Nunca el equilibrio es un punto de fácil alcance. Ni la virtud ese término medio que conforma generalidades para despachar la opinión sin necesidad de compromiso. Ese punto de equilibrio, resulta ser el fruto de un profundo observar y la consumación de un ascenso, a modo de posición, que atesora quien ha contemplado el ejercicio de su experiencia sin olvido de las partes que integran el ciclo mediante el que la pintura se consuma.

En este sentido, parece que la historia de las actitudes rectifica y las conductas habituales dejan paso a la lógica de los comportamientos que siempre debieran primar por encima de cualquier cuestión. Y es que Alfonso Cuñado, castellano, sobrio, metódico y pintor, entiende a través de su obra que tiene que entender su derredor, escrutarlo, trabajar en su comprensión, descubrirlo y ofrecerlo, del mismo modo que ... los artistas de la Hélade significaron su universo para todo el orbe de sus andanzas descifrando lo oculto. Alfonso Cuñado, sí es querido en su tierra que ahora le dedica esta gran muestra señalando alguno de sus más fecundos episodios artísticos. Sus paisanos y las instituciones que representan a esa ciudadanía, le dejan ser profeta en su lugar, sin que él ostente ninguna pretensión al respecto. El artista, escucha y versa en pintura diálogos con las emociones propias y ajenas, con las comunes que son las del hombre.

Cierto es que esto puede llevarnos a un profundo debate pero, lejos de entrar en él, se me antoja zanjar el asunto con la misma lógica que sus paisanos y el resto de la geografía española admiran y atesoran como un punto común de encuentro: la pintura de este autor sabio de las formas y cuidador pertinaz del calor regulado sobre los tonos del lienzo como quien, desde el arte, trasmuta la materia en elixir del pensamiento.

Y es que Alfonso cuñado trabaja con la razón de las cosas naturales; con lo cotidiano, con la vida y sus deleites, convertido todo en excelsas escenas cuya tensión lírica se alberga en las vísperas de ser habitadas. Claro que, alguien, en este momento, se verá alcanzado por la remembranza de sus lances a la manera de tauromaquias atribulados de acción. Allí, sobre el albero tornado del color que la composición reivindica, se cuaja la escena de esencia tremendista que, por derecho, resulta una abstracción del drama que, al igual que en sus desnudos, trasciende la consciencia de hallarse habitando, para mutar en idea donde los cuerpos dan con la forma de las sensaciones más que ser explícitos hechos en estado descriptivo.

El vértigo de su paleta cromática, sacia nuestros deseos de exaltación mientras, vadeando la materia, va situando cada acorde en ese rincón donde lo sereno es descarnada poesía de arrastre colorista que dibuja en la insinuación los detalles, arrimándose siempre a la orilla de la belleza y el temperamento. El artista, hurga en la densidad de los tonos y la tersura de la superficie, dejando las luces de los motivos como talladas a lo fluido en un sucederse casi fílmico de la unidad estructural.

Bodegones, paisajes y, como hemos apuntado, desnudos y tauromaquias, son elementos reveladores de un ideario en imágenes que, de lo simbólico, se interna en lo cotidiano para expandirse henchido de armonías rotundas, mistéricas, insondables, agitadas y ensoñadas, como si lo normal tuviera una perspectiva y manera de ser que Alfonso Cuñado nos enseña, del mismo modo que uno se adentra en las profundidades de lo desconocido.