Descripción de la Exposición
Tradicionalmente los seres humanos hemos establecido estrictas barreras con el resto de los seres vivos, entendiendo que nuestra forma de organizarnos en sociedad y de relacionarnos con el entorno nos hacía diferenciarnos del mundo animal. Sin embargo, de la misma manera que se superaron las resistencias a la teoría de la evolución biológica de las especies, parece cada vez más evidente que nuestros comportamientos también son el resultado de una misma larga evolución. Queda especialmente de relieve en lo que se refiere a los sentimientos de territorialidad, que debido fundamentalmente a la necesidad de cubrir nuestras necesidades primarias nos hace vincularnos a ámbitos geográficos concretos, muy en la línea del pensamiento que anticipaba Robert Ardrey*[1] hace unas décadas en su obra "El Imperativo Territorial". El hecho de defender la territorialidad ha sido una constante en la historia de la humanidad, ocurre a muy diversas escalas y desde luego también entre diversos países limítrofes que mantienen sus litigios y confrontamientos en la actualidad.
Tomando esta base, se establece este proyecto expositivo en el que participan Glenda León, Juana Córdova y Katherinne Fiedler, tres artistas latinoamericanas que aportan su enfoque personal, vinculado a la experiencia próxima de su entorno, y estableciendo un permanente paralelismo entre el mundo animal y el mundo humano, dejando constancia de la inevitable correspondencia que existe entre ellos.
En la obra El Enemigo de Glenda León (La Habana, 1976), un perro que ladra a un gato es, en este caso, el símbolo de las frustraciones, de los miedos, de la mala imaginación o paranoia, de la mala interpretación del mundo, y es precisamente contra todo esto contra lo que la obra en general trata de manifestarse.
El gato maneki-neko, un símbolo japonés de la buena suerte, especialmente éste, es el escogido, colocado a la entrada de los lugares para atraer fortuna. Pero al mismo tiempo no pertenece al mundo del perro (proyectado), sino, en todo caso al mundo material, lo que nos dice que lo real, el universo en su esencia pura es de naturaleza benéfica, pero el animal lo interpreta y transforma en una situación de confrontación.
Extrapolándolo a nuestra sociedad se puede interpretar como una tendencia a la protección, a encontrar amenazas ante aquello que desconocemos y por tanto a evitarlo como medida de defensa, y se realiza con las herramientas que se disponen, con la violencia y con la intimidación, del mismo modo que actúa el perro ladrando cada vez con mayor intensidad.
En este sentido, en un contexto más geopolítico las naciones históricamente han visto enemigos en donde no los hay, pudiendo incluso retroalimentar su existencia creando la imagen de un enemigo amenazante prolongado en el tiempo, justificando sus actuaciones bélicas.
Con esta obra se intenta ridiculizar a nuestros fantasmas mentales, que son en la mayoría de los casos, nuestro mayor enemigo. Es una llamada a la paz en todos sus sentidos, en todos los espacios.
Por su parte, Juana Córdova (Cuenca, Ecuador, 1973) es una espectadora fiel de la cotidianidad de los manglares que, aparte de otras funciones, posibilitan la transición entre la tierra y el mar. Esas relaciones y su morfología vegetal característica quedan plasmadas en su obra “Vuelo de rutina”, donde insinúa un perfil costero mediante la confluencia de círculos.
Estos círculos realizados sobre la base de montículos de arena se encuentran realizados con plumas de pelícanos y fragatas recolectadas en paseos por la playa y que ahora se nos presentan recreando la forma de manglares o quizás incluso como un pajonal andino. Con ello produce un efecto visual donde se confunde la forma del ave y la vegetación en la que anida a modo de trampantojo surrealista, muy al estilo de algunas obras de René Magritte.
Es un trabajo que nace de la observación, la curiosidad, y el cuestionamiento del entorno. Los pelícanos junto con las fragatas vuelan constantemente por el acantilado donde reside la artista y trazan diversos emplazamientos concretos que utilizan para satisfacer sus necesidades de anidamiento y alimentación. En base a ello, insinúa este mapa costero ecuatoriano, que abarcaría desde San Pedro hasta Salango intentando localizar los lugares donde las aves transitan. El resultado es un ejercicio de reflexión sobre la migración, la mudanza, lo relativo del sentido de pertenencia, así como la necesidad de abastecer nuestras necesidades básicas, que en definitiva son situaciones y problemáticas comunes de la sociedad.
En Inabarcable, Katherinne Fiedler (Lima, 1982) cuestiona las propuestas en torno a las políticas territoriales y la noción de frontera, y se ahonda en el paisaje marítimo como escenario y reflexión desde la historia del Perú hasta propuestas y reflexiones universales.
El paisaje marítimo se convierte en un territorio político donde convergen intereses fronterizos, nacionalistas y del propio Estado nación. Ha sido y sigue siendo escenario de innumerables batallas y guerras, así como espacio de problemáticas contemporáneas. Delimitar territorios con ejes es una forma de diferenciarse del "otro", y al mismo tiempo, lo "propio" aparece como fundamental. Muchos de estos mojones que separan fronteras son abstractos, sobre superficies naturales, pero ¿no es la naturaleza ilimitada y en constante cambio y movimiento?
La actitud del perro en un barco pesquero ubicado en alta mar, transmitiendo un aparente control y defensa sobre su espacio, contrasta con su situación de marginalidad y vulnerabilidad frente al paisaje marítimo circundante. En su rol de perro guardián, encarna una función que refleja los miedos, afectos y políticas propias de los seres humanos.
La propuesta de Katherinne se complementa con dos piezas que aluden a esta permanente evolución biológica del ser humano. Por un lado, Interior Hondo que se articula desde una fina estructura en acero inoxidable con elementos semicirculares soldados evocando a una columna vertebral o estructura corpórea. En la estructura están insertadas fragmentos de ostras recolectadas por la artista que se alejan de su carácter intrínseco para asemejarse a una parte del cuerpo humano como una pelvis, aludiendo de esta manera a las conexiones y semejanzas entre entidades y organismos. Y, por otro lado, Sostener desde dentro que empleando dos estructuras de acero negro curvado conformadas por hélices de hierro fundido que provienen de diversas anclas en desuso, conservan en su "piel" las huellas y textura del tiempo que estuvieron bajo el mar, otorgándoles características casi orgánicas al metal, como si fueran elementos vivos. Lo animado y lo inanimado convergen, modificado por el tiempo y el lugar, organizado de tal manera en el acero que parecen evocar la imagen de unas costillas o alguna estructura interna de un gran animal.
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*[1] R. Ardrey definía el Territorio, en sentido ecológico, como “el espacio, sea acuático, terrestre o aéreo, que un animal o grupo de animales defiende como reserva primitiva suya. Y se denomina territorialismo la compulsión interna que mueve a los seres animados a poseer y defender tal espacio”.