Descripción de la Exposición ------------------------------------------------------- ------------------------------------------------------- Mañana, el Museo del Prado abrirá al público la primera exposición monográfica dedicada a uno de los pintores de bodegones más exquisitos de la Europa del siglo XVII: Juan Fernández el Labrador, activo en Madrid entre 1630 y 1636. Se trata de uno de los artistas más desconocidos, tanto dentro de este género pictórico, como de la historia de la pintura barroca española. Aunque sus cuadros han participado en revisiones antológicas de la pintura de bodegones, es la primera ocasión en la que se reúne casi la totalidad de su escasa obra conocida. Compuesta por once de las trece pinturas que se le atribuyen, esta muestra contribuirá a la mejor difusión y conocimiento de la extraordinaria producción de este misterioso pintor. Además de reunir por primera vez casi todas las pinturas de este maestro, la exposición dará la oportunidad al visitante de disfrutar de obras que nunca o en muy raras ocasiones se habían expuesto en España. Es el caso del Bodegón de uvas, bellotas y copa con manzanas de una colección particular barcelonesa, que procede de la antigua colección de los duques de Parcent y desde 1979, cuando fue subastada, no había vuelto a ser vista públicamente. Igualmente, Bodegón de uvas y Bodegón con uvas, manzanas, frutos secos y jarra de terracota, ambos de propiedad particular, sólo habían concurrido a exposiciones fuera de nuestro país; y, Bodegón con uvas, membrillos y frutos secos perteneciente a la colección de SM la reina Isabel II de Inglaterra, se expone por vez primera en España. Este bodegón llegó a Gran Bretaña en torno a 1634-35, fruto del encargo del embajador extraordinario inglés en Madrid, que se lo regaló al rey Carlos I, uno de los coleccionistas más refinados de la Europa de su tiempo y poseedor de una fabulosa galería pictórica. Fue protector de artistas como Orazio Gentileschi, Rubens o Van Dyck. Aunque las imágenes de uvas y frutos otoñales son las más numerosas y características del artista, se conocen dos pinturas de flores, una de las cuales pertenece al Prado y colgará con sus compañeras en el pequeño gabinete de naturalezas muertas en el que se transformará la sala D del edificio de Jerónimos del Museo del Prado. Secciones de la exposición La exposición se articula en dos secciones que muestran la evolución del artista en sus composiciones, desde las primeras obras en las que representa exclusivamente racimos de uvas hasta sus últimas pinturas conocidas en las que las uvas se combinan con otros elementos. Sección I Un Zeuxis moderno Los racimos de uvas son objeto preferente de representación en el género de la naturaleza muerta desde su origen, a fines del siglo XVI y principios del XVII. Con ellos los artistas podían demostrar su maestría captando sus calidades, estructura o madurez. Pero, al mismo tiempo, les servían parar evocar al público culto un remoto episodio que reivindicaba la superioridad de la pintura. Según los textos clásicos, el pintor griego Zeuxis de Heraclea (siglo V a.C.) llegó a realizar con tal fidelidad las uvas que los pájaros acudieron engañados a picotear un cuadro en el que pintó estas frutas. En sus primeras obras conocidas el Labrador solo utilizó uvas, presentadas de forma desconcertante. Los racimos, minuciosamente detallados, aparecen suspendidos en la oscuridad, violentamente iluminados y eliminada toda referencia espacial. Su aspecto natural y de instantánea reta al ojo del espectador de su época, evidenciando la extraordinaria capacidad mimética de su autor, suficiente para equipararlo a un Zeuxis moderno. Sección II Naturaleza en el lienzo: primavera y otoño A partir de 1633 el Labrador comenzó a pintar composiciones más complejas en las que las uvas, su verdadera marca de autor, se combinan con otros elementos. Estos bodegones reúnen siempre especies vegetales que fructifican en la misma estación, o que se conservan bien en meses posteriores. Generalmente son productos del final del verano o del otoño, que conviven con los racimos en pequeñas repisas vistas frontalmente y destacadas sobre fondos en sombra. En ellas reina un aparente desorden en el que se añade algún recipiente refinado, de materiales brillantes o coloridos, que marca un sutil contraste con la sencillez de bellotas o castañas. Estos cuadros constituyen auténticas celebraciones otoñales, en las que la variedad de frutos supone una demostración de humilde abundancia. A este personal repertorio unió en 1635, por sugerencia quizás de sus clientes británicos, la representación de ramos de flores. Con ellas adquirió fama, por su frescura y sensación realista, incorporando así nuevos colores primaverales a su paleta. Juan Fernández el Labrador La documentación referente a Juan Fernández localizada hasta la actualidad se limita a los siete primeros años de la década de 1630. Era conocido como el Labrador por su origen campesino y, aunque se supone que nació en Extremadura, no se sabe nada de su nacimiento o primera formación artística. Fue criado de un importante noble italiano, Giovanni Battista Crescenzi, quien ejercía una importante influencia en los asuntos artísticos de los reinados de Felipe III y Felipe IV. Crescenzi fue uno de los promotores de la naturaleza muerta y todo indica que incentivó al Labrador a que se aplicara en la representación de frutas. El género estaba en pleno desarrollo y demanda en la corte madrileña y en toda Europa. El aspecto humilde de sus bodegones, tremendamente sencillos y a la vez asombrosamente realistas, debió causar gran impacto en un momento en el que estas representaciones se estaban haciendo más complicadas y barrocas. Hacia 1633 Juan Fernández dejó Madrid, y según sus primeros biógrafos se retiraría al campo donde se dedicaría a ?retratar? los productos naturales, con los que tendría gran familiaridad. Se dice que acudía a la corte en Semana Santa a vender sus cuadros, que eran adquiridos para las colecciones más importantes de la nobleza. Ente sus clientes estaba el embajador británico, sir Arthur Hopton, quien envió cuadros del Labrador al rey Carlos I. También poseyó alguna de sus obras la reina de Francia, Ana de Austria; con lo que fue uno de los pocos artistas españoles que fue conocido fuera de la Península en el siglo XVII. Su fama se basaba en un personal planteamiento para representar flores y frutas, sobre todo las uvas, que fueron el objeto principal de sus cuadros. En sus bodegones hacía una particular mezcla de la tradición del naturalismo con unos encuadres desconcertantes. Su detallismo extremo se potenciaba con la violenta iluminación heredera de Caravaggio y la visión muy cercana de las frutas. El fondo oscuro y la ausencia de referencias al espacio los hace completamente atemporales, en especial las visiones de los racimos de uvas suspendidos, de una estética cercana a planteamientos propios del arte contemporáneo. Aunque se relaciona con la evolución del género en la primera mitad del siglo XVII, su obra supone una aportación singular para la época. La enigmática personalidad del artista, alejado de la corte en su momento de mayor madurez y empeñado en un nuevo naturalismo a contracorriente de su tiempo, resulta aún más exclusiva porque se conservan muy pocas de sus pinturas. Aunque hay referencias antiguas
Las cinco obras del Labrador que atesora el Museo, se presentan junto a algunas piezas que hasta ahora no se habían expuesto en España, como Bodegón con uvas, membrillos y frutos secos, procedente de la colección de SM la reina Isabel II de Inglaterra, o Bodegón de uvas, bellotas y copa con manzanas de una colección particular barcelonesa. A ellas se suman otras cuatro obras procedentes de colecciones particulares y del Museo Cerralbo.
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