Descripción de la Exposición ------------------------------------------------------- ------------------------------------------------------- El artista como territorio El artista asteroide con su red de cavernas, minas y galerías nos conduce a la idea de una topografía del arte donde una persona es un mundo. La topografía, en forma de una cartografía simbólica, siempre es un método auxiliar de gran valor en la comprensión de cualquier proceso abstracto, pues permite la sistematización de lugares comunes y territorios del pensamiento, a pesar de que los procesos de orientación personales lleven siempre a mapas divergentes. El desarrollo sincrónico y siamés de geografía e historia crean la sensación de un universo expansivo que se desarrolla y describe por medio de un proceso de exploración permanente. El mito del artista explorador adentrándose por medio de nuevos lenguajes más allá de las fronteras del pensamiento implica una concepción colonial de lo espiritual. El artista vanguardista busca un territorio nuevo y virgen donde colocar su banderita. El arte de vanguardia puede ser comparado con una gran carrera de Oklahoma, donde cada uno busca ansiosamente su parcela. En la época transvanguardista, con el declive de la idea de una historia en progresión expansiva, la estrategia postmoderna reside más bien en hacerse un hueco y defenderlo con uñas y dientes. El artista cultiva una especialidad en un terreno acotado esperando que este resulte reconocible como identidad y marca de fábrica. El resultado patético es que a menudo lo más identificable resulta lo más limitado. El artista se constriñe a la mera reiteración en un territorio claustrofóbico. Falsifica un estilo constriñendo las posibilidades expresivas. Limita conscientemente su discurso, dándole vueltas y vueltas a las mismas obras. Como un hamster dando vueltas a su rueda. La representación de un territorio artístico personal aparece de un modo muy diferente en los artistas visionarios y marginales de lo que se ha venido a denominar art brut. La pulsión creativa autodidacta adopta a menudo una concreción física muy apegada a su realización terrenal. Surge el artista constructor y el artista jardinero. Entre los artistas constructores destacan el cartero Ferdinand Cheval que construyó el Palacio Ideal de Hauterives en Francia y Simon Rodia que levantó las torres de Watts en Los Angeles de California. Ambos partieron de una visión que tuvieron en sueños y dedicaron treinta años de su vida a ir haciendo. poco a poco, con métodos artesanales y ellos solos, unas arquitecturas similares a las que habían vislumbrado. Resultan más numerosos los jardineros que erigen un jardín de estatuas como un bosque encantado, eco popular del Bosque de los Monstruos de Bomarzo. Lo que comienza como la decoración de un terrenito propiedad de una persona con creatividad latente y sobre todo mucho tiempo libre, acaba constituyendo la obra de una vida. El jardín es entendido como isla encantada, personal, un mundo hecho realidad, exteriorización lúdica de una fantasía paradisíaca. El territorio acotado donde realizar la afirmación reivindicativa de una personalidad excéntrica. El territorio privado donde el propietario modela un mundo a su capricho. El Edén se traviste de parque de atracciones. A menudo el artista-jardinero se apropia de elementos exteriores personalizándolos. Abunda el mosaico, los juguetes reciclados, las esculturas de cemento. El jardín es un autorretrato del jardinero, una ampliación de su cuerpo, su casa, su hábitat como espacio imaginario. El jardinero nos recibe en su planeta y nos brinda hospitalidad en el interior de su mente o nos rechaza como intrusos en un universo del que se siente divinidad. El artista jardinero establece un símil con el artista que se apropia de elementos variados para la construcción de un territorio mental personal. Mas aún. Todos somos jardineros. El sistema perceptual humano establece un territorio de identidad formado por una mezcla de elementos escogidos o impuestos que son asimilados en la formación de una esfera personal. De un modo lógico o instintivo, el ser humano busca rodearse de elementos que le acompañen, que le devuelvan una imagen gratificante de sí mismos y del mundo, que le produzcan bienestar. El territorio mental de un artista es como un bosque que es cultivado a lo largo de la vida para formar una especie de jardín que no olvida sus orígenes selváticos y siempre está bajo la amenaza de invasión por parte de las convenciones mentales del resto de la sociedad. La agresividad del imaginario privado respecto a las convenciones modales, de modos y de modas, representa la capacidad imperialista del pensamiento individual en conflicto con un empobrecedor acuerdo colectivo. Extraño hasta de sí mismo, el papel del artista le obliga a explorar un territorio mental donde solidificar un discurso y crear un pequeño imperio. La fe nacionalista establece la idea de un pueblo, una lengua, un estado. Desarrollando un lenguaje propio y afirmando su independencia, el artista se convierte en una república del yo. La reconstrucción del Edén Cesare Lombroso, estudioso de la antropología criminal, establecía paralelismos, coincidencias, entre artistas, genios, locos y criminales. Este hombre cayó en el descrédito. Pero tenía razón: el artista como tal es un criminal, porque su actividad se fundamenta en transgredir una ley, y un loco, porque la ley que transgrede es la del sentido común; entendido como el común acuerdo de establecer qué es la realidad como hecho que existe ya. La operatividad de un artista se basa en la capacidad de producir un deslizamiento semántico del lugar común hacía su propio campo de ideas, creando una enriquecedora extrañeza en lo familiar, un deslizamiento hacia una forma que se intuía, pero no se conocía como tal y todavía no había acuerdo en que eso era así, pero resulta inteligible y funcional, y se va