Descripción de la Exposición Resulta imposible comprimir en breves páginas las múltiples facetas de José María Cao. Si hubiera vivido en el Renacimiento, tal vez hoy nos referiríamos a él como uno de esos genios que cultivaron, con pasión y conocimiento, diferentes ciencias. Pero el tiempo que le tocó vivir fue el de la transición entre los siglos XIX y XX; y los lugares, España y la Argentina. Galicia fue su cuna y su marca, la patria de la que se fue para nunca volver, aunque jamás dejó de añorar y amar. Un detalle lo resume: el violín con el que tocaba, noche tras noche, en su casa de Lanús, estaba construido con madera traída de Galicia, para sentir el contacto de su tierra natal en su mejilla. Y la Argentina fue su destino, el país que le dio cobijo, trabajo, sinsabores y alegrías, amigos, familia. Fue el crisol donde se fundieron los inmigrantes y los criollos, el pueblo y los políticos, las mujeres y los hombres, los vicios y las virtudes, para hacer surgir las figuras que nutrieron su mano incansable. Desde lo personal, apoyó el nacionalismo gallego, pero renegando de la nostalgia vacua, y tuvo una presencia activa en reuniones de intelectuales y artistas. Como padre, fue comprensivo y dedicado, transmitiendo a sus hijos el amor por las artes en general y la música en particular. Fumaba tabaco en las clásicas pipas alemanas de porcelana y le gustaban los habanos; y aunque no era bebedor, gustaba del buen vino y del cognac. Su generosidad y desprendimiento eran proverbiales: le daba, sin dudarlo y sin medida, a cuanto desposeído le pedía, tal vez como reflejo de las privaciones que vivió en su infancia. Era un lector apasionado, con preferencia por Cervantes, Tolstoi y Zola. Inclusive escribió algunos poemas de honda raíz humanística y correcta forma. Tenía una aptitud natural para las ciencias, con grandes conocimientos de electricidad y física. Un compañero suyo en Caras y Caretas, el cronista Juan José de Soiza Reilly lo describió diciendo que «Hacía chistes. Reía infantilmente. Decía terribles sarcasmos contra todo títere viviente. Odiaba a los pillos, a los políticos ladrones, a los sinvergüenzas vestidos de frac. En determinados momentos daba la sensación de ser un anarquista. Si se indignaba contra las injusticias ajenas, tiraba los lápices sobre la mesa y metía las manos en los bolsillos como buscándose bombas de dinamita. De pronto, alguien le hablaba de un amigo que estaba en la miseria, de alguien que estaba enfermo... El corazón se le salía a los ojos. Era un alma de niño. ¡Y qué talento el suyo! ¡Escribía en una prosa clásica, vigorosa, de giros propios, ágil, pintoresco, vibrante, original! [...] Más que un artista, era un psicólogo profundo. Era un conocedor, un calador, un analista de los hombres. Muchas de sus caricaturas eran autopsias. [...] Fue este notable maestro del lápiz y de la pluma un revolucionario, un transformador del humorismo argentino. [...] Adaptándose al ambiente con todo el poder dúctil de su maestría, Cao supo hacer una labor netamente argentina; era europeo y no quiso, sin embargo, europeizar. [...] La pintura, la escultura, el verso, la prosa, la música, nada le fue extraño e inaccesible.» El fin del siglo XIX marcó un momento especial en su vida, cuando confluyeron el apaciguamiento de los furores juveniles con una etapa más reflexiva, sistematizada por su ingreso a la Masonería, con el inicio de una vida familiar más sosegada, al separarse de Elvira Blanco y conocer a María de Domenici. Coincidentemente, desde lo profesional, el ingreso a Caras y Caretas le permitió insertarse en un medio menos agresivo que aquellos en los que había publicado anteriormente. Por añadidura, la impresión por fotograbado utilizada por la revista le sumó la posibilidad de aliviar el trazo y trabajar con un nivel de detalle muy difícil de lograr con la litografía. La incorporación del color lo revelará como un acuarelista preciso y excepcional. Así, entre retratos y caricaturas, y a veces con dibujos a medio camino entre ambos, Cao cimentó su estilo. A pesar de su incesante actividad en diferentes medios, fue en Caras y Caretas donde encontró su madurez como ilustrador y el reconocimiento popular. Según Manuel Mayol, otro de los grandes dibujantes de aquellos años, Cao fue el «ironista más agudo y sutil, el caricaturista más fino, mordaz, ingenioso y afirmativo que ha existido en este continente. [...] A su aguda y certera vista era inútil ocultar