Jordi Aguilar parte de aquí para realizar su propia exploración del medio pictórico y de los valores expresivos que, desde un lenguaje abordado de manera apasionada pero no ilusa, se desencadenan. […]Tenemos la impresión de estar ante unos paisajes fragmentarios, pero no rotos sino proyectados hacia un espacio otro, como si iniciaran una secuencia orgánica que se autogenera y anuncia su constante mutabilidad. Arrastrando la materia cromática en anchas y espesas franjas en las que se desagrega la unidad tonal, Aguilar alcanza un peculiar efecto en el que densidad y desvanecimiento se encuentran. Lo importante es que, más allá de este seductor recurso, se intuye un deseo de contacto con lo tangible y lo sensual. Las secuencias sugeridas son más rítmicas y musicales que matemáticas.

Trabajando con los puntos y la huella o estampado directo de la pintura, Aguilar matiza lo que de sistemático posee toda estructura tramada, teniendo en cuenta ... que éstas están, hoy, en el origen de nuestras imágenes y con ello, de manera más o menos consciente, de nuestro imaginario. Sus puntos aparecen como mínimos destellos de luz, a la manera de los que construyen nuestros paisajes nocturnos urbanos (la preferencia de Aguilar por el negro contribuye a ello). Pero son también como unidades esenciales, como píxeles, que remiten a esa conciencia y retorno a los elementos y movimientos primeros en la constitución de la imagen.