Descripción de la Exposición
“Resulta muy curiosa aquella voluntad personal de la obra en gestación. Virtualmente está ya allí, y su realización reserva al propio autor las más grandes sorpresas. Una primera obra objetiva y subjetiva para el joven artista, ¡qué escuela de experiencia!”
Thomas Mann. El artista y la sociedad
A menudo, los que amamos y nos sentimos gratificados contemplando o coleccionando obras de arte, nos preguntamos en qué punto de su trayectoria se forja la personalidad de un artista. Quizás nos arrepentimos de no haber podido ver los primeros tanteos de los que después admiramos. Sabemos que todo artista que se decide a presentar la obra en público, lleva a cabo un difícil ejercicio de exposición, no ya de su trabajo, sino de sí mismo. Las primeras muestras son, de hecho, una apuesta contra el tiempo, el desenlace de la cual se resolverá más allá del momento presente.
La propuesta que reúne obras realizadas en Mallorca por Amanda Fortuny después de su retorno de Barcelona ejemplifica aquella interrogación y aquel punto incipiente, la escuela de experiencia de la que hablaba Thomas Mann. En sus esculturas, dibujos y pinturas actuales, se descubren las influencias, afinidades y elecciones plásticas propias de la tradición de la que la artista forma parte, y al mismo tiempo, aquel elemento intangible que es distintivo de cada artista.
Y es que no importa cuántas veces se repita la fórmula mágica de la creación, siempre habrá aquel aspecto o trazo estilístico personal con el cual el artista irá desarrollando su lenguaje y su personalidad. Es cierto que el abanico actual de la creación está más abierto que nunca y que surgen o retornan otras formas de entender el arte o, incluso, uno de sus aspectos más controvertidos: la belleza, de la cual se ocupan los filósofos desde los principios de los tiempos hasta los últimos ensayos, aquellos que representan las corrientes actuales. El coreano Byung Chul Han, entre otros, reflexiona sobre esa estética de lo pulido y lo terso que caracteriza buena parte de las obras artísticas actuales. No obstante, un artista que “dialoga consigo mismo” busca siempre como objetivo la formulación de un vocabulario plástico y visual competente para la creación de imágenes de sentido, ya sean las que representan una visión general del mundo (la realidad) como un recurso para insertarse dentro de las corrientes artísticas actuales y, al mismo tiempo, para entender el lugar que ocupa en este contexto su propia vida. Así lo describe Clément Rosset: “Lo que es imaginario se inspira siempre en las imágenes de la realidad y así nunca escapa de la zona de atracción de lo real”.
La doble realidad de la tradición del arte contemporáneo y de la propia biografía fluye y se fusiona en las obras de Amanda Fortuny. Esta potencial dualidad (que es también potencia), se manifiesta tanto en una pintura que se complace con la calidez informal del pigmento, como en la racionalidad de la geometría y la línea esencial que discurre por sus dibujos de “mantras” visuales en negro sobre blanco, formas posiblemente analógicas de una meditación, de un vacío mental que se formula en la manera de “escritura automática”.
En cambio, cuando crea volúmenes escultóricos, la artista busca sus formas en la naturaleza y en las variaciones antropomórficas que enlazan estos trabajos con sus obras anteriores dedicadas a explorar la corporeidad femenina. Hablamos de sus esculturasmolde obtenidas por contacto con partes de su cuerpo (cabeza, espalda, rodilla, pie...) y que aluden a los prejuicios sociales que pesan sobre la mujer y a su posicionamiento como respuesta a esta situación. Estos aspectos sociales y críticos se descubren en los títulos de estas obras más intimistas y personales, las cuales dialogan con aquellas sobre lienzo y papel, mostrando otras vías de investigación paralelas en el ámbito más “frío” de la geometría.
Evidenciando los estados complementarios fruto de la emoción y la razón, de lo aprendido y de lo que se descubre sin pretenderlo, todas estas obras son, finalmente, una prolongación de los estados mentales y anímicos, de las inquietudes y las experiencias que Fortuny trata de resolver, fijar o entender con la ayuda de su quehacer artístico, un lenguaje por medio del cual persigue no sólo construir su identidad artística sino también crecer como ser humano.
“Las horas blancas” son aquellas en las que nos encontramos frente a la responsabilidad de asumir un reto (como el de llenar una hoja o un lienzo en blanco) y debemos pensar muy bien cuál va a ser el primer paso. Son también aquellos momentos en los que necesitamos desconectar de todo y decidir si damos un giro de ciento ochenta grados, si cambiamos de vida o si seguimos el flujo en el que ya nadamos... ”Blancas” son también las horas de la meditación y las que dedicamos a navegar por los sueños, aquellas en las que nos dejamos llevar por la corriente y dejamos de pensar, las que nos ayudan a olvidar las normas para que únicamente nos guíe la intuición.
Para la Amanda Fortuny artista todo comenzó cuando se dejó llevar por ese vacío seductor de las horas blancas y miró en su interior, para buscar seguidamente en la práctica artística la fuerza necesaria para seguir adelante, para exorcizar las sombras del miedo, para conjurar en clave simbólica sus angustias y su placer. Es por esto que su obra abriga tan intenso caudal de sentimientos e inquietudes... Y es que, al fin y al cabo, un artista es un ser humano que busca respuestas.
Profundizar en el trabajo de una artista con tanta sinceridad, vocación y deseo, supone descubrir sus heridas e ilusiones, y compartir su particular forma de mirar e interpretar la realidad. Ya lo dijo Rilke, aquel poeta cuyo pensamiento todavía resuena en los textos sobre arte contemporáneo: “Estoy aprendiendo a mirar. No sé a qué se debe, pero todo penetra en mi más profundamente y no se queda en el lugar en el cual solía acabar. Ahora todo va hacia allí. No sé qué es lo que allí pasa”
Pilar Ribal
Marzo 2019
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