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 "En una sola brizna de hierba está contenida toda la esencia del universo. Está impreso el secreto de la vida".

Según una antigua leyenda bosquimana de una tribu del Afrecha meridional "en el principio de los tiempos el mundo estaba vacío. La hierba no vestía las praderas, los árboles no cubrían aun las laderas de las montañas. En el cielo no había pájaros y ninguna clase de animal se arrastraba sobre la tierra. Las aguas estaban negras, estériles y muertas. Pero, una mañana, el sol se enamoró del mar y de las míticas nupcias entre la luz y el agua, nacieron todas las plantas y todas las criaturas que pueblan el mundo".

¡Qué privilegio para los humanos y para los humanos artistas contar con la luz, con el agua, con las plantas, con la Naturaleza...! La presunción del hombre de dejar una huella de ... sí en la naturaleza y dominarla es ya harto conocida. Y, quizá, de todos los elementos naturales, tal vez sea el vegetal, por ser más cercano y más dominable, el más intervenido. En otro tiempo fue el arte de los jardines, de los parques, del urbanismo en verde. En este momento, en el que existe la amenaza creciente de una gran eco catástrofe, cada vez es más intenso el contraste artificio-natural; la necesidad del hombre de modificar el dato natural (un prado, hierba, arena, conjunto de ramas, hielo, mar, cordillera) ha llevado a muchos artistas a determinar que se puede hacer arte, también, con la naturaleza, en la naturaleza y contra la naturaleza. Esto pone de manifiesto el conflicto entre artificio y naturaleza (pensemos en las intervenciones artísticas en el medio natural), entre naturaleza artificializada y artificio naturalista.

Por eso es positivo y digno de elogio el esfuerzo con el que algunos artistas se han aproximado a la naturaleza, han tomado conciencia de la transformación del terreno, de las plantas, del valor de un crepitar de hojas, de una variación del paisaje con las diferentes estaciones.

Por eso me ha alegrado poder ver el trabajo de Tucha, porque ella es una de estos artistas que lleva años centrada en el medio natural.

Pero, en esta ocasión, se ha acercado al mundo vegetal con la precisión del naturalista y con la sensibilidad del artista. No para recrear el medio sino para penetrar en su entraña y trascenderlo. Se ha acercado a la futilidad liviana de la hojarasca, el tortuoso arabesco del tronco del árbol, la perfecta nervadura de las onduladas hojas del roble, la profundidad de los surcos rugosos de las cortezas... impresiones que conforman texturas, luz, color y ritmo, ¡sobre todo, ritmo!, el ritmo que subyace en el mundo vegetal y en todo el universo. Y para ello se vale de las herramientas propias del artista-pintor: la línea, el color, la forma y la luz.

Tucha utiliza la especie vegetal como inspiración, como motivo y como metáfora. Como inspiración porque extrae los detalles, las líneas, el color, los ambientes y texturas con la sola contemplación de las distintas especies vegetales.

Como motivo porque, en muchas ocasiones, es la propia materia, la propia hoja, la que deja su impronta en la tela a través de la tinta. Como metáfora porque la vegetación le sirve como pretexto para crear mundos sutiles, densos escenarios o poéticas variaciones que son, en realidad, reflejos de un mundo interior, son atmósferas del alma, estados de conciencia. La poética vegetal se trasmuta, por la expresión de los materiales, en la complejidad, la sutileza y el cambio "estacional" de las entrañas de la autora.

El arte, aquí, no imita la naturaleza, ni la representa sino que la trasciende. Aunque puede que siempre haya sido así, ya desde los bisontes pintados en las cavernas porque es el ser humano, el artista, el que anhela, sueña, desea y posee. La Naturaleza está, permanece, existe. Su esencia y belleza son "por sí mismas".

Según los artistas orientales*, y hay mucho de oriental en la obra de Tucha comenzando por el espíritu, "en cada forma de belleza hay cuatro niveles de talento. Ocurre en la pintura, la caligrafía, la música y la danza. El primer nivel es la "competencia". El pintor oriental contempla dos dibujos idénticos de un bosquecillo de bambúes, una pintura típica, bien hecha, con detalles y líneas que expresa fuerza y longevidad. La competencia es la habilidad para dibujar algo una y otra vez con la misma fuerza, ritmo y sinceridad.

El segundo nivel es la "excelencia". Ahora contempla un dibujo de varios tallos de bambú, más sencillo, se hace más hincapié en las hojas y menos en los tallos. Su belleza es única. Expresa a un tiempo fuerza y soledad. El pintor menor es capaz de captar una de estas cualidades, pero no la otra.

El tercer nivel es lo "divino". El artista dibuja un solo tallo de bambú. Las hojas son ahora sombras mecidas por un viento invisible. El tallo es sólo sugerencia y las sombras están más vivas que las hojas, pues éstas tapaban la luz. La persona que ve esto no tiene palabras para describir como lo han hecho y el pintor no podrá volver a captar el sentimiento de esta pintura: sólo una sombra de la sombra.

El cuarto nivel es superior, y todo mortal tiene en su naturaleza la capacidad de hallarlo. Sólo podemos percibirlo si no intentamos percibirlo. Se manifiesta sin motivación ni deseo ni conocimiento del posible resultado. Es puro. Es lo que tienen los niños inocentes. Es lo que los viejos maestros recuperan cuando han perdido la razón y vuelven a ser niños. Entonces se mira la pintura de un óvalo que se titula "en el interior de un tallo de bambú". El óvalo es lo que se ve estando dentro, mirando hacia arriba o hacia abajo. Es la simplicidad de estar dentro, sin razón ni explicación para ello. Es la natural fascinación ante el descubrimiento de que todas las cosas guardan relación con otras, un óvalo de tinta con una página de papel blanco, una persona con un tallo de bambú, el espectador con la pintura...El cuarto nivel es la "espontaneidad".

Contemplemos detenidamente la obra de Tucha y...busquemos en el fondo, sintamos en el alma y saquemos conclusiones...