El proceso de cada una de las obras de Keisuke Shirota parte de una fotografía; uno de los muchos disparos al azar y banales que ha ido haciendo lo largo del tiempo. No es por un apego emocional por un momento o un lugar por lo que elige una fotografía, sino por su interés en la composición.

Al no tener un claro recuerdo sobre dónde fue tomada la fotografía, se trata de una combinación de memoria y fantasía creativa lo que Shirota amplia en la imagen, aplicando la fotografía a color real a un lienzo y extendiendo la imagen en blanco y negro.

Con una gran destreza pictórica, Shirota mezcla el color de la realidad con una ficción incolora, creando una obra de arte coherente; una obra que cuestiona la memoria y el ... poder de la fotografía para darnos una documentación verdadera de su tema.

Al igual que la memoria, las pinturas de Shirota se desvanecen cuanto más salen de la fotografía. Y aunque tradicionalmente se ha descansado en la fotografía para documentar un hecho visual, las obras de Shirota demuestran que el hecho termina muy poco después del final de una fotografía. Cuando vemos una fotografía, la imaginación y la memoria borrosa desempeñan cierto papel en poner en cuestión la objetividad y la memoria.