Descripción de la Exposición
Decía Herny David Thoreau que todas las cosas buenas son salvajes y libres. A Thoreau le encantaba pasear por la naturaleza. Bueno, decir que le encantaba es quedarse corto. En Caminar llega a decir que no podría conservar la salud y el ánimo sin dedicar al menos cuatro horas diarias a andar. Muy probablemente los artistas Cris Bartual y Miquel Ponce no necesitan caminar tanto, no obstante su visión de la naturaleza cotidiana y su relación con lo humano es igual de profunda que la de este excéntrico estadounidense.
Esta exposición constituye un constante juego entre la relación de lo artificial con lo natural. Trata de cómo dependemos de la naturaleza, sí, pero también de cómo influimos en ella, como la afectamos, cómo la conquistamos y cómo nos reconquista con el debido tiempo. Uno simplemente puede ver La vida sin nosotros y darse cuenta de que más allá de la Presa Hoover, los residuos radiactivos y las bolsas de plástico, poca huella permanente vamos a dejar antes de que nuestras estructuras se llenen de flores.
Y de flores va el asunto, por lo menos al principio. De flores y de imágenes de flores, “esto no es una pipa” se dijo en los años veinte, “esto no es una flor” podríamos decir en los años veinte. Al igual que los humanos intervenimos en la naturaleza y la naturaleza en nosotros, estos artistas intervienen las imágenes que crean, con modificación tras modificación. De la flor silvestre a la imagen de la flor silvestre, y de ésta, a la imagen de la flor silvestre tratada, modificada, superpuesta y expuesta en múltiples formatos. Un blanco y negro con encuadres imposibles que podría ser obra de Maya Deren. Un juego de espejos en toda regla, uno que nos desorienta y nos hipnotiza, pero que también nos acerca extrañamente al sujeto retratado.
De cercanía también va el asunto, de eso y de lo lejano e inalcanzable. Aquí los límites se desdibujan, una piedra mundana, de las que vemos todos los días y a las que no prestamos atención, se convierte en una roca lunar o incluso en un fragmento del cinturón de Kuiper, mientras que estrellas a un googolplex de distancia y de tamaño inimaginable parecen meros reflejos en el agua. Lo táctil está tan presente que parece que podamos tocar el cosmos y bañarnos en las constelaciones. De hecho bañarnos no, pero tocar el cinturón de asteroides sí que podemos gracias a las constelaciones de rocas situadas en el suelo, tan cerca de nuestra mano como lejanas parecen; una realidad que permanece oculta hasta que uno se fija.
Y también de lo oculto va el asunto, porque no hay Luna ni estrellas sin noche. Las salidas nocturnas fueron una constante en la producción de la exposición, y gracias a ellas se nos presenta una perspectiva poco familiar de una naturaleza que no es la misma que vemos de día. El bosque es el mismo pero es otro, los ojos de las arañas a las que no prestamos atención pasan a ser esmeraldas dignas de Asurbanipal, y las sombras que proyectan las linternas son de una exageración propia de Caligari. Sería un error creer que estas sombras son una realidad de segunda clase, un negativo deformado de la realidad, y los artistas son conscientes de eso. Por ello deciden activamente ponerlas en un lugar privilegiado, como marco, soporte y cimiento de las realidades diurnas. Así, fotos, plantas, piedras y demás realidades que existen bajo el sol están literalmente enmarcadas en madera recortada bajo la silueta que los objetos diurnos proyectan. Colocados ante un sol artificial, forman planchas nudosas, puntiagudas e incomprensibles que aúnan el día con la noche. Si lo anterior era un juego de espejos, esto es la camera obscura, la linterna mágica que proyecta sombras chinescas, la Black Maria de Thomas Edison. Es preservar un detalle desapercibido en un objeto tangible, una gesta imposible: Tratar de atrapar en el tiempo una sombra que no se deja.
Y de atrapar en el tiempo va el asunto, porque tanto la preservación en el tiempo de momentos y de seres vivos, son ejes centrales de la propuesta. Aquí conviven el ser vivo captado en foto, el ser muerto pero eternamente preservado y el ser vivo sin más, y lo hacen en forma de fotografías, plantas conservadas en escayola y plantas vivas. Para preservar una planta en su forma presente debes matarla, convirtiéndola en una escultura de escayola. La otra opción es quitarle un pedacito de alma con una cámara de fotos y atesorar una imagen que es inodora e insípida, todo lo contrario a un ser vivo.
La temporalidad, no obstante, no solo está en lo vivo sino también en lo inanimado. Así los artistas colocan fragmentos de asfalto, quizá el más humano de los minerales, y se atreven a falsear la historia geológica con sus propias piedras de escayola, creando un espacio en el que todas las épocas parecen convivir a la vez. La época geológica más reciente, el Antropoceno, comprende desde la revolución de la agricultura hace unos 12.000 años hasta nuestros días, y su investigación nos ha dado extravagancias tales como una excavación arqueológica en el lugar donde se celebró hace 50 años el festival de Woodstock (aunque no quiero imaginar que clase de “plantas fósiles” han encontrado). Por medio de la combinación de lo imposiblemente antiguo con objetos tan nuevos que han sido creados para la exposición, los artistas nos meten de lleno en un enfrentamiento con la fosilización y el tiempo mismo.
Y de meterse de lleno va el asunto, porque la propia disposición de la sala no hace otra cosa que evocar la mirada del caminante perdido en la naturaleza. Imágenes en vertical, en horizontal, de formato enorme que solo se aprecian a distancia o tan pequeñas y detalladas que uno tiene que acercarse como si mirase un insecto en una hoja. Imágenes y objetos colocados a ras de suelo y tan arriba que tenemos que levantar la cabeza, objetos de formas, colores y texturas de todo tipo. Una variedad inacabable.
Al final el asunto va de muchas cosas. Es un río caudaloso de estímulos, una disposición diversa que nos hace mirar a todos los lados, una experiencia para el visitante análoga a la experiencia de los artistas en sus paseos, un bosque entero metido en una habitación, la más artificial de las naturalezas pero desatada y sin domesticar, porque, al final, todas las cosas buenas son salvajes y libres.
Albert Alcañiz, mayo 2022.
Exposición. 19 nov de 2024 - 02 mar de 2025 / Museo Nacional del Prado / Madrid, España
Formación. 23 nov de 2024 - 29 nov de 2024 / Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (MNCARS) / Madrid, España