Exposición en Madrid, España

Juan Carlos Lázaro

Dónde:
Juan Gris / Villanueva, 22 / Madrid, España
Cuándo:
23 sep de 2010 - 30 oct de 2010
Inauguración:
23 sep de 2010
Organizada por:
Artistas participantes:
Descripción de la Exposición
El autor presenta sus últimos trabajos (bodegones y paisajes) que constan de pinturas y dibujos, representados con su particular lenguaje poético. En 1987 Juan Carlos Lázaro obtiene la licenciatura de Bellas Artes por la Universidad de Sevilla. Su obra forma parte de las colecciones del MNCARS (Museo Reina Sofía); Madrid, MEIAC, Badajoz; Museo de Cáceres; CAB, Burgos; CAJASOL, Sevilla; y de las Fundaciones Sorigué, Lleida y Chirivella Soriano, Valencia. De su obra se han ocupado importantes teóricos y críticos de arte, entre de ellos: Francisco Calvo Serraller, Juan Manuel Bonet, Enrique Andrés Ruiz, Oscar Alonso Molina, Miguel Fernández Cid.... Juan Carlos Lázaro recrea una pintura de singular intensidad poética, frágil, delicada y elegante en la que persigue revelar la fragilidad de la materia pero también su capacidad para impregnarse de luz, de transfigurarse y participar en la belleza de lo creado. Como el propio artista ha explicado sobre su obra: ... Lo que intento es poner de relieve la realidad misma de la pintura, que ésta sea tenida en cuenta como tal, como un objeto con finalidad propia: la de ser capaz de transmitir una emoción, la de decir cosas, pero que estas cosas sea sólo la pintura la que las diga. Por esto no pongo mi interés en reproducir fielmente estos objetos tal como los vemos en la realidad, y por esto también es por lo que los depuro de sus detalles descriptivos y circunstanciales, representándolos así, volviéndolos puros elementos compositivos, puros valores pictóricos, con los que construir y dar significado a mi pintura. Pintura que quiero sin adornos ni interferencias, sola, desnuda, en silencio.

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Stricto sensu, esta divisa del rubro bastaría para identificar la pintura reciente de JCL. Se aleja de la sugerencia y se somete a la luz; del murmullo de los cuerpos, moviéndose en la niebla, al esplendor de la claridad, que cae desde los aires: la veladura misteriosa es sorprendida por la luminosidad, su empresa estética no cambia, se manifiesta con naturalidad, mutando la sospecha en certeza. 'Brightness falls from the air' ¿Conocería Claudio este verso de Nash?

 

Ante el mar del trópico, el nauta iluminado, el hechicero insigne Enrique Molina, pífano zahorí de músicas abisales, exclama: 'Aquí la luz humana se deshace entre las garras de la luz salvaje'. Cuaja con el ritmo de belleza que ha impuesto el frexnense en esta epifanía. Aquella luz tímida, sugeridora, encubridora, ha sucumbido en las garras de la luz salvaje, que lo invade todo, ardiendo en su albura de cal eterna, en estado de nitidez, instituyendo un realismo traslúcido, sotto voce, que va de lo físico a lo metafísico.

 

'...una imagen de la belleza que hemos llegado a comprender: eso es el arte', dice Stephen, pero Lynch insiste, acota, cerca a su interlocutor, acerca de qué es el arte y cuál la belleza que el arte expresa. Y entonces Stephen Dédalus, responde: 'Arte es la adaptación por el hombre de la materia sensible o inteligible para un fi n estético'.

 

Desde el atomista Lepucio a Newton, aún, la luz ha sido pensada como objeto poético, onda y partícula o ambas circunstancias a un tiempo. Cuanto más atrás, más poesía, mojando el pensamiento en el tintero de los mitos, y no menos certeza. Lepucio estimaba que los cuerpos desprendían imágenes, halos inciertos captados por lo ojos, que los enviaban al alma, que era la que determinaba la entidad del resplandor.

 

La óptica pertenece al campo de la más alta poesía.

 

Como el arte, que no es ciencia, pero que a veces llega, en el interior del hombre, donde aquella no es capaz. El arte es luz que ilumina ámbitos oscuros. No debería irritar esto a los físicos, porque sin los caminos que la poesía aventura, ellos no podrían soñar, ni descubrir la raíz de sus sueños, que, de tiempo en vez, se convierten en teorías, que avivan lumbres ocultas.

 

Dédalus, para arrostrar el análisis de la belleza, echa mano de un poeta, Tomás de Aquino: 'Pulchra sunt quae visa placent'. Y a lo largo de la conversación completa la definición con las cualidades que requiere la belleza: 'Ad pulchritudinem tria requiruntur: integritas, consonantia, claritas'. Aquello que nos causa placer al contemplarlo, requiere integridad, armonía y luminosidad.

