La cuestión está en agradar al público. Claro que sí, sin él, sin el gran público, los artistas no somos nada, o seríamos seguidos por una minoría. El problema está en ser un artista elitista que llega a unos pocos, o bajarse del pedestal, o de la burra y agradar a la gente. Pero es mi deseo, y mi principal causa de ser, ya no entretener y hacer la vida más alegre y llevadera a la gente (no sé si esto se cumple o no), pero sí, que si lo hago, hacerlo de una manera inteligente y que demande cierta participación intelectual de la gente con respecto de mi obra. Es por tanto, que, a riesgo que me digan que no sé pintar (que me meo de risa cuando me lo dicen) o que pinto como los niños pequeños (que me encanta y emociono cuando me lo ... dicen), pues pintar así le llevó a Picasso toda una vida: Aprender a volver a pintar como un niño. No sé el contacto que tenía este hombre con los niños, pues era más con las mujeres a las que volvía locas. Yo, en cambio, estoy frecuentemente viendo pintar a niños, y aprendo enormemente de esa sabia forma de representar la realidad, de una manera innata, como de recordar las formas de una vida ya pasada que levemente se recuerda después de nacer y se va olvidando conforme el niño va creciendo. ¡Ay, si pudiéramos saber lo que realmente piensan los bebés...! Y heme aquí, inflándome y desinflándome. Llenándome de energía y explotando cuadros como si fueran churros: de uno en uno, en serie, todos iguales y riquísimos, sobre todo con chocolate. He aquí una muestra de un trabajo libre, pero encauzado, y sobre todo me dejo lo más importante: He intentado unir comercialidad, que muchos dicen que me falta, con sinceridad artística. En otras palabras, he renunciado a pintar como me dá la gana, pero sin dejar de disfrutar mientras lo hacía. Informal, sí mucho, pero sincero. Que disfruten la exposición.