Descripción de la Exposición DESDE EL PRINCIPIO DE LOS TIEMPOS Dicen que el movimiento es la esencia de la vida. Y dicen, además, que el movimiento es circular porque tiende a completar ciclos para configurar un todo uniforme. Lo cierto es que comprender la energía universal implica girar sin tregua; girar, girar y girar; danzar hasta finalizar el ciclo. Como hacen, por ejemplo, los derviches danzantes, esos místicos musulmanes cuya danza sagrada consiste en girar durante horas hasta llegar al trance y a la plena unión con su divinidad. Sus movimientos circulares simbolizan las órbitas de los astros, en una visión íntima de la vida y, por tanto, de la forma humana. En toda doctrina, ya sea religiosa, mística o creativa, el movimiento parte de principios (respeto, tolerancia, amor), como en cualquier visión espiritual. En el arte ese movimiento es el responsable de la generación de las formas. Pero, como la forma es una propiedad de la imagen (o del objeto que define su aspecto) y la pintura puede ser una indiscutible doctrina, resulta que la pintura bebe directamente del poder de las formas. En cualquier proceso pictórico que el artista asuma con inteligencia y oficio confluirán un sinfín de energías capaces de convivir intrínsecamente y patentar una auténtica construcción donde lo sagrado y lo profano se fundirán hacia lo absoluto. Movimientos, formas, visiones de la naturaleza. Conceptos que caminan en armonía y configuran el paisaje interior del artista. El pintor (el buen pintor, quiero decir) es consciente de que en todas las naturalezas hallamos posibilidades expresivas. Eso le permite actuar sobre sus cuadros con una suerte de práctica ritual, casi mágica, operando mediante las semejanzas de sus propios símbolos, y de sus huellas. El brujo de los pueblos primitivos esperaba subyugar aquellos fenómenos que escapaban a su influencia por medio de fenómenos metafísicamente idénticos, que él mismo creaba para situarlos en su esfera de actividad. El pintor (insisto, el buen pintor) genera colores, formas y melodías que exploran otras verdades anímicas, independientes de las limitaciones de espacio o de tiempo. Así, ese buen pintor construye realidades sutiles o suprasensibles de las cosas que, quizás, servirán para resolver su porvenir. Hago esta breve introducción a la exposición 'La forma humana' que Clemente Díaz Roiz (Gijón, 1956) presenta en la galería Cornión porque creo, sinceramente, que esas lecturas son importantes para su trabajo. En los cuadros de Díaz Roiz siempre ha primado el movimiento, al margen de la mayor o menor abstracción, de la mayor o menor intensidad compositiva, o del mayor o menor abigarramiento formal. Sus obras siempre estuvieron habitadas por un tremendo dinamismo que hoy, por fortuna, sigue inalterable. Movimiento, danza, giro, procesos cíclicos. No importa el pretexto temático, o el posible estilo que seamos capaces de apreciar en cada una de sus series. Las pinturas de Díaz Roiz reflejan la realidad actual aprehendiendo sus bases formales de lo figurativo pero conmocionándolas con la inserción de su alma inquieta, que refleja la tragedia interior de quien quiere evitar (voluntariamente) el camino correcto, huir de la solución fácil, para seguir jugando. '¿Cuál es el camino por el que llegué? Yo regresaría, pues esto no me gusta', dice uno de los versos del maestro Jalal ad-Din Rümï (1207-1273), fundador de la orden de los derviches danzantes, esos que fluyen en esta exposición en cuadros como el titulado 'Situación bipolar' y que nos sugieren también otras piezas ('Primeros huecos', 'Formas humanas desapareciendo', 'Rey veloz') donde ideas y conocimientos se transmutan por gracia del movimiento y el color en formas múltiples que hacen factible el análisis de lo que no se ve (lo esotérico) y de lo que se ve (lo exotérico). Y es que, de alguna manera, estas pinturas defienden esa libertad de pensamiento y esa voluntad, como hacía el propio Rümï para distinguir al sabio del intelectual, o para hablar de la existencia de dos posibles yos en el ser humano: el 'yo particular', que es distinto en cada persona, y el 'yo transcendental', que es una facultad divina, y