Aún hoy anda por mi casa una vieja raqueta Wilson Jack Kramer que perteneció a mi hermano y que, inevitablemente, me transporta en el tiempo y el espacio a una época de mi vida que ya se ha esfumado. Afortunadamente, esos objetos cargados de nostalgia y sentido tienen la particularidad de conseguir jugar con el tiempo como quien pelotea en una pista de tierra batida.

En mi infancia fueron muchos los momentos en que, por una u otra razón, tuve presente el tenis y, aún sin ser un jugador aventajado, no fueron pocos los días que pasé intentando mejorar mi estilo. Eran los tiempos de Connors, de Vilas y de tantos otros superhombres que se medían en los torneos como auténticos gladiadores. Nosotros, desde la distancia, repasábamos los vídeos una y otra vez, y alucinábamos con aquellos partidos que parecían ... no tener fin. Pero ahí viene la primera lección: no sólo las cosas cambiaron, sino que además aprendimos a contar con la presencia del tiempo como el principal rival al que todos debemos enfrentarnos inevitablemente.

Yo me dediqué al arte, y mis amigos a otras actividades. En realidad, cada cual fue asumiendo un destino, de modo que cada vez era más difícil poder quedar con alguien para bolear un poco en el club. Algunos no volvieron a mencionar siquiera la palabra tenis.

Dicho esto, parecería que se puede poner ya el punto final, pero no es así.

Segunda lección: con los años comencé a notar que había muchas cosas en la vida que se parecían al deporte blanco. En efecto, creo que toda la existencia es un gran partido de tenis. No, no es una frase dicha por decir. Ves a las personas, la sociedad, sientes las sensaciones, te ilusionas, sufres o te alegras por momentos, pierdes la concentración, crees que no todo está perdido, no te puedes confiar, no puedes subestimar a tu rival ni perderle el respeto, exiges jugar limpiamente o te vas con dignidad, igual que en ese rectángulo color ladrillo con líneas blancas pintadas con cal.

Me gustan las victorias que se construyen punto a punto (no por casualidad); me gustan los fracasos que se van asumiendo, me gustan los golpes brillantes, me interesan los buenos perdedores, me entusiasma la cabeza fría mezclada con la pasión, y un largo etcétera propio del tenis y de la vida en general. La sutileza de un trazo, la intensidad de un acento en la textura, la bravura de una forma o la genialidad de un silencio: todo lo que tiene que ver con cómo somos y de qué pasta estamos hechos.

He llegado a estos dibujos como a todas las cosas con las que he topado. Haciéndolos no he dejado de pensar en lo imprescindible que es mantener presente el recuerdo de todo aquello que ha sido auténtico. Porque de repente descubres que era más importante de lo que pensabas. Los dibujos de tenis son dibujos sobre mi primera juventud o la de algunos de mis buenos amigos.

No hay mucha diferencia entre una tela en blanco y una cancha donde todo está por pasar. Es como si con el carbón volviera a trazar los pasos recorridos a golpes que se van sumando en ese acto casi teatral del partido. Y al contemplarlos en la pared de mi estudio, antes de cerrar la puerta hasta el día siguiente, no puedo dejar de pensar en ese último juego (last game) aún por jugar, en otro momento…