Los cuadros muestran el cuerpo humano como forma y símbolo fundamental, territorio misterioso de las pasiones y principio de la sensibilidad. Los cuerpos desnudos, dibujados en la estela de los apuntes anatómicos de Leonardo, se muestran en su menesterosidad, vulnerables pero no mezquinos, enigmáticas máquinas con corazón. Por tanto, el motivo central siempre es la figura humana como sustancia clave, empapada de cierto lirismo trágico, bella en definitiva, sin la sordidez de algunos pintores de la escuela de Londres. Así, nos vemos expuestos ante la revelación del cuerpo como epifanía o aparición -apariencia-, que emerge de un vacío indefinido o se sumerge en él con languidez. Y aquí es donde quizá más claramente pueda verse, en términos pictórico-estéticos, la raigambre oriental de Noguchi, su dimensión zen: el cuerpo desnudo no es ubicado en un marco que encuadre y subraye un significado existencial, contextualizando su condición por ejemplo ... en una habitación solitaria: los cuerpos flotan en una ausencia oceánica, primordial, en una tabla que se abandona sin pintar, figuras sin fondo protagonistas de una representación inconclusa que asoma o se hunde en la niebla de los límites.

Un estudio plástico del cuerpo humano donde el desnudo concilia el estudio clásico con la espiritualización de la sustancia, encuentro privilegiado de dos concepciones occidental y oriental. La carne como élan vital, fuerza o verdad animada que afronta el re-conocimiento y la disolución no como un absurdo nihilista sino como una vivencia liberadora.