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La Bodega se ocupa teniendo en cuenta no sólo su particularidad espacial, la planta en “ele” y la cubierta abovedada (elemento importante por cuanto condiciona cualquier actuación y a la vez sugiere diversas soluciones a los problemas que plantea), la función ... para la que fue construida y la modificación de la superficie por los círculos abiertos de las tinajas, pasan a ocupar un lugar destacado en la elaboración del proyecto y en su contenido conceptual. Y es desde la función “depósito”, “almacén”, estancia inerte, bodega, en suma, de donde surge el cambio, la metamorfosis que, sin cambiar la forma (las alteraciones no ocultan su realidad) sí trastoca el sentido primigenio para la que fue concebida.

De contenedor de lo inerte, La Bodega pasa a ser soporte de vida que germina, crece y necesita ser cuidada –interactuación que requiere la colaboración pueblo – artistas- para su crecimiento y el desarrollo del proyecto. La función originaria de almacenaje cede el paso a la de invernadero, pero con una concepción más profunda, más enraizada en las creencias y prácticas agrícolas que relacionan la cueva, el sótano, la profundidad oscura y silente con el útero fecundo de la Tierra – Madre.

Como escribe Sonia Fernández Pan en el catálogo: “En una realidad artística donde las más diversas disciplinas se dan la mano dentro de un continuum heterodoxo, la instalación de Rosa Moreno, Nicolás Hayes y Simón Krantz, establece un puente entre lo rural y lo artístico, mundos aparentemente enfrentados sobre los cuales se apoya una metáfora del cuidado y del tiempo de la germinación y del crecimiento, de la posible relación entre un hombre y una naturaleza que no se apoye en las cláusulas de la dominación y el maltrato habituales”.