Descripción de la Exposición
De la belleza y lo sagrado es la primera revisión de conjunto de la obra de Isabel Baquedano (Mendavia, Navarra, 1929–Madrid, 2018), una de las figuras más personales de la pintura española de la segunda mitad del siglo XX. Como resumen las palabras del pintor Juan José Aquerreta, “El destino de Isabel fue la pintura”, un anhelo vocacional que le acompañó a lo largo de toda su vida.
Reconocida en los años sesenta como impulsora de la Escuela de Pamplona y artista muy respetada en círculos restringidos –su trabajo gozó de un temprano reconocimiento por parte de la crítica especializada y expuso con regularidad en Madrid y en el País Vasco–, Baquedano, que pronto dejó de firmar y fechar sus cuadros, nunca buscó la notoriedad sino solo el ejercicio puro de la pintura. Es por ello poco conocida por el gran público y ese es el principal motivo por el que el Museo de Bellas Artes de Bilbao ha organizado ahora esta exposición con el doble objetivo de divulgar su obra y de profundizar en su conocimiento.
De la belleza y lo sagrado reúne más de ciento cincuenta pinturas y medio centenar de dibujos –en manos, principalmente, de la familia y de coleccionistas particulares–, seleccionados por el escultor Ángel Bados, amigo de Isabel y buen conocedor de su trabajo, y por Miriam Alzuri, técnico del museo.
Entre las obras seleccionadas se encuentran Mesa (1979), una pieza icónica por cuyo “silencio” a menudo se la ha comparado con los depurados bodegones de Zurbarán y Morandi.
Agrupados por series, las pinturas y los dibujos ofrecen al espectador un amplio recorrido por la larga trayectoria profesional y vital de la artista, al tiempo que ponen en evidencia las cuestiones que le interesaron y exploró a través de su arte. Como se explica en el ensayo introductorio del catálogo a cargo de Adelina Moya Valgañón, “Toda su trayectoria fue un continuo cambio, una búsqueda, en función de sus motivaciones y de su elaboración mental sobre el concepto de pintura, en la que el sentimiento siempre era el punto de partida”.
El catálogo editado por el museo para la ocasión cobra especial valor, pues hasta la fecha no se ha realizado ningún estudio monográfico sobre Isabel Baquedano. Intervienen en él, junto a Ángel Bados y Miriam Alzuri, el escritor Ignacio Gómez de Liaño y la historiadora del arte y antigua profesora de la Universidad del País Vasco Adelina Moya Valgañón.
La exposición se inaugura en el Museo de Bellas Artes de Bilbao (desde el 30 de octubre hasta el 26 de enero de 2020) y después (desde el 5 de junio hasta el 20 de septiembre de 2020) podrá verse en dos sedes de la ciudad de Pamplona: el Museo de Navarra y el Museo Universidad de Navarra.
Isabel Baquedano (Mendavia, Navarra, 1929–Madrid, 2018)
Formada en la Escuela de Artes y Oficios de Zaragoza y en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, Isabel Baquedano ganó en 1957 por oposición la plaza de profesor de Dibujo y Modelado en la Escuela de Artes y Oficios de Pamplona, donde, hasta 1988, desarrolló un importante magisterio insuflando aires de modernidad en sucesivas generaciones de artistas.
Su vida transcurrió entre Pamplona y Madrid, y a comienzos de la década de 1960 se dio a conocer a través de una pintura en la órbita de la figuración realista, en donde se reconoce la huella de Antonio López. Sin perder de vista el arte pop entonces en boga, incluyó en sus obras un fuerte componente social. Después, se movería hacia composiciones con un trasfondo simbólico, y los paisajes urbanos y la realidad cotidiana y autobiográfica darían paso a temas y cromatismos procedentes del mundo clásico o de la historia sagrada, reflejo de su profunda religiosidad.
Toda su trayectoria artística ha sido una continua búsqueda –sus compañeros de profesión relatan que borraba una y otra vez– de un arte verdadero, realizado con la mayor sobriedad material y conceptual. Muy interesada en la historia del arte, tuvo como referentes a pintores del quattrocento, como Piero della Francesca, pero también contemporáneos como Edward Hopper, con el que comparte el interés por plasmar la soledad cotidiana. Al mismo tiempo acusa la influencia del contexto español con movimientos como el poscubismo, el informalismo, la nueva figuración, el expresionismo, el realismo social o el arte pop. Baquedano tamiza todo esto en un estilo personal que, a menudo, utiliza el pequeño formato para buscar nuevos caminos en cada pintura.
De la belleza y lo sagrado. Itinerario expositivo
1. Introducción
Baquedano fue una artista de dedicación diaria y extremadamente exigente con su trabajo. Desdeñando su propia destreza técnica, trató de llevar la pintura al límite, enfrentando al espectador al enigma de los asuntos que se encuentran más allá de lo visible.
Es autora de una obra de apariencia humilde, muy depurada en sus recursos estilísticos y expresivos, y realizada, sobre todo desde comienzos de la década de 1990, con una gran economía técnica. Como pintora, es dueña de un personal universo temático que incluye escenas cotidianas, bodegones, asuntos tomados de la tradición clásica, temas procedentes del Antiguo y del Nuevo Testamento o imágenes del mundo del circo.