haciendo así. Esto hace crecer el universo de alguna manera, o lo desplaza, porque de mientras, se olvidan otras cosas. La capacidad de llevar lo tópico a un terreno individual es la base de una poética personal La originalidad del artista radica muchas veces en que su espacio mental personal tenga a la vez una rareza especial casi exótica y sin embargo una capacidad directa y clara para relacionarse con el imaginario de los otros seres humanos que se ponen en contacto con él. Su territorio artístico no es una isla, sino un lugar de encuentro. La mítica del arte bruto nos ofrece la imagen del artista desvinculado de la sociedad que trabaja solo para sí mismo, obedeciendo a una pulsión ciega. Ejemplos como el de Cheval vendiendo postales y cobrando entradas por la visita a su palacio, la postura de muchos artistas marginales que cultivan la excentricidad psicótica como modo de vida o que trabajan para los propios dioses -un público ideal, al fin y al cabo- ponen en entredicho esta imagen del artista como autista. Hay un mercado del arte bruto con sus galerías y revistas especializadas. El arte bruto aparece como un ghetto en el que aparcar una serie heterogénea de creadores, cuyo denominador común es ofrecer un origen o carácter marginal como seña de autenticidad. La construcción del territorio interior es un proceso utópico que plantea la apropiación del mundo exterior en un desarrollo autoafirmativo. Ni siquiera parece una operación consciente. Aparece como imagen de un más allá de donde las cosas surgen y hacia donde las cosas debieran ir. Esto convierte al creador en un visionario huevo cósmico relleno del magma de su propio caldo de cultivo creativo. Son construcciones sobre fortalezas infantiles que no han sido derruidas en el proceso de socialización adolescente. Fascinante mirada infantil fascinada, egoísta, egocéntrica, maravillada. Pequeños demiurgos realizan grandes milagros con modestos tesoros encontrados por los suelos. Pero es demasiado tarde para tener un ojo libre y salvaje. El artista ha perdido la inocencia infantil. Expulsado del paraíso, ha de recuperarlo, reconstruirlo más allá de una bondad inicial olvidada. El territorio mental puede llegar al terror de un infierno neurótico, pero en realidad es el proyecto de un paraíso privado. El artista jardinero construyendo un territorio de identidad apunta a la voluntad de construcción de un universo humanizado. Una estrategia de fortificación. En el interior de los muros, protegido de la debacle social circundante, crece el jardín del edén particular. En cierto sentido egoísta todos somos jardineros. Cada humano ha de construir su entorno mental, de una manera casi siempre inconsciente, mediante un sistema de elecciones. Busca rodearse de los fetiches y símbolos que le dan energía e identidad. Elegimos lo que somos en la medida en que conseguimos ser aquello con lo que nos gusta identificarnos. Elegimos lo que queremos ser. Un sistema mental es un repertorio de gestos, actitudes e ideas escogidos que se manifiestan por medio de una selección de imágenes y objetos. La construcción de un falso Edén por medio de una serie de elecciones standard a la carta establece la suplantación del consumo. Falsa originalidad estandarizada y parques de recreo en céspedes de chalecito suburbano. Campos de golf y parques temáticos como síntomas de una digestión distraída de la existencia. La Utopía no es un jardín privado. La personalización territorial de diferentes discursos establece una geografía aleatoria y la conjunción de redes impensadas. La enervación personalista ha establecido la principal reserva del arte, que es la existencia de muy distintas lecturas del mundo que dificultan la uniformización espiritual emocional o ideológica. La existencia de mundos personales variados invalida la realidad como convención. La convención es una visión reductora del mundo formulada por un acuerdo común funcional y operativo. Fes y dogmas religiosos, programas políticos, ideologías, información en perpetuo proceso de tergiversación por medios de comunicación en masa, publicidad, manuales de instrucciones y libros de recetas. Vecinas tendenciosas que mienten por diversión. Tertulias de sobremesa. La labor artística implica una subversión contradictoria de la visión consensuada transgrediendo sus límites y forzando una ampliación perceptiva de la realidad. Presentación y representación de visiones que cuestionan o contradicen el consenso general, la realidad establecida como común acuerdo, que abren la puerta a lo desconocido, que desnudan la suplantación de lo maravilloso por lo predecible en nombre de la cordura. La voluntad de crear un nuevo mundo, la necesidad imperativa de invadir el espacio actual ocupándolo con él, es lo que forma el ámbito de la maravilla. El Edén es el propio mundo real desprovisto de la máscara de la vulgaridad. El reino de lo impensable, de lo imprevisible, la irrupción del disparate, lo extraordinario, inesperado, desconocido. El prodigio.
Pablo Milicua (Bilbao 1960), ha reunido en ésta exposición la obra de cinco artistas, además de su propio trabajo, con el fin de crear una nueva realidad que nos remite al universo del propio artista y comisario Milicua y de sus artistas invitados Koko Rico (Vitoria 1965), Paco García Barcos (Zaragoza 1957), Marina Vargas (Granada 1980), Samuel Salcedo (Barcelona 1975) y Yolanda Tabanera (Madrid 1965). Con ellos crea un nuevo territorio habitado por todo tipo de seres, algunos grotescos, otros fantásticos, pero siempre amigables cómplices en éste nuevo paraiso. En la imagen de la invitación los artistas participantes esperan nuestra visita, en el ambigú de éste nuevo Edén, mientras se toman un aperitivo ¡Salud!
Exposición. 26 nov de 2024 - 16 mar de 2025 / Museo Nacional del Prado / Madrid, España
Formación. 23 nov de 2024 - 29 nov de 2024 / Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (MNCARS) / Madrid, España