Descripción de la Exposición ------------------------------------------------------- ------------------------------------------------------- Vivimos inmersos en una nueva cultura. Aparentemente irresistible, imperecedera, inamovible. Una cultura sustentada en la política, la economía y la sociología, insensible a la utopía o, quizá más acertadamente, algo distópica. Es una cultura del despojo, el residuo y lo ínfimo, que pretende apartar lo espurio, aunque lo espurio seamos todos. La cultura donde la sobra, el remanente, lo accesorio y lo excedente eran antes todo aquello que, para bien o para mal de la humanidad, realmente importaba. Pepe Medina sea quizá el primero que la haya definido en toda su complejidad y de la forma más sencilla. Esa virtud chestertoniana, el hacer de la paradoja una efectiva forma de sentido, siempre ha cruzado transversalmente sus dibujos. Medina no es un filósofo, ni un político, ni un economista ni un sociólogo. Pero posiblemente su condición de dibujante crítico le haya dado la opción, allí donde todas las ciencias inexactas del hombre, convertidas en dudosos axiomas per se, tenían necesariamente que batirse. Y perder. Él la llama la cultura de la poda. 'Leña' habla de la madera que hace arder al mundo. Habla de la tecnología que nos ha vuelto detrito. La convierte en pretecnología natural: un capricho de un ecosistema perturbado que, sin embargo, no ha perdido sentido. Una entropía. Allí donde el tronco del árbol caído por la tala nos da la resultante del mundo que estamos fabricando. En algún sitio hay una sierra significante, manejada con sutil y camuflada intención -diluida en la fuerza de cientos, miles de hombres- que nos reduce a ramas podadas extremadamente útiles. Porque, en cierto modo, nuestra condición de despojos valida cualquier sistema de oprobio. 'Leña' no es una serie de dibujos deprimentes. Todo lo contrario. Es una serie desternillante. Pepe Medina mira a su alrededor para cerciorarse de cómo nuestros derechos se esfuman, la paz se difumina, algunas fortunas desaparecen (las de la mayoría) mientras otras, troncales, se inflan. Habla también del fin de muchos principios y de la llegada de una violencia efectiva aunque desarticulada, porque ya es natural, extensiva, accesible. Una violencia con un dispositivo on-off perpetuo. Y también habla de nosotros, que somos la madera sobre la que cualquier mundo se construye. Y, sin embargo, igual que hay oportunidad para la poesía de lo cotidiano o para la risa de lo absurdo, también existe la esperanza de que pronto comprendamos. Si un bazooka, un avión, una pistola, un joystick o nuestro cráneo son los resultantes de la poda, igual es que la poda ha comenzado a automutilarse. Igual es que la sierra que tenemos en las manos ha optado finalmente por virarse, para hacer saber a nuestro cuello, al final del corte, el valor real, en peso, de cada gramo de nuestro cerebro.
Sólo son palos. Restos de una poda expuestos en vitrinas o dibujados con el ojo de un naturalista. Especímenes todavía por catalogar. (Pepe Medina)