2. Naturalismo/realismo
Dibujos y otras obras de aprendizaje de comienzos de los años cincuenta ponen de manifiesto el talento natural de Isabel Baquedano para la representación en los años previos a su paso por la Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid.
De economía expresiva y trazado limpio, muestran también su conocimiento de la historia del arte y su temprana capacidad para proponer una personal visión de la realidad. En las etapas iniciales de su carrera, durante los años sesenta y comienzos de los setenta, su trabajo se desarrolló en relación con las tendencias artísticas del momento, como el realismo social, la nueva figuración o la apropiación pop de imágenes procedentes del mundo doméstico y la publicidad.
3. Bodegones
Casi siempre pintado del natural, el bodegón fue un tema habitual en su obra temprana y a él volvería regularmente la artista para “descansar”, según decía, de la responsabilidad que para ella suponía la pintura.
De esas sesiones de trabajo practicadas “sin pensar” surgieron pequeñas obras llenas de luz que sirven de contrapunto a uno de sus cuadros más enigmáticos, Mesa (1979), de la colección del Museo de Bellas Artes de Bilbao. Instalado en una sala próxima, fue realizado a partir de fotografías tomadas en el comedor del Hotel Internacional de Canfranc (Huesca). Como a otros pintores, la fotografía le ayudaba a componer el cuadro y a modificar lo que previamente había observado y seleccionado en el mundo real.
4. Retratos domésticos
Durante la década de 1970, un periodo de plenitud vital para la artista, su trabajo establece una tregua temática con la realidad exterior y se adentra en un mundo más íntimo que le lleva a pintar autorretratos, retratos de su familia y amigos más cercanos, escenas domésticas e incluso obras concebidas como homenaje al oficio mismo de la pintura. Libres de toda convención figurativa, en alguna de ellas, como el retrato de Mayte Baquedano y su hija Mafi, aplica un doble distanciamiento técnico al colocar las figuras de espalda, mirando a un fondo para nosotros ciego.
5. La mirada
Quizá la tarea del arte no sea otra que mediar entre lo que vemos y lo que se manifiesta sin nombre más allá de lo que vemos, para una suerte de engarce simbólico entre el ver y la mirada del “otro”. Isabel practicó esta tarea con la sola ayuda de la belleza, recurriendo en ocasiones a la buena forma o ejercitando, en el mejor de los casos, una sutil “borradura” de la propia representación.
6. Grecia
Pintados como recuerdo de un viaje a Grecia e Italia a finales de los años setenta, la belleza de los templos y lugares representados (Corinto, Paestum o Cabo Sunión), así como las sensaciones vividas o experimentadas allí se convierten en protagonistas de estos lienzos con evocaciones del romanticismo alemán en los que la artista se autorretrata en medio del paisaje de ruinas clásicas. Años más tarde pintaría las imágenes del templo roto como alegoría de un tiempo de incertidumbre en su vida personal y profesional.
A partir de la década de 1990 afrontaría nuevos temas e inquietudes artísticas trabajando con una enorme economía constructiva. Por una parte, se haría evidente en su obra la presencia de la geometría y la utilización de colores planos y muy vivos, de contornos muy marcados; por otra, el dibujo se hace más inestable y, a menudo, se desarrolla independiente del color.
7. Los pequeños formatos
Como en sus bodegones pintados del natural, en los que un motivo pictórico era representado bajo diferentes puntos de vista, a mediados de los años noventa recurrió al pequeño formato y a la repetición de los temas atendiendo al solo goce del hacer, del pintar. Los mismos temas −escenas del mundo del circo protagonizadas por saltimbanquis, equilibristas y contorsionistas, camareros y camareras, entre otros− fueron representados por la artista bajo múltiples formas y composiciones.
8. Abriendo lo religioso
A partir de 1994 los temas procedentes del Antiguo y el Nuevo Testamento se incorporaron a su pintura. A juzgar por los largos procesos de desarrollo de los episodios religiosos que recreó (anunciaciones, expulsiones del Paraíso, huidas a Egipto, sacrificios de Isaac, entre otros), su predilección por ellos no fue solo consecuencia de un cambio temático en su trabajo. Por el contrario, la recuperación del armazón imaginario y simbólico de la historia sagrada −la “historia más verdadera”, según su creencia− pudo brindarle bienestar y cobijo espiritual frente a los límites del vivir a la vez que alimentaba y guiaba su trabajo diario como pintora.
9. La historia más hermosa
De modo extraordinario, la pintura última de Isabel Baquedano hunde sus raíces en acontecimientos vitales importantes que la artista se atreve a plasmar en el cuadro guiada sobre todo por su espiritualidad. Quizás por eso su trabajo final, desde un punto de vista pictórico, ofrece un grado de intensidad extrema. Representación de lo vivido también al límite, en estas obras la artista lo confía todo al color para activar la escena sagrada como si se tratara de un acto ocurrido en nuestro presente. La pincelada, más impetuosa e imprevisible que nunca, ha sido aplicada con la certeza de lo aprendido al cabo de una vida felizmente larga, generosamente entregada cada día al arte de la pintura.
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