Descripción de la Exposición
La donación Óscar Alzaga Villaamil, que se expone hasta el próximo 6 de mayo en la sala 60 del edificio Villanueva, constituye, por la elevada calidad de las piezas que la integran, una importante contribución al enriquecimiento de las colecciones del Museo Nacional del Prado.
Se trata de siete pinturas que comprenden un amplio abanico cronológico, desde las postrimerías del siglo XVI a mediados del XIX, realizadas por autores italianos, españoles y un bohemio. Todas ellas fueron pintadas en España, a excepción del Ligozzi, pero cuatro fueron adquiridas por el donante en el extranjero, por lo que su entrada en el Museo del Prado supone un importante acrecentamiento del patrimonio artístico nacional.
El Museo del Prado expone por primera vez las seis pinturas que ingresaron en sus Colecciones el pasado mes de marzo gracias a la generosa donación de Óscar Alzaga Villaamil, que incluía también una dotación económica para la adquisición de Retrato de Manuela Isidra Téllez-Girón de Esteve, también en la exposición.
Esta donación enriquece los fondos del Prado y permite completar el perfil de los artistas que las ejecutaron ya que contribuye a paliar algunas de las carencias que tienen sus colecciones. Jacopo Ligozzi (1547-1626) es el autor de Alegoría de la Redención, una obra que presenta el triunfo de Cristo sobre el Tiempo y la Muerte, e introduce en el Prado la dimensión alegórica de este artista italiano que trabajó para la corte de los Medici. Un exquisito e íntimo San Juan Bautista joven se suma a la rica colección de retratos que el Prado posee del gran artista bohemio Antón Rafael Mengs (1728-1779), pintor de Carlos III. Juan Sánchez Cotán (1560-1627) entra de nuevo en el Museo con la Imposición de la casulla a san Ildefonso, ejemplo de su pintura religiosa que complementa su labor más conocida como autor de bodegones.
La pintura española de devoción se enriquece asimismo con la Inmaculada Concepción de Antonio del Castillo (1616-1668) y su visión singular de ese tema fundamental para los maestros andaluces, así como con un San Jerónimo de Francisco de Herrera el Viejo (h. 1590-h. 1654). Por último, la donación se cierra con un espectacular paisaje romántico de Eugenio Lucas Velázquez (1817-1870). Después de su exposición independiente dentro de la muestra El desafío del blanco. Goya y Esteve, retratistas de la casa de Osuna, se une también para la ocasión Manuela Isidra Téllez-Girón, futura duquesa de Abrantes, de Agustín Esteve, adquirida con fondos de la donación Óscar Alzaga.
La publicación que acompaña a esta exposición cuenta con un texto introductorio de Manuela Mena, jefe de Conservación pintura del siglo XVIII y Goya del Museo del Prado, y las fichas de obra realizadas por los especialistas de las mismas: Virginia Albarrán (Agustín Esteve), Javier Barón (Eugenio Lucas Velázquez); Miguel Falomir (Jacopo Ligozzi); Gudrun Mauer (Antón Rafael Mengs); Javier Portús (Antonio del Castillo); y Leticia Ruiz (Juan Sánchez Cotán y Francisco de Herrera el Viejo)
Alegoría de la Redención
Jacopo Ligozzi
Óleo sobre tabla. 48,2 x 31,7 cm.
Hacia 1587
Esta pintura, probablemente un encargo del Gran Duque de Toscana Francesco I de Medici al pintor para la Tribuna de los Uffizi, es una obra de inusual y fascinante iconografía con la presencia del tiempo y de la Muerte, a ambos lados de la cruz redentora, y de la Virgen, que llora sobre el Cristo muerto, este en un forzado escorzo.
La imposición de la casulla a san Ildefonso
Juan Sánchez Cotán
Óleo sobre lienzo. 156 x 118 cm.
h. 1600
La donación Alzaga enriquece la presencia de Sánchez Cotán con una rara pintura del cartujo de iconografía religiosa. Una obra que se caracteriza por la idealización de las figuras, el dibujo conciso, el colorido caro y la pincelada acabada y precisa y que incluye, además, el retrato de una mujer en la parte baja, a la manera de una donante.
Este tema tuvo una larga tradición en la pintura toledana e ilustra el momento en el que san Ildefonso (607-667), acérrimo defensor de la virginidad de María, recibió de esta casulla.
San Jerónimo
Francisco de Herrera el Viejo
Óleo sobre lienzo. 143 x 100 cm.
h. 1640-45
Esta composición de evidente fuerza y muy expresiva del estilo de Francisco Herrera el Viejo se añade ahora a la representación de importancia que el Prado ya posee en sus colecciones: San Buenaventura recibe el hábito de San Francisco.
San Jerónimo aparece representado en su retiro, dedicado al estudio al estudio y la escritura mientras escucha la trompeta apocalíptica. Es una obra representativa de la producción madura del artista, caracterizada por una pincelada enérgica y vigorosa, y unos tipos humanos llenos de vitalidad y fuerza interior. La construcción de la túnica, una fluida mancha casi monocroma, de suaves y luminosos pliegues, es propia de Herrera.
La Inmaculada Concepción
Antonio del Castillo
Óleo sobre lienzo. 192,5 x 131 cm.
Hacia 1650
Se trata de una obra de las más tempranas y de mayor calidad de las que pintó este maestro de Córdoba que enriquece la pintura española de devoción en las colecciones del Prado. La composición, que se organiza en función de las tres esferas que se forman a los pies de la Virgen y del triángulo que, en la parte superior, sirve para enmarcar su rostro y llamar la atención sobre él, expresa el interés del autor por la geometría y los juegos de simetría.
San Juan Bautista joven en el desierto
Antón Rafael Mengs
Óleo sobre tabla. 33,8 x 44,8 cm.
h. 1753-54
Este tipo de pintura íntima que aúna lo religioso con la belleza clásica del desnudo, no fue frecuente en la obra de Mengs. Pintada seguramente del natural, y con extraordinaria delicadeza, el artista captó en esta tabla la ingenua fascinación con la que el santo muestra al mundo el anuncio de la llegada de Cristo Redentor, inscrito en la filacteria sobre la cruz. El carácter suave y luminoso de la figura revela la influencia de la obra de Correggio (1493-1534), decisiva en los primeros años de la estancia de Mengs en Roma.
Manuela Isidra Téllez-Girón, futura duquesa de Abrantes
Agustín Esteve y Marqués
Óleo sobre lienzo. 110,5 x 86 cm.
1797
Esteve, retratista de gran prestigio en la segunda mitad del siglo XVIII que trabajó para los duques de Osuna casi con el estatus de pintor de cámara, reúne aquí la influencia de los espacios indefinidos de Velázquez, la gracia armónica cromática de Murillo y la técnica suelta y precisa de Goya.
Considerado el mejor retrato de su producción, esta obra destaca por su expresividad, por la habilidad de su autor para conseguir la transparencia de la camisa con muy poca pintura y por su originalidad iconográfica dentro del retrato infantil del siglo XVIII.