Descripción de la Exposición
Apenas un año antes de que los acontecimientos de París terminaran con el Antiguo Régimen, la aparición en Luján, Argentina, de los huesos de un animal prodigioso, en apariencia sólo factible en un mundo arcano de mitos encarnados, catapultó la historia natural hacia su estricta modernidad. Una revolución posible gracias al poder de la imagen reproductible para "inventar" realidades al tiempo que es difundida globalmente. Y que significó, a su vez, la revisión de la cronología del hombre y de todos los seres vivos sobre la Tierra, para alumbrar una teoría de la evolución que contempla la extinción de algunas especies y la transformación de otras.
Fernando Gutiérrez recupera la detectivesca historia del descubrimiento del Megaterio, así como ciertas imágenes de otro animal que antes de ser visto en Occidente fue muchas veces soñado, el elefante. La ciencia imaginada presenta un trabajo de morfología mutante ensamblando, no sin humor, distintos fragmentos osteológicos y descripciones anatómicas realizados por Juan Bautista Bru, el disecador que montó, erróneamente, El Megaterio una vez llegó a América. Junto a ellos encontramos una serie de composiciones caprichosas, donde dibujos de un tiempo en que la zoología se estudiaba en los bestiarios son puestos en relación con imágenes de cuerpos fantasmales, a veces a medio dibujar, formas recurrentes en el imaginario del artista. Un puzle o collage articulado por piezas flexibles que bien podrían ocupar otro lugar en la composición, y no por ello renunciar a su sentido: no pedir disculpas por alumbrar lo monstruoso, sino jugar y aprender de ello. De esta forma, el conocimiento científico se revela como una actividad que, aún siendo principalmente mimética, es incapaz de renunciar a la estética. ¿Cómo hablar de aquello que todavía no tiene siquiera un nombre? Cuando la realidad está desnuda y los monstruos son indecibles, como sucedía en el Megaterio, la ciencia imagina sus objetos de estudio inventando nuevas taxonomías.
Alfredo Aracil