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Conseguir el deleite en la contemplación de la Pintura Abstracta exige una predisposición y una calma de las que muy raramente queremos disponer. Pero si, en un momento de sensatez, ignoramos el agobio de las prisas, entregamos sin miedo la mente a la libre contemplación, abrimos nuestra negación subjetiva a una nueva luz ilusionada y, con su claridad, analizamos los gestos trazados en el lienzo, sus colores, su orden y su desorden, sus sombras presentes y ausentes, su no ser pero parecer... y no pretendemos encontrar mimetismo alguno, quizá experimentemos con gran alegría como la morfología limitada del cuadro va evolucionando hacia crecientes espacios que despiertan en nuestro ánimo ideas y pensamientos inesperados.

Precisamos del sosiego y del deseo para descubrir otras dimensiones, otras pulsiones, que emanan de un cuadro en ... principio plano y críptico, sin aparente lenguaje literario, pero que nuestra imaginación estimulada puede elevar a categorías argumentales de orden narrativo, musical o poético.

La culminación de la Pintura Abstracta requiere la participación del espectador; sin ella la obra se reduce a un simple lenguaje unidireccional con lo que el empeño del pintor se queda, tristemente, en una intención dialéctica fracasada.

Para que esto no ocurra, para hacer posible que los mensajes del cuadro logren su proyección, es necesaria, como ya hemos dicho, la colaboración de quien lo mira generosamente con el afán noble de no rechazarlo sin dedicarle un tiempo de contemplación abierta, anhelando comprender que lo que se ve es solamente una invitación para acceder a lo que se siente.