Descripción de la Exposición
¡Quien tenga oídos, que oiga!
Eva Santos Sánchez-Guzmán
La primera vez que leí el término sororidad lo hice errando sobre un texto feminista, esta distracción en la lectura me llevó a una agradable confusión que siempre me acompaña y que hace que en mi mente aparezca la extraña imagen de una palabra que se halla entre sonoridad y solidaridad cada vez que leo dicho vocablo. Así, la lucha por el empoderamiento de las mujeres siempre la acompaño de ruidos y voces, más o menos intensas, pero siempre solidarias.
En los últimos años la obra de Concha M. Montalvo se vincula a esta visión de sororidad. No hay sonidos pero sí declaraciones impresas que provocan su lectura haciendo que seamos nosotras quienes demos sonoridad a su obra. En la serie He vivido muchas vidas pero ninguna te pertenece subvierte “citas de carácter misógino. Las frases, estigmatizadas sobre los fragmentados cuerpos femeninos, se convierten en vehículo de visibilización de las heridas, pero conformando un espacio estético en el que poder sanar el dolor y la violencia” De uno a otro de estos fragmentos entonamos un particular discurso patriarcal que Concha nos ofrece como plegaria para invocar la libertad de las mujeres.
Son pocas las veces que ella da volumen a su voz, como hiciera en la performance La voz de las ausentes ; sin embargo, nos presenta silencios a los que no podemos dejar de acompañar de una crítica banda sonora.
Así nos acercamos al plic, plic, plic, de esta lluvia persistente –si, roja también, pero perseverante y tenaz – que se descarga con el mismo fin que centenares de pequeñas copas vaginales tintinean: entonar la melodía de la subversión. Son ruidos y gritos ahogados por las estructuras de los poderes económico, patriarcal y eclesiástico que se levantan en himnos de vindicación de la Tierra y de las mujeres.
Cuando Eva Lootz expuso La canción de la tierra , sus notas fueron recursos naturales con un fuerte componente estratégico para el poder económico y político: el cobre, la sal, el agua y, consecuentemente, la electricidad. Concha, en esta instalación, afina su melodía con una simbólica lluvia de sangre menstrual y miles de semillas de trigo. Fecundidad y fertilidad -mujer y tierra- secuestradas por maniobras dominantes. El androcentrismo, del que deriva, queramos o no, el ecologismo más paternalista, somete a ambas y protege a las dos para que sean colaboradoras de su progreso y soberanía. Concha siente la necesidad de derivar sus protestas feministas hacia un arte ecofeminista, que, en palabras de Verónica Perales, actúa “frente a la situación de crisis ambiental y civilizatoria” .
La simbología reivindicativa de Concha M. Montalvo va imbricándose con este lugar desacralizado en un proceso creativo de más de dos años. Esta derivación entre espacio y creación puede entenderse como una unión de dependencia mutua que alcanza su equilibrio en lo que los javaneses denominan tjotjog. Tjotjog “significa encajar bien, convenir como una llave en una cerradura, como una eficaz medicina a una enfermedad” . En un sentido más amplio, expone Clifford, dos cosas son tjotjog cuando forman una estructura coherente que da a cada una una significación o valor que no poseen por sí mismas. Es por esto que la concepción “arquitectónica” y el “contenido emocional místico” no pueden separarse si queremos entender en su plenitud la instalación Lluvia roja.
"Sufro, - reconoce el Papa Francisco- y os digo la verdad, cuando veo en la Iglesia o en algunas instituciones eclesiales que el papel de la mujer queda relegado a un papel de servidumbre y no de servicio” . Tal es así que la artista, educada en el catolicismo de la dictadura franquista, muy consciente y dolida de este papel subalterno de las mujeres en la iglesia, transforma el espacio de la servidumbre en el lugar para la lucha por la justicia social y ecológica.
Esta pequeña capilla, de inspiración gótica, recoge su magnitud en su verticalidad. Concha nos sitúa una mandorla mística en el camino de nuestra mirada hacia la luz. Del símbolo celestial y divino, arranca la tormenta que hiere el espacio del mismo modo que los textos misóginos herían los cuerpos femeninos. Al levantar la mirada, vemos almendras concéntricas a modo de vestíbulo vulvar. Son anillos que aúnan la sororidad de la obra y se acompañan de acordes paralelos a nuestros propios cuerpos.
En este ritual, el cáliz se alza, no con la sangre de Cristo derramada para el perdón de los pecados, sino con la sangre de la menstruación. Las copas vaginales recogen el vínculo de sangre de todas las mujeres que, como hermanas carnales, realizan acciones pacíficas en defensa de los recursos naturales y que es derramado para fecundar la Madre Tierra. La porcelana confiere a las copas una firmeza que dignifica el cuerpo de las mujeres y su sexualidad y que contrasta con lo informe de los hilos al caer sobre el suelo en una libertad inherente a dicha dignificación.
El trigo completa la tríada simbólica de la instalación. En la eucaristía cristiana el pan se convierte en el cuerpo sacrificado de Cristo; aquí, las simientes derramadas junto al flujo vaginal son cuerpos sacrificados en la lucha contra el dominio que los grandes monopolios tienen sobre ellas y que ponen en riesgo la seguridad alimenticia y la diversidad genética.
Recurro a la parábola del sembrador para concluir este texto, o para desplegarlo.
-Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, unos granos cayeron en la vereda; vinieron las aves y se los comieron. Otros cayeron en terreno rocoso, donde apenas tenían tierra; como la tierra no era profunda, brotaron enseguida; pero en cuando salió el sol se abrasaron y, por falta de raíz, se secaron. Otros cayeron entre zarzas; y las zarzas crecieron y los ahogaron. Otros cayeron en tierra buena y dieron grano: unos, ciento; otros, sesenta; otros, treinta. ¡Quien tenga oídos, que oiga! (Mateo 11:4. Traducción Juan Mateos)
Exposición. 17 nov de 2024 - 18 ene de 2025 / The Ryder - Madrid / Madrid, España
Formación. 23 nov de 2024 - 29 nov de 2024 / Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (MNCARS) / Madrid, España