Descripción de la Exposición
Siendo siempre escultura, la escultura puede hacerse de muchos modos y declinarse en diferentes naturalezas. Lo interesante es que esta plurivalencia se concentre en un objeto contundente, que la simplicidad sea la premisa para la complejidad y que se convierta en una presencia iluminadora. A estos principios responde la obra de Enrique Asensi.
Es evidente que esta es una escultura arquitectónica. Sus volúmenes, claramente definidos, se sostienen sobre el suelo con un orden establecido y una estructura diáfana. La escultura de Asensi tiende a la verticalidad, pero a una verticalidad contenida, a escala humana. Geométrica, estable y compacta, traduce la seguridad de lo construido y lo estático. Podríamos considerar que hay en ella una aspiración purista, si no fuera porque introduce otro factor en juego, al lado del formal, que es la piel: su textura, sus gradaciones cromáticas, su tactilidad. Pero es cierto que predomina el principio de la abstracción y las formas limpias. Incluso se puede pensar, en un primer momento, en cierta severidad. Su registro es, probablemente, más centroeuropeo que mediterráneo. Nos extrañó, pues, que encontramos a Asensi, por ejemplo, al lado de Joseph Beuys y de Günter Uecker en esa colección tan singular y profunda que se ha constituido en la parroquia de Pax Christi en Oppum, Krefeld (Renania del Norte-Westfalia).
Aunque es aún relativamente poco conocido en nuestro país, Asensi lleva más de 20 años con un lenguaje plenamente definido, compacto y coherente que ha recibido una apreciación consolidada en los países germánicos. Tuvo una formación muy clásica y académica en Valencia. A mediados de los 70, justo antes de marchar a Alemania, donde ha vivido todos estos años, había iniciado el camino de la modernidad y la investigación, y partió de un referente histórico incuestionable: Julio González. Sus esculturas tienen en esta época un aire casi nostálgico: hay en ellas un arcaísmo leve y refinado que podría responder a esa necesidad de entroncar con lo que fue el principio de la escultura moderna. Aunque podríamos hallar aún ciertas correspondencias con las primeras vanguardias, como con la Puerta del beso de Constantin Brancusi, Asensi evolucionó hacia una abstracción geométrica y una concepción monumental de la escultura que se puede relacionar con los maestros de la contemporaneidad, con Chillida, Judd, Serra e incluso con creadores de última tendencia como Rachel Whiteread, con quien comparte la fascinación por la arquitectura y lo cerrado. Asensi se diferencia de ellos con su propuesta propia. Es revelador que su galería en Salzburgo haya expuesto su obra junto a la de Richard Serra. Pero se aprecia que donde Serra es transitable y trabaja sobre el muro, Asensi se basa en la estela, la torre, el volumen unitario y centrípeto. Para enriquecer estos diálogos posibles, nos parece que sería estimulante confrontar la obra de Asensi con la de un pintor que fue, paradójicamente, muy poco afín a la escultura: Barnett Newman. Asensi coincide con el sentido de la verticalidad de Newman y con la majestuosidad de los ritmos y las continuidades, que conducen a una poética de lo trascendente.
Por aquí vamos a discernir la clave de la escultura de Asensi. No sólo hay solemnidad y austeridad en su forma global, sino que guarda un secreto, una razón íntima. Aparentemente hermética, siempre sin título, sugiere a la mirada atenta un hilo para vislumbrar misterios. En muchas de sus esculturas encontramos una obertura central. Por eso nos recuerdan a puertas o ventanas, angostas saeteras. En otros, de formas más orgánicas, podemos intuir alusiones figurativas, que podrían remitir a la forma arquetípica de la vasija, de un recipiente milenario que define y contiene un vacío dispuesto a ser colmado. Pero podría también tratarse de unos pájaros que, como centinelas, custodian el eje central de un volumen rotundo y pulsátil, como un corazón. Ese centro de la escultura de Asensi es su alma. El alma es aquello que permite el equilibrio, la gracia vital. El anima, en latín, es un viento, una respiración, aquello que da o manifiesta la vida. El alma está dentro del cuerpo, no como algo opuesto a él, sino como su sustancia y lo que le comunica con el exterior. La ciencia hace una interpretación estrictamente mecánica de ese hálito mientras que la religión lo convierte en motivo de arduas disquisiciones y de controversia. El arte, en su tradición romántica, a la que Asensi, tan germánico, está sutilmente ligado, es capaz de proponer otra estrategia de aproximación a la intuición del misterio de la vida. El arte permite abordar esta cuestión a partir de la experiencia y de la metáfora. ¿Qué nos muestran las obras de Asensi? Que el alma es un núcleo que debe ser protegido, no capturado ni poseído. Es algo inmaterial pero mueve y ordena la materia a su alrededor. Al ser esculturas pensadas para el exterior, en algún momento del año, breve e incierto, serán atravesadas por la luz del sol. De este modo, recibiremos una iluminación desde su interior.
Asensi ha realizado unas obras singulares, una especie de esculturas a base de planos bidimensionales apoyados sobre el muro. En las aberturas centrales que presentan se suman unos planos escalonados que remiten a la idea de ascensión, pero que también podríamos vincular con otras piezas suyas, de concepción monumental, en las que se perciben resonancias de los zigurats mesopotámicos, que fueron los precedentes de las pirámides y que una vez más remiten al misterio de lo interior escondido en una construcción maciza y sagrada. En ambos casos, no obstante, la volumetría se ve matizada por la luz, evocada a través del contraste abrupto entre claridad y oscuridad. Asensi realiza regularmente pinturas que le sirven de contrapunto, por su inmediatez, al lento y meditado proceso de la escultura. En ellas, trabaja con una técnica ancestral, la encáustica o pintura a la cera caliente. No es extraño que la escogiera, ya que para un escultor formado en la técnica milenaria de la cera perdida, la cera es materia y no simple aglutinante de pigmento. Alterada por la aplicación virulenta del calor, la cera se convierte en estas pinturas en un magma espeso y primigenio que evoca energías telúricas. Y Asensi también trabaja con el fuego la piedra. Quema a veces su superficie para alterar el pulido del bloque original y aportarle una rugosidad y unas cicatrices que son equivalentes al oxidado del acero. En estos híbridos entre escultura y pintura se vuelve a reunir esa dualidad contrastada que fundamenta su escultura: la materia y la luz.
Decíamos que esta obra conduce hacia lo trascendente. Pero quizás sería más tangible, sustantivizada en la escultura, donde hallaríamos no respuestas sino la satisfacción de interrogarnos indefinidamente. La escultura bien entendida permite esta doble actividad del intelecto: contemplación y pregunta. Cuerpo, forma, materia y luz se conjugan, en la obra de Asensi, para incitarnos a estos ejercicios del alma.