Descripción de la Exposición ------------------------------------------------------- ------------------------------------------------------- La escultura en piedra narra en cierto modo una batalla épica: las rocas talladas y esculpidas, con sus múltiples formas, colores, texturas y durezas, relatan para la eternidad la gesta humana, llena de contradicciones, de dominio y sumisión frente a la naturaleza y ante ella. Las piedras transformadas en tallas traicionan su propio destino mineral al dejar que su espíritu pétreo asuma formas y conceptos del ámbito humano. Esta tensa y creativa relación produce hitos, marcas humanas en la tierra, que intentan dejar su huella para siempre. En el México antiguo, la temprana cultura olmeca, de hacia el año 1500 antes de nuestra era, dejó su memoria inscrita en extraordinarios monumentos de piedra. Una de sus principales contribuciones al arte universal es la creación de imponentes cabezas colosales. Estos rostros colocados en series significativas en las amplias explanadas de las antiguas ciudades, ejemplifican el dominio sobre el material y la capacidad humana para crear dioses. Los bloques macizos fueron conducidos desde las cimas de las montañas, con el esfuerzo de muchos trabajadores, rodando sobre troncos, y luego por ríos hasta su emplazamiento final. Los lapidarios cortaron y pulieron la piedra con otras piedras y polvos abrasivos. Así, los rostros de individuos que vivieron hace dos mil años en la isla de La Venta o en San Lorenzo nos siguen mirando y en silencio comunican su poder: son trozos vivientes del gran volcán de los Tuxtlas ahora transformados en individuos que sin duda tuvieron un nombre y una historia. Estas gigantes cabezas son como montañas vivientes, que surgen de la tierra plana para simbolizar el espacio; así, las fronteras entre realidad e intención, entre posibilidad y deseo, es un hermético andamiaje de piedra gris con rostro humano. Hoy, en pleno siglo XXI, Alberto Bañuelos utiliza caliza negra de Calatorao, un tipo de mármol de dureza cristalina y capacidad de lustre, para crear valles y montañas vistas desde lo alto. Estas obras nos muestran una operación conceptual similar a la que realizaron los artistas olmecas: Bañuelos humaniza la extensión sin límite del horizonte y la transforma en piedra; los olmecas transforman la montaña en un rostro humano. Bañuelos toma las líneas horizontales, en sinuoso y suave movimiento, y crea así un paisaje marino y un valle de colinas leves. El contraste de texturas rugosas y pulimentadas en la piedra negra, le sirve para trazar el paisaje y de alguna manera tanto la piedra misma, como la naturaleza representada se tornan objetos del hombre. Ahora bien, la dureza cristalina que permite el pulimento en este mármol negro para crear un paisaje le permite a Bañuelos transformar otro mármol de color blanco, en piel de mujer. Durante horas y valiéndose de su conocimiento, su técnica y una paciencia infinita, Bañuelos derrite el mármol yugoslavo con las manos y las lijas y saca de su superficie rugosa una epidermis suave. El círculo perfecto con su hendidura pivotal, se convierte en un vientre femenino. La magia que ejerce Bañuelos para transformar los macizos pétreos en entidades materiales tan opuestas a lo mineral, como en este caso al hacer que la piedra se convierta en la piel suave de una mujer, es también un recurso plástico-conceptual y técnico-estético del arte mesoamericano de la piedra. Para los artistas del México antiguo, el concepto de 'lo precioso' está ligado a una piedra verde, dura y resistente, con capacidad de lustre y brillo. El jade, como comúnmente se denomina a las piedras verdes en la arqueología mesoamericana y llamado en náhuatl chalchihuitl, representa por una parte el aliento de la vida, su emanación, y por otra el agua petrificada. Aliento y agua son los elementos esenciales de la vida: el aliento es la respiración que sostiene a los seres; el agua, es el líquido fresco que alimenta la tierra. Ambos principios inmateriales adquieren forma y definición en el color, la dureza y la textura del jade. Así como Bañuelos derrite la solidez del mármol blanco al pulirlo a mano durante días, los artistas olmecas, usando las mismas técnicas con abrasivos y piedras lograron convertir una de las piedras más duras de la naturaleza, en aliento y movimiento petrificado. El jade olmeca está tallado y pulido de manera magistral. Como en el caso del vientre de mujer de Alberto Bañuelos, esta transfiguración se construye mediante una relación material y artística con el mineral mismo. Las piedras verdes se consideraron preciosas por sus características físicas: su gran dureza y resistencia mecánica sugerían la posibilidad de perdurar en el tiempo y resistir los embates de la vida; su capacidad de lustre, que posibilita obtener reflejos centellantes, hace que las formas talladas parezcan tener luz propia. Por último, la gama de tonos verdes azulados, con vetas oscuras y claras, hizo posible relacionar el jade con los ciclos agrícolas, principalmente el del maíz, y con las corrientes de agua cristalina. En su ciclo, los granos de maíz, que se equiparan a los huesos de los antepasados, vuelven a la vida desde el interior de la tierra, el lugar de la muerte, y la vencen animados por este tono luminoso y tierno de verde. Igualmente, si vemos correr el agua, su brillo, su color, sus vetas cambiantes por el movimiento, podrían ser representados perfectamente por la coloración azul verde, con diversas vetas oscuras o claras, de las piedras verdes bien talladas. Alberto Bañuelos es también un escultor que transforma la piedra en joyas perfectas que trasfigura la naturaleza mineral en sustancias tan delicadas como la piel, el músculo, la estructura del cuerpo, el agua. Esta capacidad del arte escultórico en piedra para crear realidades, materializar conceptos y darles una especie de carne con vida propia la muestran tanto los antiguos lapidaros mesoamericanos como el propio Bañuelos. La transfiguración del recuerdo en escultura define a tanto al escultor actual como a los antiguos lapidarios a pesar de su distancia en tiempo, geografía y cultura. Por ejemplo, el yugo en piedra verde realizado en Veracruz hace 1000 años, representa al instrumento que lanza y golpea la pelota; su presencia recuerda la exactitud y la dureza de la partida, la sacralidad misma del juego de pelota; los torsos negros de Bañuelos parecen, como el vientre de mujer en mármol blanco, el recuerdo de la caricia que trastoca la forma y la recrea. La vida lenta, consolidada, estable y brillante de las piedras es el tema principal de esta exposición. Los minerales, compuestos por un sinnúmero de pequeños cristales ordenados formando imponentes estructuras sólidas, parecen comunicar silenciosamente que incluso en nuestra esencia material, tan frágil, hay un ingrediente de eternidad. Pero para los antiguos artistas de México la piedra, como mineral, provenía del ámbito oscuro y eterno de la muerte, en el interior de la tierra. Como escultura, la muerte en Mesoamérica se muestra tal cual, sin sublimar su acción destructora de la carne, sin imaginarla más allá de la pura y llana concreción de los huesos descarnados. La paradoja es, sin embargo, que siendo la muerte el fin de la vida, es también su origen. En su lugar, dentro de la tierra, de donde provienen los minerales, transcurre el tiempo alterno de los antepasados y los dioses; allí todo sigue siendo posible. Es en este mundo oscuro, donde el caos se ordena y se genera la vida, donde surge la acción creativa, la escultura que interrumpe el silencio mineral de las piedras. Las huellas de este proceso quedan entre nosotros, borran el tiempo y permiten este encuentro entre los artistas mesoamericanos y el escultor Alberto Bañuelos.
Exhibirá más de 130 obras del artista español.
Exposición. 12 nov de 2024 - 09 feb de 2025 / Museo Nacional Thyssen-Bornemisza / Madrid, España