Descripción de la Exposición
“El ser que tiene una forma domina los milenios. Toda forma guarda una vida. El fósil no es ya simplemente un ser que ha vivido, es un ser que vive todavía, dormido en su forma.”
G. Bachelard
Como un gigantesco organismo generado por la instalación, el video, el sonido, la fotografía y el dibujo, el espacio deviene un escenario de incertidumbres. Los objetos instalados se integran con relatos individuales que responden a momentos distintos. La materia sedimentada, adherida en las superficies se extiende. Los tiempos anacrónicos se reúnen en el lugar, en las mismas obras. Si bien todo es objetual, hay una aventura de la apariencia, un sentir de latencias que resuenan desde lejos, como ecos oxidados de viejos objetos, de viejos lugares que resisten su definitiva desaparición.
Así Aveta nos va presentando parte de sus últimas obras, cuatro instalaciones, dos videos, fotografías y dibujos. Un conjunto de micromundos, esferas que como planetas, laten independientes, con vida propia. El recorrido se construye como un deambular por el tiempo, en los guiños, las marcas, las referencias y los descubrimientos que el artista nos va ofreciendo. Un hierro oxidado se expande en el espacio, un piano que navega o ha naufragado en su desolación, un archivo como síntoma para rever lo que se ha conservado y guardado por tan bueno o por tan malo, una mano atrapando el tiempo en el dibujo de un bombardeo, un video...
Mezcla de elementos autobiográficos y de ficción. Puntos fijos aislados en el tiempo y el lugar. Objetos e imágenes que se integran y multiplican su discurso.
En estas materias infinitamente múltiples sobrevive el simple pulso vital tanto de los objetos como del pensamiento subjetivo de ellos y Aveta como su hacedor nos va abriendo páginas de un libro que se re-escribe íntimamente para cada uno de nosotros en sentidos diferentes. No es casual encontrar, en este camino que nos propone, indicios de sus formas de trabajo: él siempre los deja y en ese simple detalle nos atrapa buscando descifrar su lúdica forma de velar lo triste con lo bello.
¿El espacio y el objeto determinan un tiempo o el tiempo determina un espacio y un objeto? Podría ser la pregunta que nos hacemos, pero nada aquí es excluyente, todo se constituye a favor de la suma que probablemente nos devuelva un numero primo y, en tal caso, será solo divisible por si mismo, como tal vez sucede con estas obras.
Hércules
Instalada en el espacio, esta viga de hierro extraída de la cementera Dumesnil, dibuja una línea ondulante, como una carretera hacia otro tiempo. Construida por Aveta a partir de los pliegues de los impactos del derrumbe de aquel monstruo enclavado en las sierras, es otro extracto de uno de sus espacios sustraíbles, aquí ya no fotografía, sino objeto, cuerpo, materia. La fuerza de la imagen, mas allá de la rigidez del hierro perdida en su contorsión, sea tal vez la semejanza de tantas otras, actuales, que miramos todos los días. El pájaro siempre en vigilia, algo observa.
Océano
Un viejo piano que recuerda en los sonidos que emite su traslado hacia América. Un tiempo suspendido en el medio de la noche, un sonido nocturno de incertidumbre que se repite infinito como el océano, remiten a un instante de soledad absoluto. El objeto desmembrado como barco y su canto.
Síntomas
Las puertas son todo un cosmos de lo entreabierto. Las puertas nos despiertan dos direcciones simbólicas, sin embargo en esta instalación Aveta les da otro sentido, las convierte en muros de un recorrido hacia el encuentro con el «ser» de un espacio. Paredes internas, sobreviven, construyen, sin hablar, cuentan, erigen un catastro interno, un cuasi topoanálisis social.
El síntoma aparece, da a ver y comunica una falla. La imagen en ese dar a ver es el síntoma. El artista es allí su constructor, nos acerca (en los malos estados) a preguntarnos qué paso y qué pasa. El tiempo abre o cierra puertas según desde donde ubiquemos nuestros ojos. La visión, la mirada como guía sensible frente a una obra, recompone y descompone tiempos y espacios, da sentido al sentir.
Ni vencedores, ni vencidos
Buenos Aires, Argentina. Junio de 1955. Imágenes de un bombardeo se proyectan sobre un cuaderno. La mano del artista persigue la luz e intenta atrapar sus residuos en dibujos que, como capas y veladuras, retienen fragmentos de ese pasado. Las hojas del cuaderno, la fragilidad de las cosas...
Tracción a sangre
Aveta compone videos, no filma. Los compone fotograma a fotograma, sometiéndolos a la alquimia de su emulsión mágica, de su tónico para hacer desaparecer. Edita algo que jamás fue filmado. Echa a rodar las fotografías para que aparezcan como imágenes en movimiento. Sin embargo, se trata de un movimiento ficticio, contrahecho y torpe. No hay gracia alguna en el movimiento de los cuerpos que han comenzado a aparecer en las fotografías. Se trata de cuerpos sobrevivientes, espantados, el reverso de cualquier estética publicitaria. (Mariano Horenstein, “Espacios Sustraibles”)
Sudán-Chad
Una imagen gigante se adhiere a los muros como una gran pantalla. Es la fotografía de un dibujo que Aveta realizó con cenizas, arcilla, grafitos, óxidos... Otra vez mas la imagen de archivo se ha vuelto en sus manos materia, objeto. Es el camino hacia una salida para miles de personas. Solo el punto desde donde el artista nos hace posar la mirada puede abarcar tanta distancia, en todos sus sentidos posibles.
Adriana Carrizo
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