 

Al traducir el término claritas, Stephen Dédalus nos deja unas consideraciones maravillosas, que estima como literatura, concretando que la luminosidad a la que se refi ere el de Aquino es lo que la escolástica llama quidditas, es decir la esencia del ser. Una sensación que siente el artista en el momento de concebir esa claridad en su imaginación y que es lo que expresa.

 

Porque el artista no es un gozne más del azar, que hace el trabajo, mientras el hombre sestea. El pintor, ¿por qué pinta, si no es para crear un lenguaje que exprese la búsqueda de lo que sueña? Pretende establecer un código que explique lo que siente y compartirlo con sus coetáneos, cuantos más, mejor. Y que éstos lo aprehendan captando la quidditas, que es lo que muchas veces no podemos explicar, pero es lo que más interesa de la obra de arte.

 

La emoción y el misterio. Para Azorín, eran dos cualidades sin las que no había arte. La emoción de expresar un sentimiento y de percibirlo; el misterio de lo inefable, la magia que eleva por encima del pensamiento lógico al hombre, que le conduce no sabiendo a la intensidad de lo diáfano, a la nitidez balbuciendo.

 

Lo que identifica la obra última de Juan Carlos Lázaro, que es lo que identifica a Juan Carlos Lázaro, es esa idea aparencial de los cuerpos, el misterio que se esconde en los indicios. Ahora, no se ha roto esa magia de lo ambiguo, la promiscuidad del reino de las tinieblas, pero el cuadro se ha convertido en una estancia de claridad, donde arenga la pureza de la luz a los objetos, reticentes a reflejarla, ínsitos en la fuerza de sus propias cromías. Ha unido luminosidad, esencia del ser y silencio, alentando la presencia.

 

El dibujo, que ahora muestra, todavía conserva esa vocación de manto de rocío que cubre la naturaleza antes de despertar, cada amanecida. Su mano de seda da fluidez a su andadura en el campo de lo misterioso, con la misma sutileza que el orzoyo labra el terciopelo. Importa la indagación de lo oculto y del sol. Cuando, en 1974, Harry Edmund Martinson comparte el Premio Nobel de Literatura, la Academia Sueca manifiesta que le concede el galardón 'por una obra capaz de abarcar desde una gota de rocío a todo el universo'. Eso sucede aquí, en el reducido espacio de un cuadro.

 

Cuando contemplamos esta obra, entramos en un orden, como pasar del rock, no importa qué familia, a la integridad, armonía y luminosidad de la música de Mozart. El orden establece un sistema de jerarquías, nada que ver con una determinada ideología, sino con la estructura que potencia la entidad de una propuesta estética.

 

¿Qué diferencia el retrato o los objetos del paisaje, de los dibujos, en esta obra? Nada, impera un lenguaje, que se está construyendo cada día, cada pieza. Un lenguaje tejido de color, de formas leves, de cuerpos estando, apareciendo; si, pero, también de luz, que expresa un estado del alma, una forma de ser, una actitud.

 

En la parte final de 'Retrato del artista adolescente', Stephen Dédalus arguye: '...todo el que admira un objeto bello encuentra en él ciertas relaciones que le satisfacen y que coinciden con las etapas mismas de la aprehensión estética. Estas relaciones de lo sensible, visibles para ti de una determinada forma y para mí a través de otra distinta, serán, por tanto, las cualidades necesarias de la belleza'.

 

No hablo sólo de los paisajes, mirados con limpieza lírica; de unos objetos poetizados por los tonos, de un ámbito repleto de luz, sino de elementos que se interaccionan para construir una nueva realidad, no exenta de magia, de ternura, de emoción, de misterio. Hablo de la 'adaptación por el hombre de la materia sensible o inteligible para un fin estético'. La realidad no es más que un material con el que trabaja el intelecto del artista para dejar constancia de la quidditas, conformando así su idiolecto.

 

El hombre cuando manipula la materia le inyecta una suerte de energía vital, positiva, trascendente. No en sentido teológico, sino ontológico. El hombre que dispone de esa facultad y esa carga espiritual. Puede suceder que alguien accione un material, para transformarlo en otra cosa, y no lo consiga, por razones múltiples, o por la más sencilla, porque no tiene nada que transmitir, que decir. Eso diferencia al pintor del artista, al que sólo dispone de oficio del que tiene algo más, hasta que lo tenga.

 

El que se repite muere, aunque gane mucho, pierde. No se es todo el tiempo brillante, poeta, pintor. Hay estados, momentos, fases. La concreción, la expresión idónea, la búsqueda que uno se impone requieren un esfuerzo absoluto.

 

A veces, el artista sufre, intenta y no logra contagiar lo que siente; pero, si el artista no siente lo que hace, difícilmente puede llegar a los demás. Juan Carlos Lázaro siente que completa una misión, que elabora un destino, en su pintura; cuantos más lo perciban, mejor; más depurado saldrá del trance y más luz descubrirá y ponderará en su ejercicio.

 

 

 
Imágenes de la Exposición
Juan Carlos Lázaro

Entrada actualizada el el 26 may de 2016

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