convive con todos nosotros. Movimiento, rito, oficio, calidad plástica. Una fórmula magistral que permanece en todas las etapas de la larga carrera de Díaz Roiz. Ahora, en 2011, sus alicientes siguen siendo abrumadores, comprometidos y comprometedores, apabullantes y virtuosos, bajo composiciones arcanas repletas de matices iconográficos y geniales arabescos. En esta exposición advertimos un nuevo salto al vacío, un reto arriesgado y un proceso muy meditado que no oculta el drama, la lucha o la sátira tangible bajo esos recursos temáticos. Tras varios años sin exponer en Gijón redescubriremos a un Díaz Roiz potente, siempre singular, técnicamente irreprochable, con las ideas claras. Hay en esta muestra varios cuadros que señalan sus principales inquietudes narrativas (la historia, la vida, la crítica social, la duda, el miedo...) mediante referencias paridas en la piel de la pintura, que se estructuran en un conjunto tan abigarrado como intransferible. Inquietudes, homenajes y preocupaciones que se certifican en los títulos, guiños didácticos de nuestro pintor hacia la historia del arte y hacia el espectador inteligente, que se verá obligado a profundizar aquí en el estudio de cada pieza, centímetro a centímetro, para comprender el proceso teórico y práctico que le mueve. Hay imágenes de reminiscencia clásica ('Adán y Eva y los escudriñadores de escrituras', 'Atavismo', 'Héroes y juglares' ) y otras donde advertimos esas vibraciones pop características de Díaz Roiz, entre sinuosidades, acotaciones y armonías matissianas ('Superviviente', 'Himno nuevo', 'Los tres sabios') que mantienen su apuesta por la danza del color, sin remilgos decorativos, alcanzando enérgicos niveles de belleza. Pero sospecho que hay también un cambio evidente, e inminente. Como si Díaz Roiz quisiera establecer aquí el final de ese ciclo pictórico o, cuando menos, echar el cierre a ciertas metodologías. En todo caso es un secreto que sólo él conoce y que, probablemente, se esconde celosamente bajo su alfabeto personal en esa hermosa pieza titulada 'Pequeña oración' donde cada símbolo es concreto, con su significado y su significante, donde el azar no existe y los signos, rítmicos y velados, ejercen como claves finales. No intenten descifrarlos; no pregunten, porque me temo que la solución quedará reservada para el pintor. En cualquier caso esta exposición es también un epigrama, que enseña la evolución del universo subjetivo del pintor en paralelo con la evolución de la historia del arte, con ecos muy certeros que atesoran un breve pero complejo discurso sobre el devenir del ser humano. Y en esa encrucijada, una vela con símbolos de tres religiones puede ser la excusa para dirigir nuestra nave hacia el diálogo con varias multitudes (multitudes de místicos, multitudes de libertinos, multitudes de estrellas), mientras observamos que una gama cromática concreta da la señal de alarma para que nos aborden decenas de cabezas huecas, con el permiso de su majestad el color negro. 'El negro es algo apagado como una hoguera quemada' escribía Kandinsky hace cien años. 'Algo inmóvil como un cadáver, insensible a los acontecimientos e indiferente. Es como el silencio del cuerpo tras la muerte, el final de la vida. Exteriormente es el color más insonoro, sobre el que cualquier color, incluso el de resonancia más débil, suena con fuerza y precisión'. Por eso el negro no es solamente trazo en manos de Díaz Roiz, sino muchas más cosas. Es un anagrama que indica cómo la forma humana va desapareciendo lentamente, alcanzando su cénit en el último cuadro de esta exposición clandestina, furtiva y contundente, donde la pintura (la buena pintura, quiero decir) nos servirá una vez más de estímulo para reflexionar sobre esos conceptos eternos que nos alimentan y nos obsesionan desde el principio de los tiempos.
Exposición. 20 nov de 2024 - 31 mar de 2025 / Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (MNCARS) / Madrid, España
Opera to a Black Venus. ¿Qué nos diría mañana el fondo del océano si hoy se vaciara de agua?
Formación. 23 nov de 2024 - 29 nov de 2024 / Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (MNCARS) / Madrid, España