La obra de Silvia Sosa puede catalogarse de neo-expresionista y heredera de esta fuerte tradición dentro de la pintura de Córdoba. Sin embargo también resulta una relectura de aquellas variables que caracterizaron a esta pintura en las últimas décadas del siglo XX.

Están presentas en sus pinturas tanto el gesto desmesurado como el color exigido en función de una imagen vociferante, imperativa, enfática, si se quiere visceral. También están resueltas en grandes soportes, como para afirmarse aún más en la desmesura que ha caracterizado y caracteriza a esta filiación pictórica.

Pero en las obras de Silvia Sosa aparece una variable particular: no preservan o sostienen una imagen específica, sino que cada cuadro es un complejo problema a resolver. La aparente discontinuidad opera aquí como un reaseguro contra el amaneramiento y la repetición, pero también es una clave que demuestra la auto-exigencia de la ... artista.

Silvia Sosa demuestra así que la furia no es descontrolada aunque lo parezca. Hay una inteligencia estética que ordena los planos acuosos y la opacidad de las tintas más planas. También tensiona la amplitud del gesto pictórico enfrentándolo a otros planos más regulares, mezcla el cromatismo dudoso relacionándolo con colores saturados, pero este enunciado -que parece una fórmula de configuración- resulta siempre diferente, incómodo, arduo y desconcertante.

Frente a la negatividad y al caos que puede adjudicarse al espíritu neo-expresionista, Silvia Sosa recupera la reflexión intensa sobre el vitalismo de pintar. Es el ávido desconcierto ante un problema nuevo que resolver lo que la pintora hace sin reticencias, zambulléndose de lleno en reinventar su mundo, una vez, muchas veces.