las pequeñas debilidades que todos poseemos. Sin mirar, veía; y las corazas más seguras carecían de eficacia ante sus infalibles arremetidas. [...] Por ahí andan innumerables caricaturas (algunas de ellas cuidadosamente ocultas) verdaderos tratados de psicología, revelaciones sorprendentes, que han causado, por su fidelidad, más de un serio disgusto de esos que perturban el sueño. Muchas veces ha sido necesario contenerle porque de su lápiz salían a menudo caricaturas verdaderamente demoledoras. [...] Sentía secreta complacencia en volver del revés esas figuras decorativas que aparentan ser algo y no son nada...» El periodista Manuel Castro López juzgó que «sus líneas no serían audaces y esquemáticas como las de algunos de los dibujantes que en otros países comenzaban a revolucionar la técnica del dibujo, pero tenían la fuerza de expresión que también lo caracterizaron como innovador. La figura que él dibujaba estaba perfectamente modelada, se atenía a las leyes del claroscuro, al retoque menudo, pero comenzaba con su obra, para el dibujo de este país, una concisión esquemática de la que podríamos citar numerosos ejemplos. Cuando le designaron 'el padre de la caricatura argentina' afirmaban una verdad y, estamos seguros, que no se referían tanto a su trabajo fecundo cuanto a la calidad de ese trabajo.» Los dibujos de Cao nos revelan una nueva faceta cada vez que los miramos con atención. Su objetivo de retratar o caricaturizar a un personaje, ilustrar una situación o un texto, siempre se cumple plenamente. Pero al dejarnos llevar por la sutileza de la línea o el detalle, descubrimos en ellos un propósito que trasciende a la mera ilustración. Es cuando el dibujante se evade de la situación del momento o del encargo y deja que su arte se filtre y expanda. Y es entonces cuando la caricatura pasa a ser, la mayor parte de las veces, un arma aniquiladora o una sutil forma de homenaje. Cuando Cao ilustra textos documentales o de ficción es un dibujante tradicional, académico, que acompaña los escritos sin invadirlos ni imponerse sobre ellos. Las ilustraciones publicadas en diferentes revistas en toda la etapa previa a Caras y Caretas, son de una factura correcta acorde con lo mejor de su época. Pero Cao estaba en permanente actualización, como se ve no sólo en la evolución de su estilo de dibujo sino también en su paso exitoso de una publicación a otra, cuando la preferencia del público estaba dispuesta para recibir una propuesta más innovadora. «Nadie discutió jamás la calidad de los dibujos de José María Cao en las distintas etapas de una vida profesional que duró treinta años. Fuera de Don Quijote, Cao pudo ser más él mismo, y lo fue. En el año 1905, en Caras y Caretas se muestra mucho más moderno, haciendo un dibujo más lineal y con un criterio más libre. En el año 1910 hace dibujos que mantienen plena vigencia hoy en día. En 1912, en Fray Mocho dibuja caricaturas verdaderamente 'modernistas' y de extraordinaria calidad. En 1917, en Crítica, dibuja, con la facilidad de los maestros, personajes absolutamente vivos en la expresión y en el gesto. Cao fue además un espléndido caricaturista personal, que pudo demostrar todo su saber cuando dibujó a sus amigos y colegas, procurando apresar en pocas líneas sus personalidades.» (Siro López Lorenzo, en O caricaturista Xosé María Cao.) Manuel Mayol, en el obituario publicado en Plus Ultra, opinó: «La enorme figura de Cao, empezamos a verla en sus justas proporciones, después de haber desparecido. Va agrandándose a medida que el tiempo pasa, y cuando llegue el momento en que cuajen y se sinteticen las manifestaciones de su múltiple talento, tendremos entonces la noción exacta del prodigioso volumen espiritual de José María Cao. [...] Cao fue de todo: poeta, comediógrafo, excelente prosista, dibujante, músico, pedagogo; [...] colaboró en casi todos los diarios y revistas de Buenos Aires. Socialista, anarquista, aristócrata, masón, indiferente, crédulo, escéptico, contradictorio, y por encima de todo un pensador profundo y un ironista formidable. Una enciclopedia viva y serena, que derrochó cuanto tuvo, y no quiso guardar nada para él.» Un siglo después, su obra mantiene una frescura inigualable y es una fuente inagotable de información e inspiración para investigadores y artistas.
Exposición. 17 dic de 2024 - 16 mar de 2025 / Museo Picasso Málaga / Málaga, España
Formación. 01 oct de 2024 - 04 abr de 2025 / PHotoEspaña / Madrid, España