Descripción de la Exposición La actual muestra recoge la última producción de José Arias, una obra realizada a lo largo del 2007 y los primeros meses del 2008. Las piezas presentadas suponen un verdadero tour de force en la producción del artista gijonés, en tanto que manteniendo su personalidad creativa, sus intereses plásticos y la maestría de su técnica, depura los medios para conseguir imágenes todavía más delicadas e impactantes que en sus anteriores etapas. La evolución técnica es consecuencia de sus vertidos anteriores, porque sigue vertiendo sobre paneles de madera pigmentos acrílicos. La diferencia radica en que, a través de la práctica y de los ensayos continuos con los pigmentos, ha descubierto que los diferentes momentos del secado producen craquelados y efectos texturales particularmente interesantes en un obra cimentada en un sólido dominio técnico. El proceso tiene dos fases: en una primera se vierte el fondo degradado (en tonos verdes, carmines, violetas, azules y grises) y a posteriori interviene con color y agua buscando diferentes direcciones, o dejando que el fluido corra libremente por el veteado de la madera. Desde 1992 Arias ha dejado de emplear el pincel. Lo ha sustituido por el vertido, por el goteo, por la pulverización y el movimiento del color sobre el soporte. Pero en este caso la veladura final se agrieta, se desconcha en ocasiones por la acción del agua y del secado inmediato. El cambio es importante porque se logran texturas acomodadas a los intereses plásticos, además de una enorme versatilidad de medios y una riqueza infinita de resultados. José Arias se define a sí mismo como un pintor de cocina, lo que yo llamaría un pintor de oficio. Todo lo que ha llegado a hacer en pintura se sustenta en la experiencia, en el aprendizaje constante, la asimilación de los errores y las apuestas más arriesgadas. Ahora se ha atrevido a incorporar el color plata en su pintura, un color difícil, que reacciona de manera diferente al resto de los pigmentos, pero que tiene la capacidad de cambiar en función de la luz, y de lograr infinitos matices y reflejos en relación con otros colores. En la cocina de Arias cada día hay un ensayo, una nueva prueba. Hay una sorpresa visual inesperada, un desafío sensorial y técnico. Tras horas y días de pruebas, con resultados a veces frustrados, va afianzado un método que admite diferentes registros y que aporta renovadas soluciones. Cada vez que Arias afronta un nuevo cuadro lo hace sin una idea preconcebida. Como en la pintura de acción norteamericana, el pintor dialoga constantemente con el pigmento, con el soporte y con la dirección de la materia. Las veladuras van tomando forma por su mismas, el pulverizador da más velocidad al acrílico, los movimientos estrellan los colores unos con otros, y la reacción química de los vertidos, el agua y el aire da lugar a espacios que a veces sacan los fondos, y otros los matizan o cambian, dando incluso una impresión fosilizada de la materia. Aunque su pintura no tiene ninguna intención figurativa ni referencial, es evidente que de una manera emocional, sin estudio previo ni boceto ni croquis, los resultados remiten invariablemente a la naturaleza. Una naturaleza que Arias conoce y ama. Sus dos pasiones han sido siempre el mar y el bosque, en las respectivas condiciones de pescador y recolector de setas. Y esa seducción por el mar y el bosque se traducen en las imágenes que el azar y la pasión inconsciente del artista trasladan a la madera. Así en cada obra el espectador creerá haber descubierto una tranquila marina, las olas rompiendo en la arena o un gran árbol -quizás un roble- emergiendo entre la niebla del amanecer. Esta pintura, cuajada de sugerencias, es capaz de encontrar vida en la materia inerte de un trozo de madera impregnado de pigmentos. Una madera teñida de color, cuyas vetas esbozan trazos, dibujan líneas de horizonte o las curvas caprichosas del oleaje, pasa a ser testigo -siempre silenciosa- de una vivencia emotiva y empática del paisaje. Decía Mark Rothko que el cuadro debía ser un milagro sólo en el instante en que se termina. Arias ha conseguido ese milagro, esa tensión de convertir los gestos impredecibles de la pintura chorreada en paisajes universales, en recuerdos de ciertos sitios y de determinados momentos. Sus paisajes no se pueden nombrar, porque no son nada en concreto, son abstracciones de una naturaleza sedimentada en el interior del artista, procesada con minuciosidad mediante los colores, que nos hace volar hacia callados vacíos inexistentes de nuestro paisaje.
Exposición. 19 nov de 2024 - 02 mar de 2025 / Museo Nacional del Prado / Madrid, España
Formación. 23 nov de 2024 - 29 nov de 2024 / Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (MNCARS) / Madrid, España