Descripción de la Exposición ------------------------------------------------------- ------------------------------------------------------- De la utilización de los cuatro elementos, surgirá el objeto cerámico, pero no va a ser por arte de magia. Para ello se necesita que alguien piense cómo ordenarlos y en qué proporción y que, a la vez, sea capaz de dar forma a esos pensamientos
“Las manos y el saber del alfarero. Homenaje a Antonio Naharro”. Comisario: Enrique Martínez Glera.
En más de una ocasión he escuchado que el hombre piensa con las manos y, en el caso que nos ocupa, parece ser así: de nada sirve la teoría, si no hay una conclusión práctica.
Las manos son las que dirigen el pensamiento y domeñan la tierra -arcillo- desde su nacedero —el barrero-hasta convertirla en polvo, previo destorronado, machacado o molido. Son las que la mezclan con el agua, resultando una materia viva —el barro- que hay que amasar y, a través del torno, darle forma —los diversos modelos que se van creando, de ilimitadas posibilidades.
Pocos instrumentos se precisan para ello: la fuerza centrífuga de la rueda, una “media caña”, una “tiradera”, una “alpañata” para afinar, el “alambre” para cortar y las manos siempre.
Torneada la pieza, tendrá el aire su momento: el oreo y secado, con mimo para evitar agrietamientos que desgraciarían todo el proceso.
Y llegará el turno del fuego: el horno, donde se dará consistencia a todo el trabajo. Y seguirán las manos actuando y el saber también: encender, templar, caldear, cocer… Todo a su tiempo. Todo a la medida ¿Está?… ¿No está?… No se puede permitir ninguna equivocación, si se quiere tener éxito. Sólo falta dejar enfriar, sin impaciencia, para no malograr el objeto final.
El alfarero hace una labor propia de alquimistas, transformando los cuatro elementos, pero de poco serviría si en la pieza no quedase la impronta del hombre.
Los alfareros chinos pedían a los letrados que en las paredes de las vasijas, por su parte interna, les escribiesen palabras sagradas. Luego las cerraban y ya nadie podría leer lo que quedaba dentro, pero ellos sabían que estaban allí y se conservaba su espíritu.
La impronta del hombre es el espíritu y. mientras haya alfareros que sepan su oficio, se mantendrá esa unión. Al fin y al cabo, todos componemos la unidad y necesitamos de lo mismo: tierra, agua, aire y fuego.