Descripción de la Exposición
En 1938 el sabio holandés Johan Huizinga defendió que si por algo nos diferenciamos las personas de las demás especies es porque jugamos. Huizinga contradice a otros profesores que habían definido a la humanidad como sabia (en 1758 Carl von Linné acuñó el término homo sapiens) o como laboriosa (Henri Bergson –allá en 1906- nos llama homo faber). Para Huizinga adquirimos identidad y nos socializamos porque nos apasiona jugar. Soy un homo ludens, alguien que -sobre todo- juega.
Cumadí define el arte desde el juego. El arte es una categoría lúdica: abierta a la sorpresa y al imprevisto, al margen de la lógica gris de los días laborables, con su particular ritmo y tiempo, un círculo mágico que nos transforma en pintores, en alquimistas de los colores por empatía con el artista que nos introduce en la partida. Para disfrutar del arte debemos jugar. Artista es quien propone juegos que conducen la mirada de quien participa por el camino de la belleza.
Pero volvamos a Huizinga: el juego es algo muy serio. La esencia del juego no es ingenua, infantil o hilarante. Nos equivocamos cuando decimos que el juego es cosa de la infancia, o que para jugar hay que tener el alma cándida y la sonrisa en los labios. El juego es una actividad que abre un paréntesis en la vida real, nos separa de los afanes cotidianos. El juego tiene su propia lógica, su particular causalidad. La manera en la que pensamos mientras jugamos no es la misma que mantenemos mientras trabajamos o cuando vamos a la compra. El juego nos exige desatar el pensamiento, Cumadí nos pide que participemos de una partida en la que no sirven las matemáticas de lo rentable o los cálculos sensatos. Nos invita a desacostumbrar los ojos, a convertir nuestros sentidos en exploradores que se internan en un viaje que sólo busca el placer de contemplar los maridajes de las gamas de color, los encajes de océanos de grises inefables y pardos imprevistos.
En ese periplo, Cumadí crea una serie de obras que contienen en su forma y método constructivo una invitación para que nos sumerjamos en una partida artística. Los cuadros de Cumadí tienen una belleza intrínseca cromática y abstracta; hay un paisaje infinito en cada una de esas superficies alargadas o cuadradas que se presentan ante nosotros. Pero el artista pide que no nos quedemos en la mera contemplación de esos mares de hermosa tinta posada en miles de fragmentos de texturado y sugerente papel. Cumadí nos pide que juguemos con esos cuadros, que los combinemos, que no nos quedemos sólo con las combinaciones inefables que él ha hilvanado sobre las paredes de la galería. Cumadí nos propone que, con nuestra imaginación, proyectemos nuevas combinaciones, distintos equilibrios a los que él ha materializado. No se trata de que realmente movamos esas piezas que nos maravillan con sus colores, se trata de que imaginemos que jugamos. Si soñáramos con colocar en nuestro salón una de estas obras y con los años la desmontáramos y la volviéramos a disponer en otra estancia, es seguro que la partida sería distinta. En eso consiste el arte, en imaginar que jugamos con las formas, en soñar con representaciones alternativas de la realidad.
Picasso dice que el arte es una mentira que dice la verdad: el retrato facetado de Gertrude Stein acabará provocando que la escritora se parezca a la imagen que pintó el malagueño. Para Cumadí el arte es un juego que contagia la mirada del artista a quien contempla la obra. Sus módulos crean combinaciones de medidas y armonías de color que nos convidan a imaginar nuestra propia combinación. Como si fuéramos espectadores de una partida de ajedrez artística, al soñar nuestra jugada, crece nuestra admiración por la propuesta del artista. Imaginando que jugamos, descubrimos que la jugada de Cumadí es óptima.
Las características con las que Johan Huizinga describe el juego nos permiten descubrir los placeres que pueblan las obras de Cumadí.
El juego es una acción ritualizada, que resulta placentera cuando se inicia una nueva partida: en esta exposición cada obra de Cumadí es una jugada que nos hace sentir su parentesco con las otras obras expuestas en la galería. Jugar otra vez nos permite descubrir el goce de los matices en las tonalidades que se combinan en cada partida, en cada obra. Cuando participamos en una nueva partida nos hacemos expertos. ¿Por qué nos resulta tan agradable comparar una obra de Cumadí con la siguiente? Porque nos permite contemplar el historial del juego y nos contagia la emoción magistral de su organización de colores y formas.
El juego genera su propio escenario y su particular ritmo. Recuerdo cuando jugaba con mis primos al escondite, el tiempo se detenía mientras permanecía agazapado. La sala de la galería es el círculo mágico donde se expande el orden de los módulos de Cumadí, ese mar contenido que nos hace imaginar la construcción de estos brazos de color. Los papeles cortados y teñidos se expanden hasta el marco azabache. El azar está domado en esos lagos coloridos, el tiempo se detiene en un agrado sensible, mantenido al margen de la tiranía del reloj.
El juego es una actividad libre, un oasis de decisiones voluntarias, cuyas consecuencias permanecen en ese paraíso que es el territorio lúdico. Mientras que en la vida cotidiana el deber nos mueve por la senda de lo adecuado, de lo moralmente establecido, en el juego no aspiramos a personas de provecho, sino a la diversión de la partida. Esa libertad, esa sensación de horizonte abierto, es la que sentimos al sumergirnos en la obra de Cumadí.
Huizinga nos recuerda que en el juego reina el entusiasmo y la emotividad, ya se trate de una simple fiesta, de un momento de diversión, o de una instancia orientada a la competencia. Las obras de Cumadí celebran el color puro que no intenta imitar la realidad. Rojos lejanos, verdes frutales, azules principescos que no aspiran a representar la tierra, la selva o el mar. No quieren parecerse a nada, solamente (nada menos) quieren mover nuestro ánimo para que goce de estas gamas en las que la pericia de Cumadí borra las convenciones. El artista nos invita a jugar, a disfrutar de los colores en sí mismos, como si fueran aromas de plantas de otro planeta, como si fueran fragancias que se percibieran por los ojos.
El juego tiene una lógica que no coincide con la vida cotidiana. Cuando jugamos el rigor mortecino de lo debido, de lo correcto, de lo socialmente esperable se desvanece. Ya no somos personas de provecho. Con Cumadí somos piratas que exploran un territorio excitante. Los módulos de Cumadí son la Isla de Nunca Jamás en la que el lunes y los demás días laborables se disuelven en una temporada de asueto. La lógica de los campos de color, la arquitectura de los módulos que se encuentran y se prolongan es nuestro único reto. Me imagino en el progreso de este laberinto cromático que se ordena por la voluntad de mi mirada y la sensación de obligación, de deber, de preocupación se olvida. En lugar de preocuparme, me ocupo en descubrir la lógica sin palabras, puramente óptica y estimulante, que enjoya estas obras hermosas.
Cumadí nos invita a jugar: prepárense a disfrutar, déjense llevar por esta partida libre y gozosa.
Luis Mayo
Exposición. 19 nov de 2024 - 02 mar de 2025 / Museo Nacional del Prado / Madrid, España
Formación. 23 nov de 2024 - 29 nov de 2024 / Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (MNCARS) / Madrid, España