Descripción de la Exposición
Nuestro mundo no puede entenderse sin máscaras y enmascarados y menos aún en el momento actual, en el que una pandemia nos ha obligado a vivir detrás de ellas. La máscara nunca miente, comisariada por el escritor y activista cultural Servando Rocha y por el jefe de exposiciones del CCCB, Jordi Costa traza un recorrido a través de los usos políticos de la máscara en la modernidad. La exposición, que se podrá ver en la sala 2 del CCCB entre el 15 de diciembre de 2021 y el 1 de mayo de 2022, aborda las políticas de control sobre el rostro, las resistencias culturales a la identificación, la defensa del anonimato, las estrategias de terror en el acto de ocultación o la forma que tienen los malos, los héroes o heroínas y los disidentes de mostrarla como símbolo identitario.
A partir del ensayo Algunas cosas oscuras y peligrosas. El libro de la máscara y los enmascarados, de Servando Rocha (Ed. La Felguera, 2019), esta exposición propone una historia subterránea del último siglo y medio bajo el signo de una máscara desacralizada, que se infiltra dentro del paisaje político como instrumento al servicio de perversos ejercicios de poder o como herramienta para la construcción identitaria en el activismo político y las luchas sociales. Entre el Ku Klux Klan y Pussy Riot, se extiende, así, un repertorio heterogéneo de rostros enmascarados tras los que se esconde no solo una identidad, sino también el origen de algunos fenómenos que definen nuestro presente, como las fake news, la conspiranoia o los mecanismos de control biopolítico.
Estructurada en siete ámbitos que funcionan como siete relatos cerrados, pero conectados subterráneamente por reveladoras recurrencias temáticas e iconográficas, La máscara nunca miente combina una amplia selección de material documental y recursos audiovisuales con objetos que permiten entender tanto la polisemia de la máscara (pasamontañas de Pussy Riot, capuchas de protestas feministas, máscaras de luchadores mexicanos, máscaras antigás…) como la singularidad de los diferentes contextos en los que la ocultación del rostro ha adoptado un cariz político (objetos masónicos, panfletos activistas, armas…).
Piezas de artistas como Félicien Rops, Lavinia Schulz, Leonora Carrington, Kati Horna, Marcel Janco, David Lloyd y Lourdes Grobet, entre otros, conviven con obras creadas especialmente para la muestra a cargo de Nico Roig, Martí Riera y Onliyú, José Lázaro, Joaquín Santiago, Fernando González Viñas, Dostopos, May Pulgarín, Las Migras de Abya Yala, Domestic Data Streamers, Antoni Hervàs, Beatriz Sánchez y Gitano del Futuro.
ÁMBITOS DE LA EXPOSICIÓN
Introducción. Las edades de la máscara
En su origen, la máscara es un objeto mágico que nos conecta con la parte más pulsional de nuestra identidad. «La máscara nunca miente» nos recibe con un enigma de 9.000 años que nos contempla desde los ojos de las máscaras neolíticas, rastro de un posible culto a los antepasados surgido cuando los primeros asentamientos agrícolas fundaban la civilización. En el contexto contemporáneo, la máscara despliega sus múltiples sentidos y se convierte en arma política, emblema de la infiltración de la cultura popular en las turbulencias de la historia e instrumento para un reencantamiento del mundo, entre otras muchas posibilidades. Algo del poder secreto y transformador de la máscara ritual subsiste incluso en nuestro presente pandémico y enmascarado.
1. Carnaval salvaje
La historia del éxito del Ku Klux Klan es, entre otras cosas, la historia de su evolución indumentaria: el triunfo de un diseño textil. El primer Klan, fundado en Tenesse en 1865, basaba su estrategia del terror en atavíos de rudimentaria confección doméstica y de inspiración carnavalesca, que emulaban presencias demoníacas. Años más tarde, con la formación en franca decadencia, el estreno de El nacimiento de una nación (1915), basada en la novela The C!ansman (1905), de Thomas Dixon, alentó la creación del segundo Klan, que adoptó el aspecto de un ejército homogéneo y cohesionado bajo esos icónicos uniformes blancos.
2. El rey de los fantasmas
El malvado y adorado Fantómas, nacido en la novela popular francesa a principios del siglo XX y trasladado al cine mudo por Louis Feuillade, inspiró, entre muchos otros, a pintores y poetas surrealistas. En un París sacudido por la criminalidad, Fantórnas encarnaba la fantasía del malvado de rostro fluido, siempre en transformación, y fue la gran respuesta de la imaginación popular al control del rostro desarrollado por la incipiente policía científica francesa de la época. Detrás de esta figura fascinante podría encontrarse un personaje real de origen español: el famoso rey de los ladrones Eduardo Arcos, que reivindicaba haber sido la inspiración de los escritores Marcel Allain y Pierre Souvestre.
