1929. Terminaría convirtiéndose en uno de los empresarios culturales más importantes del mundo.

 

La mayoría de los bailarines que presentaba habían recibido formación de danza académica en escuelas de San Petersburgo, Moscú y Varsovia, pero en su compañía incluyó también a bailarines de danzas tradicionales y otros formados en escuelas occidentales. La cohesión de todos ellos como compañía fue fruto de las enseñanzas de Enrico Cecchetti, Nicolas Legat y Lubov Chernicheva. Los nuevos conceptos del movimiento que introducían los principales coreógrafos marcaban las direcciones que tomaba la danza.

 

Coreógrafos, compositores y diseñadores se inspiraron en fuentes muy variadas, como la pintura, la cultura rusa, los 'teatros de juguete' británicos, la mitología y los cuentos y la música tradicionales. En sus constantes viajes en tren, de gira con la compañía por Europa, Diaghilev entró en contacto con nuevas ideas, leyó intensamente y conoció las tendencias que surgían en las artes visuales. Todo esto, combinado con sus conocimientos de música clásica y su capacidad para absorber y recombinar ideas, sentó las bases de su éxito.

 

3. Las primeras temporadas en Europa occidental

 

El 19 de mayo de 1909, tras varias semanas de publicidad, Diaghilev estrenó su primera temporada de ballet ruso en París. El público quedó deslumbrado por la calidad y la variedad de la danza y los sorprendentes diseños para los ballets.

 

En las pocas temporadas que siguieron, un tímido elemento ruso dominó las producciones. El exotismo de la música innovadora magnificaba el impacto de las representaciones, sobre todo la de Igor Stravinsky y un abanico de compositores franceses. El principal coreógrafo de la compañía era el bailarín ruso Mijail Fokine. Aprovechó la oportunidad que le brindó Diaghilev de crear más piezas que para el Ballet Imperial y puso en práctica sus propias propuestas de reforma de las coreografías.

 

Visualmente, la primera temporada de los Ballets Rusos estuvo marcada por los exóticos diseños del artista de origen ruso Léon Bakst. Sus colores resplandecientes, sus ondulantes elementos Art Nouveau y su sentido de lo erótico marcaron una nueva forma de concebir las producciones de danza como obras de arte total.

 

Después del triunfo de Diaghilev con la crítica en 1909, y pese a unas pérdidas económicas de 76.000 francos (más de 398.000 euros de hoy en día), sus producciones estuvieron muy solicitadas en toda Europa. Así, en 1911 fundó los Ballets Rusos, pensando en una gira de un año y no tanto en un proyecto de varias temporadas.

 

4. Ruptura de los Ballets Rusos con sus raíces

 

La Primera Guerra Mundial supuso la caída de los imperios Ruso, Alemán, Austro-húngaro y Otomano. Después de una cruenta guerra civil, Rusia pasaría a ser controlada por el comunismo y Diaghilev no regresaría nunca a su país.

 

La belle époque que había visto nacer los Ballets Rusos quedaría fragmentada para siempre; no obstante, las obras creadas durante las primeras temporadas siguieron gozando del favor del público.

 

Los grandes temas de Diaghilev (Rusia, el clasicismo y el orientalismo) empezaron a ser tratados en el contexto de la modernidad. Otros ballets reflejaban el interés por temáticas como la cultura en torno a la playa, el cine y los deportes.

 

Hacia 1920 los Ballets Rusos tenían un repertorio importante, al que se añadían nuevas creaciones todos los años. Artistas de la vanguardia francesa como Matisse, Derain y Braque diseñaron producciones, y los coreógrafos Massine, Nijinska y Balanchine abordaron el movimiento de forma innovadora.

 

Massine combinó danzas tradicionales y regionales con el ballet, mientras que Nijinska y Balanchine ampliaron la técnica del ballet académico.

 

Diaghilev y su compañía tuvieron que ajustarse a circunstancias económicas muy distintas. Montecarlo ofrecía ahora una base invernal para planificar nuevas piezas; la mayoría de los estrenos seguían presentándose en París mientras que las largas temporadas en Londres proporcionaban cierta estabilidad financiera.

 

5. Los Ballets Rusos en España

 

Los Ballets Rusos se refugiaron en España entre 1914 y 1918, coincidiendo con la Primera Guerra Mundial, una época en que resultaba imposible ir de gira por las ciudades y los teatros donde habían triunfado en sus primeros años.

 

Tras pasar seis meses de 1915 en Suiza, donde se reformó la compañía, y hacer una primera gira por Estados Unidos, los Ballets Rusos se instalaron en España y artistas rusos, franceses y españoles se agruparon alrededor de Diaghilev y su energía creativa. Alfonso XIII respaldó a la compañía permitiéndole actuar en Madrid y Barcelona e ir de gira por el país. También los ayudó a regresar a Londres, a unos escenarios donde cosecharían grandes éxitos en 1918 y 1919.

 

Una vez firmada la paz, la compañía de Diaghilev siguió volviendo a España para actuar, y Barcelona resultó ser un punto de partida idóneo durante la década de 1920 para iniciar las giras después de cerrar las temporadas invernales en Montecarlo. Los artistas españoles fueron cobrando importancia, siguiendo la estela de Josep Maria Sert, el primero que, sin ser de origen ruso, diseñó un ballet para Diaghilev. Destacan nombres como Juan Gris, Joan Miró, Pedro Pruna y, sobre todo, Pablo Picasso. Todos ellos diseñaron decorados y vestuario y, además, realizaron ilustraciones de la compañía y participaron en programas especiales producidos por los Ballets Rusos.

 

Compositores (el más destacado fue Manuel de Falla), directores de orquesta y bailarines españoles se incorporaron a la compañía de Diaghilev y, en 1921, por recomendación del empresario británico C. B. Cochran, una troupe de bailarines españoles presentó Cuadro flamenco en París y Londres.

 

A pesar de que muchos de los ballets propuestos que retraban España no acabaron materializándose, Las Meninas, inspirado en la genial pintura de Velázquez, se estrenó en San Sebastián en 1916. En El sombrero de tres picos, estrenado en Londres en 1919, Léonide Massine combinaba con el ballet elementos que acababa de aprender de la danza española, y los decorados de Picasso evocaban la España imaginaria. Con estos ingredientes consiguió cautivar la imaginación del público de toda Europa.

 


Entrada actualizada el el 26 may de 2016

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