Descripción de la Exposición Los pintores abstractos son en la escena internacional del arte actual, muy raros. Pero, a la vez muy buenos. Entre ellos, un sitio preeminente corresponde a Antonio Freiles. La afirmación proviene de sus 'obras recientes' que indican cual puede ser hoy la suerte de la pintura abstracta, después de noventa años de estrepitosa historia: no es siempre siempre una mayor renuncia al dato icónico, un abstraerse de la realidad que, por via del lenguaje, se consume dentro del cuadro, ni una racional y coherente evolución del Cubismo y del Surrealismo gracias a la cual la pintura se ha convertido en el lugar personal, a la vez que separado del espíritu y de la mente, pero con la extraordinaria capacidad de la pintura de abstraer de sí, la ubicación histórica del que mira, para colocarlo en un entorno diferente. He aquí la nueva frontera de la abstracción de Freiles: ella no ocurre en el cuadro, sino en aquel fragmento de realidad que es el mismo observador, sustraído al verdadero 'abstracto', a la condición de fragilidad y de obstáculo e invitado a introducirse más allá del umbral pictórico para descubrir y habitar un lugar diferente, un espacio móvil de imaginación y realidad. En el llegar a tal supremo confín, Freiles que solo se ha construido en un lenguaje propio, absolutamente individual, no busca transgresiones respecto del espacio, aunque aún quedando en la superficie bidimensional y con los instrumentos propios de la pintura, crea 'entornos.' Basta observar las últimas y suntuosas pinturas al aceite en las que el artista interviene con toda su experiencia, sus sueños abstractos y sus humanas debilidades. Además de algunas obras de clara huella tímbrica, utiliza colores intensos y a menudo entre ellos disonantes, con extrema coherencia, es como si el artista hubiera bajado los tonos, prefiriendo un diálogo sumiso, hecho de pausas y de silencios; es como si hubiera apagado la luz, prefiriendo la penumbra de los conmovedores grises, tono sobre tono, de castañas quemadas o de penitencial violeta, casi abandonando los exultantes colores, de fina textura, que lo devuelve a lo ya conocido. Es como si, a la improvisación, le hubiera llegado un ligero viento de melancolía, una atmósfera casi romántica, más meditativa que contemplativa. No sólo el color, parece adueñarse de todo, los signos que se articulan en formas elípticas en el espacio, o construyen renacentistas arquitecturas, determinando nuevos espacios de armonía. Un signo que es presencia y sombra, ser y aparecer, color, movimiento y luz, y que consigo lleva el regocijo de la rosa que sabe que en el florecer está su marchitar. La estructura compositiva es de un absoluto equilibrio, confiado al dominio de la razón que controla también los rápidos arrepentimientos, los deslizamientos, los repentinos umbrales que se abren por un ulterior recorrido mental, los espacios blancos de fuga y paradas, las calculadas hendiduras por las que transita la sobrecogedora fantasía. He aquí las líricas estancias de la pintura, en donde se puede viajar con la mente y respirar con los sentidos, en donde lo imaginable deviene visible; he aquí los muros de una abstracción que parece invitar a abandonar, por un instante, la anestésica realidad, el ruido y la superficialidad, para luego volver, reconciliados, y recomenzar.
Exposición. 12 nov de 2024 - 09 feb de 2025 / Museo Nacional Thyssen-Bornemisza / Madrid, España