Descripción de la Exposición ------------------------------------------------------- ------------------------------------------------------- Graffiti, stencils, un King Kong (pequeñito) sobre un autobús de dos plantas, rótulos hechos a mano, gente que mira escaparates o echa un vistazo en un puesto de un mercadillo popular, de esos del extrarradio de cualquier ciudad, gente esperando el autobús o hablando con el celular. Gente. Una calle cualquiera, con lustre de viejo rincón europeo o apenas el espacio entre medianeras, edificios abandonados. Una limusina, un aseo, una pasarela que separa lo divino de lo humano, la ciudad. Músicos tocando, una big band no crean, así es la Ciudad. Así la ha visto Antonio Jesús García.
Comisario: Fernando Barrionuevo.
Parece fácil ¿verdad? Salir, mirar y disparar. Durante décadas se ha dicho que eso era la fotografía: mostrar lo que vemos, sin trampa ni cartón. Sinceramente nunca me lo he creído: cuando hacemos eso, las fotos nos devuelven una versión empobrecida de las cosas, que no coincide con nuestra experiencia directa. ¿Dónde está la clave de estas imágenes que, por el contrario, nos muestran retazos vivos, latidos de la metrópoli? ¿Cómo lo consigue Antonio Jesús? ¿Cómo lo hacen los grandes fotógrafos, que generan fragmentos de una realidad que solo vemos al contemplar sus trabajos? Desde luego no conozco la respuesta pero tengo algunas ideas al respecto.
En primer lugar Antonio Jesús García respira cultura popular por los cuatro costados: es un animal de ciudad, un observador activo que se implica con aquello que fotografía. Aunque muchas de sus imágenes son “fotos robadas”, tomadas sin que los sujetos que en ellas aparecen sean conscientes de que son observados, la relación que se establece no es la del flaneûr omnisciente, todopoderoso, que observa a salvo la experiencia vital del otro. Hay complicidad, navega en el mismo barco que las personas a las que fotografía. El respeto está tan presente que más que instantáneas parecen fotogramas de una película cuyo título, argumento y protagonista desconocemos. No hay carga literaria, no hay narración épica que justifique las presencias (y ausencias) que observamos. Solo la complicidad de alguien que mira y alguien que es mirado en el ágora común de la calle global.
Por otra parte, son imágenes sin acción, silenciosas. No vemos a unas monjas que caminan en grupo. Realmente vemos un vacío, el espacio que dejan sus sombras, la mancha blanca de sus hábitos en contraste con el suelo gris y con la umbría de los edificios colindantes. Hay algo contemplativo, casi místico en esa ausencia que a los demás sin duda se nos escaparía inadvertida. Claro, es el fruto de una enorme sofisticación compositiva, de un proceso activo de eliminación de lo superfluo, conseguidos ambos a base de respirar al mismo ritmo que lo hace la realidad.
Tal vez percibir la sofisticación visual en imágenes tan aparentemente sencillas sea el camino más difícil que le queda al espectador para penetrar en el secreto de su creación, de su elegancia. Ahí van un par de pistas. Tal vez han oído hablar del tema del “cuadro dentro del cuadro”. Es una constante en la iconografía del barroco que permitió a artistas como Velázquez o Vermeer plantear reflexiones sobre la naturaleza de la imagen pictórica, al modo de una filosofía hecha con medios estrictamente visuales. Bien, ahora den una vuelta por la galería y busquen algo parecido: esos escaparates frente a los que se reflejan y palidecen borrosos los paseantes. Verán que el diálogo entre realidad y apariencia está aquí nuevamente formulado, ahora con el vocabulario visual de la fotografía contemporánea. La pregunta podría ser: ¿Qué es lo real: lo que me rodea, de lo que formo parte como sujeto activo (Fotografío, luego existo, que diría Descartes); o las pantallas, las proyecciones, las ventanas que me envuelven, adaptándose a mis deseos como el guante a la mano, que me dibujan como sujeto anhelante (Take the blue pill, Wachowski Bros. dixit)? ¿Los músicos o los maniquíes del escaparate? Si, ya se que es muy filosófica la pregunta, pero solo hace falta mirar atentamente para leerla en las imágenes y sobre todo, para ver la respuesta que nos propone el autor.
Otra pista más y les dejo en paz disfrutando con las fotografías: en una de ellas hay un homenaje a uno de los mayores fotógrafos del siglo XX, Lee Friedlander. En otras se respira la complicidad del Robert Frank de los 50. Hay más, no quiero aburrir ni sugerir que Antonio Jesús García no es original. Antes al contrario, lo es profundamente, como parece que dijo Gaudí, volviendo a los orígenes. En una cultura visual como la contemporánea, dominada por un uso vicario de la imagen fotográfica, trabajar desde estas referencias se convierte en una apuesta por el valor de lo fotográfico como herramienta de un humanismo de nuevo cuño, adaptado al panorama abrumador, excitante, de los tiempos y los espacios que nos ha tocado vivir.
Adolfo Rosillo Herrera.
Profesor de Historia de la Fotografía
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