Descripción de la Exposición Este proyecto forma parte de un ciclo expositivo más amplio que concluye en este Museo y que ha sido presentado ya en el Museo Ianchelevici en La Louvière (Bélgica) y en el Museo Lázaro Galdiano de Madrid, a principios de 2013. Instante blanco, de Bernardí Roig, es una exposición concebida expresamente por el artista que ocupa y redefine los espacios del museo con diez esculturas blancas. El objetivo es establecer un diálogo con las diferentes estancias que contienen los fondos del museo a fin de crear una nueva mirada sobre las obras que alberga. Se trata, por tanto, de una intervención en los márgenes, de un susurro que dinamita la idea del museo como mero almacén de objetos ubicados y percibidos cronológicamente. Con dicha ocupación e interpretación del territorio del museo, se reactiva la presencia de las obras del pasado y se altera ese tipo de percepción lineal que busca fosilizar el recuerdo. Por el contrario, la obra de Bernardí Roig genera una serie de fricciones con la memoria y da lugar a un recorrido inédito que hace visible toda una trama de significados imprevistos. De este modo, estas diez esculturas blancas rompen el silencio devoto del lugar y de sus visitantes para proponer otro itinerario de nuestra colección de escultura policromada. Las salas de un museo son la casa de la memoria, el lugar donde se sedimentan las imágenes que, en otras épocas, han formado el imaginario colectivo de una cultura, y que, acumuladas y ordenadas por la historia, han moldeado nuestro saber. Pero estas mismas imágenes, alteradas y recodificadas por el artista, provocan una polvareda de escombros a su alrededor. Esos escombros son los microfragmentos desordenados de nuestra memoria. El título de la exposición hace referencia a la célebre frase del Fausto de Goethe: 'Detente, instante, ¡eres tan bello!'. La escultura representa ese instante, apresado en la quietud de la forma. Como explica Bernardí Roig, 'ese instante es blanco porque la luz detenida se ha coagulado. Es entonces cuando podemos afirmar que el ojo se ha sumergido en un vaso de leche. Un gigantesco vaso de leche en el que los significados todavía no han copulado'. La intervención es mínima y del todo respetuosa con el escenario, pero propone un juego de develamiento- revelación que obliga a tomar senderos inusuales. El trabajo de Bernardí Roig ha estado siempre vinculado a la poética de los espacios y ha establecido un tenso diálogo con la memoria de las imágenes. La luz actúa como metáfora de esa memoria. Es una luz que no alumbra, sino que deslumbra y paraliza, que nos ciega, al igual que la memoria. Sus solitarias esculturas blancas -extraídas del calco de personas reales- suponen una reflexión sobre la figura humana como última y solitaria presencia. Y el conjunto de su obra más reciente traduce la vanidad del lenguaje y su imposibilidad para seguir sosteniéndose sobre las cenizas de la imagen. En los últimos años, Bernardí Roig ha creado diversos recorridos personales en espacios que contienen obras del pasado. En 2008 intervino en el claustro de la catedral de Burgos; en 2009, en la Galleria Internazionale d'Arte Moderna Ca'Pesaro, de Venecia, en el marco de la 53ª Bienal. Actualmente está trabajando en un proyecto para The Phillips Collection de Washington que se presentará en el otoño de 2014. EL PROPÓSITO DE LA EXPOSICIÓN Celebración de la escultura Instante blanco se enmarca en la conmemoración del 80 aniversario del Museo Nacional de Escultura (1933-2013), que no ha querido hacer de este cumpleaños un auto homenaje nostálgico, sino una celebración de la fidelidad de los hombres al arte de la escultura, una fidelidad inmemorial y, a la vez, intensamente contemporánea. Fue esa intención la que, esta primavera, inspiró Diálogos de lo Sagrado, la exposición que tendía un puente hacia el pasado más remoto de este arte, con ídolos africanos, primitivos, del cristianismo y del Viejo Oriente. Ahora, presentamos una propuesta sobre la escultura del presente, que, miles de años después, sigue provocadoramente viva. Entre uno y otro extremo temporal, la colección permanente del Museo, su «caja negra», se confirma como uno de los momentos fuertes de la escultura universal, los Siglos de Oro, un tiempo de grandes inventores plásticos, de Berruguete a Pedro de Mena, que, también, cada uno a su modo, se adentraron por caminos desconocidos, con pasión y riesgo, empujados por la necesidad de abrir nuevas rutas, a costa de romper, también ellos, con la tradición de sus mayores. Conversando con la colección Expuestos por los pasillos y patios del edificio, escondidos tras los retablos, aupados a las peanas suplantando por un instante a sus habitantes «legales», estos entrometidos de Bernardí Roig fundan su presencia en un plano doble: en cuanto a los contenidos, porque nos ofrecen -tras casi un siglo de desprecio por la figura humana, vista como una antigualla antimoderna-, una versión muy sugerente, aunque desapacible, de lo que se ha llamado en las últimas décadas «el retorno de lo real», de las cosas y los cuerpos reales del mundo, una conquista del Barroco, un estilo cuya teatralidad, obsesión por la muerte, exceso expresivo y exaltación de la luz nutren la imaginación de Bernardí Roig. En cuanto a lo formal, porque el artista crea sus figuras tomando la impronta de un cuerpo real -sus amigos, él mismo- mediante vendas de yeso para fabricar un molde; aplicando, por tanto, la misma técnica de reproducción mecánica, el vaciado, empleada hace más de cien años en las blancas copias que este Museo expone en su sede de la Casa del Sol. La escultura como problema ¿Esculturas? La obra de Bernardí Roig no es la de un escultor sin más. Él trabaja en un campo expandido que incluye dibujo, fotografía o vídeo. Pero en esta exposición ha querido, expresamente, colarse en el Museo sólo con sus figuras aunque, por encima de todas estas afinidades aparentes, esta escultura es radicalmente contemporánea. Porque nos habla del hombre y del mundo presentes, pero, además, porque nos hace dudar de nuestras convicciones sobre el arte y sus límites. Este grupo de desarraigados anónimos, incoloros, de hombres «sin atributos» que no tienen un lugar en el mundo y se han refugiado en estas salas por un instante -unos deprimidos, otros desesperados, otros burlones, otros derrotados, otros simplemente anodinos-, están hechos de una sustancia fantasmal: cualquier ilusión figurativa se ve socavada por la ambigüedad, por la decepción, y nos hacen sospechar que, tras su palpable presencia física, se esconde, a la vez, una visión problemática de la escultura que es, en el fondo, una defensa de su potencialidad moderna. María Bolaños Atienza Directora del Museo Nacional de Escultura