Descripción de la Exposición ------------------------------------------------------- ------------------------------------------------------- La abstracción geométrica es, sin duda, una de las caras más características de ese raro y abigarrado Proteo que es el arte del siglo XX y lo que llevamos del XXI. Se remonta a los años 20 y surge en ambientes marcados por la máquina, la industria, el análisis científico y -ese es su rasgo titánico - la iconofobia. O sea, el deseo de dar la espalda a una tradición en la que la figura humana y el paisaje habían impuesto sus reglas al caballete en detrimento de otros valores plásticos, en concreto los que hacen de la apariencia el campo de cultivo de las estructuras. La iconofobia, en la que no es difícil percibir ecos de la tradición protestante, explica el lado rebelde de la abstracción geométrica. Una rebeldía que todavía se conservaba intacta cuando, en los 50, con la Segunda Guerra Mundial todavía fresca en la memoria, volvía a las salas de exposición de la mano del arte concreto y de los «investigadores visuales» que, procedentes de varias naciones, se daban cita en París. Además de iconofobia, los geométricos de aquellos años tenían otra fobia, esta vez dirigida a la masa de los «texturalistas», de los «matéricos», de los «expresionistas abstractos» que, en vez de dirigir la mirada a las formas puras de la visibilidad con sus juegos ideales de líneas y planos, caían de bruces ante la visceralidad y el exhibicionismo de la fermentación y el detritus. La exposición que con el título de «Línea y Plano» ha preparado la Galería Antonio Machón para abrir la temporada 2007-2008 reúne a una buena parte de los representantes principales de la abstracción geométrica en España desde aquellos heroicos años 50 en los que el bravío Oteiza empezaba a esculpir el vacío, oquedad cartesiana que era a la vez punto omega de la escultura e imagen de esos agujeros negros dotados de inconcebible fuerza de gravedad que popularizaría la astrofísica; en los que el veloz Palazuelo elaboraba sus versiones aéreas de territorios ideales, tal vez contemplados desde la altura de un aeroplano; en los que el Equipo 57 acertaba a combinar, con alegría «pop» de colores, las estructuras geométricas con otras formas más organicistas en una alianza dirigida a renovar las formas del diseño; en los que Eusebio Sempere, en fin, empezaba a soltar sus delicadas telas de araña multicolor donde no era difícil ver reflejadas las luces irisadas de los paisajes levantinos de su infancia y adolescencia. Tras esos cuatro grandes vinieron artistas tan originales, tan rigurosos, tan diferenciados entre sí, tan metódicos y, sin embargo, tan lúdicos, a su manera, como Elena Asíns, con su visión musical, nocturna de las formas que nos deja «toda ciencia trascendiendo»; como Yturralde, con esa fórmula magistral que le permite introducir al espectador en un mundo lewiscarrolliano de formas imposibles cuando no, como más tarde, de puro resplandor; como José María Iglesias, que además de excelente ideador de líneas y planos fue también animador artístico de referencia de una época; como José Luís Gómez Perales y Julián Gil, quienes, cada uno con su propia metodología, hecha a partes iguales de ciencia matemática y sistematización cromática, se proyectan, el uno, en dirección a una concentración progresiva y, el otro, a una modulación in infinitum del pliegue, o sea, de las formas de la implicatio/explicatio como vía para el descubrimiento; como Gustavo Torner, que, con la abstracción de Cuenca a cuestas ha sabido dar a sus composiciones el carácter de piezas en las que estructura, sensualidad y una cierta utilidad se confunden y subliman; como Soledad Sevilla, con sus evocaciones de las celosías mudéjares y una reticulación transfiguradora que nos hace ver otras formas de paisaje; como Gerardo Delgado, que, con sus suntuosas grandes superficies monocromas, no sé si de crepúsculo sevillano o de cofradía bética, coordinara aquel mítico grupo de artistas que se reunía (que nos reuníamos) hacia el año 1970 en el Centro de Cálculo de la UCM; como Tomás García Asensio, con su sabiduría en la composición y re-composición de formas, líneas y colores que viene de muy lejos; como Jordi Teixidor, otro de los pioneros de una abstracción que reactualiza ciertos signos de una monumentalidad arcaica; como, en fin, esos renovadores que son Juan Manuel Ballester, en cuyos cuadros las relaciones puramente geométricas adquieren una corporeidad casi fantasmal de cotidianidad, y Emilio Gañán, ascéticamente entregado a idear viviendas de lineal virtualidad en las que descansar del hartazgo de la vida. Si no es casual que todos estos artistas sean de un país que, como España, dio al arte, a lo largo de la Edad Media y en una buena parte de su territorio (Córdoba, Sevilla, Granada, Toledo, Zaragoza…), numerosas pruebas de una sabiduría geométrica pocas veces igualada, muchos, si no todos, coinciden en algo así como un espíritu común. Es un espíritu que bien poco tiene que ver con las máquinas, industrias, análisis e iconofobias que he mencionado hace un momento. Es una actitud la suya de desvío, de retiro más bien, del vulgar oropel. Una actitud de sosiego y desprendimiento, que me hace pensar en aquellos místicos a los que el mundo se les aparecía como un cristalino castillo interior dividido en moradas, y que puestos a buscar la ciencia suprema se olvidaban de las contingencias y se dejaban ir, flotando, con la corriente ondulante, geométrica, tal vez suavemente reticulada, de una música silenciosa e invisible.
Artistas: Oteiza, Sempere, Palazuelo, Equipo 57, J. M. Iglesias, Gómez Perales, Torner, Julian Gil, Elena Asins, Teixidor, G. Delgado, Yturralde, Soledad Sevilla, Garcia Asensio, J. M. Ballester y Emilio Gañán.
Exposición. 26 nov de 2024 - 16 mar de 2025 / Museo Nacional del Prado / Madrid, España
Formación. 23 nov de 2024 - 29 nov de 2024 / Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (MNCARS) / Madrid, España