3. El gran fraude
A finales del siglo XIX, Léo Taxil (el seudónimo más célebre del prolífico escritor Marie Joseph Gabriel Antoine .Joqand-Paqe) publicó una cantidad impresionante de libros con documentos y testimonios falsos para construir una historia secreta de la masonería asociada a cultos oscuros y diabólicos. Más tarde admitió que todo había sido una gran mentira provocando una sacudida entre las sociedades secretas, la iglesia y el papado, en una controversia de finales del siglo XIX. A pesar de eso, la mentira se emancipó de sí misma y, desde entonces, tanto la literatura como la cultura popular representaron a los masones como figuras enmascaradas, perpetuando una falsa pista que se superpuso a la realidad. El caso Taxil es un ejemplo pionero del fenómeno de las fake news, capaces de sobrevivir a su propia desarticulación.
4. El cabaret espectral
En 1916, en el Cabaret Voltaire de Zúrich, los fundadores del dadaísmo conjuraban los horrores de la guerra europea a través del baile salvaje; utilizaban para ello las máscaras, como elemento fundamental de su fascinación por lo primitivo en oposición a la «razón» genocida encarnada en la experiencia traumática de la contienda. Sophie Taeuber-Arp o Emmy Hennings, dos figuras centrales en el nacimiento de Dadá, veían en las máscaras antigás y las «caras rotas» -los rostros desfigurados de los soldados- la expresión del infierno en la tierra. Por otro lado, en las zonas de disidencia de la danza expresionista, Mary Wigman y Lavinia Schulz exploraban de distintas formas el poder transformador de la máscara. Su irradiación alcanzaría a otros movimientos de vanguardia y sus ecos se proyectarían en el tiempo sobre la sororidad mágica encarnada en la tríada de complicidades que, años más tarde, construirían Kati Horna, Remedios Varo y Leonora Carrington.
5. La lucha
Los luchadores mexicanos no solamente se mueven en el terreno de la ficción, sino que constituyen toda una fuerza social sin rostro cuyas raíces se remontan a la cultura azteca y sus guerreros enmascarados. Son justicieros y héroes del pueblo que, a su vez, expresan las tensiones entre rostro, identidad y máscara. El emblemático Superbarrio Gómez, surgido tras el devastador terremoto de 1985, encarna un decisivo salto de esa mitología desde el ring hasta la lucha social. Este tránsito ha sido emulado por muchas otras figuras, que han tenido en el ecologismo, el feminismo, el movimiento animalista y los derechos de la comunidad LGTBI+ sus correspondientes agendas de combate. En otro ámbito, pero también con el rostro enmascarado como insignia, en 1994 surgió la figura del Subcomandante Marcos, líder zapatista que reivindicó la defensa del anonimato como táctica política bajo el lema «todos somos Marcos».
6. Prohibido desaparecer
Durante siglos, el ocultamiento del rostro ha subvertido la obligatoriedad de la identificación. Frente a la exigencia de un rostro y un nombre, una identidad, han surgido resistencias políticas y culturales, como el misterioso Colegio Invisible, que a comienzos del siglo XVII anunció la existencia de células «invisibles» en varios lugares de Europa, y creaba así la idea de una falta de mando o centro. En su ambiciosa obra Los invisibles, el guionista de historieta Grant Morrison sugería una fantástica genealogía disidente y mágica conectando esos orígenes con los modernos activismos que han desafiado el control social a través de diferentes estrategias de guerrilla de la comunicación. Las transfusiones entre ficción y realidad han sido constantes y en ambas direcciones. Así lo ilustra el caso de Guy Fawkes, miembro de la Conspiración de la Pólvora de 1605, que ha resucitado como gran símbolo plástico del movimiento Anonymous tras su previa conversión en héroe de las viñetas y oscuro superhéroe cinematográfico. Pero en una contemporaneidad marcada por la sobresaturación de signos, incluso una revolución punk tan necesaria como la propuesta por Pussy Riot no puede esquivar los riesgos de ser reapropiada como imagen-mercancía.
7. Apocalipsis
Como la Muerte Roja llamando a la puerta del baile de máscaras del príncipe Próspero en el clásico relato de Poe, la covid-19 ha venido para anunciarnos que la fiesta del capitalismo terminal está llegando a su fin. Nuestro presente apocalipsis ya fue: las imágenes de las ubicuas mascarillas son muy similares a las que han quedado como testimonio de anteriores epidemias de peste, cólera o gripe. Junto a la obligatoriedad de la mascarilla, se imponen fuertes políticas de control e identificación. Al igual que en el pasado, en algunos terrenos han emergido discursos que criminalizan y estigmatizan los modos de vida de los barrios más pobres, donde la enfermedad se ha cebado con mayor intensidad. Y pese a la rapidez de la respuesta de la ciencia a la crisis sanitaria, también ha habido quienes han preferido encomendarse a la fe o a los espejismos del pensamiento conspiranoico. Pero en este carnaval de rostros semiocultos también hay realidades que se han colocado bocabajo: hoy el rostro enmascarado, tradicionalmente asociado al peligro, la clandestinidad y el secreto, identifica al miembro solidario de una comunidad que se reconoce vulnerable; y es el rostro desnudo el que perturba y genera inquietud.
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