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Imágenes de muerte. Representaciones fotográficas de la muerte ritualizada

Exposición / Museu Valencià d'Etnologia / Corona, 36 / Valencia, España
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Cuándo:
20 dic de 2017 - 17 jun de 2018

Inauguración:
20 dic de 2017 / 20:00

Comisariada por:
Virginia de la Cruz Lichet

Organizada por:
Museu Valencià d'Etnologia
Etiquetas
Blanco y Negro  Blanco y Negro en Valencia  Fotografía  Fotografía en Valencia  Fotografía analógica  Fotografía analógica en Valencia 

       


Descripción de la Exposición

La exposición propone una reflexión sobre el papel de la fotografía, una técnica novedosa a finales del siglo XIX, en el rito funerario. Esta muestra está comisariada por Virginia de Cruz Lichet, especialista en fotografía postmortem y autora de la monografía “El retrato y la muerte”. La exposición cuenta con más de 100 imágenes, procedentes de las colecciones de José Huguet Chanzá, Javier Sánchez Portas, Julio José García Mena y la propia Virginia de La Cruz Lichet. “Imágenes de muerte. Representaciones fotográficas de la muerte ritualizada” se inaugurará en el Museu Valencià d’Etnología el miércoles día 20 de diciembre, y estará abierta al público hasta el mes de junio de 2018. INTRODUCCIÓN. En la época en la que nace la fotografía, la sociedad occidental mantenía un diálogo estrecho con todo lo relacionado con la muerte. Es en la era victoriana cuando surgen los grandes cementerios europeos y norteamericanos, las grandes esculturas como los memorials y, cómo no, la fotografía postmortem. Todas estas prácticas artísticas responden a una misma actitud y necesidad existencial frente a la muerte, y por ello alcanzan un gran desarrollo y su máximo apogeo a lo largo del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX. Esta predisposición del hombre por mostrar y embellecer todo lo relativo a este tránsito, es fruto de esa actitud que mantiene hacia la muerte. En realidad no podemos decir tampoco que el retrato fotográfico postmortem sea una moda decimonónica, ya que esta tradición de representación fue heredada de la pintura. La fotografía postmortem se inserta dentro del género retratístico y nace a raíz de las inquietudes que ha experimentado el hombre ante la incertidumbre de la muerte, intentado recrear unas creencias y tradiciones que le ayudan claramente a sobreponerse y dar sentido a un hecho aún inexplicable para él. Para entender la práctica del retrato postmortem es necesario conocer el contexto en el que surge, pero también la tradición de la que procede. Como buena heredera de la pintura, la fotografía le usurpó primero y liberó después de esa función de representación fiel de la realidad. Los retratos, las vistas, la captación de los monumentos y tipos sociales realizadas por los acuarelistas en los viajes de exploración, todos estos géneros pasaron a ser captados por un medio fotográfico que permite obtener una imagen que permanece en el tiempo, como un instrumento que certifica y documenta una realidad que se construye en cada fotografía. Hasta la aparición de la cámara “leica” y la reducción a un instante (un clic) de los tiempos de exposición, el fotógrafo preparaba, al igual que un pintor, el encuadre, la entrada de la luz, la composición y disposición de los personajes. En este sentido, como apunta la comisaria la fotografía era tenía cierto matiz de simulacro. En efecto, los primeros fotógrafos de fotografía postmortem debían trabajar en los domicilios de los difuntos y preparar, como si de su propio estudio se tratase, las cuestiones técnicas como el decorado, la luz y la composición escénica. Normalmente solía utilizar el mismo decorado que se disponía para el velatorio, y ubicaba el cuerpo del difunto lo más cerca de la luz natural. En un primer momento, esto funcionó pero poco a poco se observó que para el retrato postmortem concretamente, el fotógrafo debía encontrar una nueva manera de retratar, una nueva manera de mirar, es decir una nueva forma de enfrentarse a la muerte. Cuando hablamos de fotografía postmortem hablamos de una fotografía que tiene la función de representar el cuerpo del difunto. Por ello es necesario utilizar correctamente esta terminología para no llevarnos a confusión. Hay que considerar, pues, que la fotografía fúnebre –o de difuntos– abarcaría todas estas modalidades en torno al tema de la muerte y del rito funerario, mientras que se hablaría de retrato fotográfico postmortem cuando el difunto aparece representado en la imagen. Según Jay Ruby, en su monografía «Secure the shadow», publicada en el año de 1995 se pueden distinguir tres tipologías con respecto a los retratos fotográficos postmortem: como vivos (as Alive), como durmiendo (as Asleep), como muertos (as Dead). La primera tipología (as Alive) –que predomina en las décadas de 1840 y 1850– consistía en representar los difuntos como si estuvieran vivos, en actitud de juego (para niños) o leyendo (para adultos) incluso con los ojos abiertos en muchos casos; en definitiva rechazando por completo el hecho acontecido, lo que resulta bastante comprensible en el caso de los niños donde la muerte siempre resulta prematura y muy dolorosa. Entre los años de 1860 y 1880, se instaura una segunda tipología denominada «as Asleep», que funciona como una etapa de transición entre la primera y la última. Como su nombre indica, se trata de representar al difunto como si estuviera dormido, entendiendo el sueño como primera idea de muerte; convirtiéndose ésta en la forma más suave de representarla. Por último, estaría la tipología «as Dead» que se impondrá a finales del XIX, coincidiendo con un cambio de actitud frente a la muerte y donde el difunto muestra, sin simulacros que lo oculten, su nuevo estatus social. Las dos primeras tipologías se incluyen dentro de esa negación de la muerte, mientras que la última funciona como claro ejemplo de aceptación de ésta misma. A este grupo de imágenes, exclusivamente postmortem todas ellas, habría que añadir otras como la de los arreglos florales, las de escenas narrativas de luto o las representaciones estereotipadas del dolor, incluso los “posthumous mourning portraits” –artefactos para sobrellevar el luto–; sin olvidar tampoco aquellos retratos que aparecen en las lápidas, o las tarjetas conmemorativas –mourning-cards– que eran diseñadas para los álbumes fotográficos. Todo ello forma parte de lo que hoy denominamos la fotografía fúnebre –o de difuntos– que se inserta inexorablemente en este género. APARTADOS DE LA EXPOSICIÓN El rechazo de la muerte: El difunto como vivo Cuando surgió la fotografía, el fotógrafo tuvo que pensar en cómo iba a realizar estos retratos con la técnica del daguerrotipo. Cuando la familia (casi siempre acomodada) pedía un retrato pictórico del niño difunto, por ejemplo, el pintor iba al domicilio a hacer algunos esbozos de su rostro sin vida para luego transformarlo en un retrato pictórico como si estuviera vivo, con los ojos abiertos y con expresión de vida. Así es como al fotógrafo retratista le llegó la idea de representarlo como vivo, retomando lo que naturalmente ya se hacía en pintura. Buscando el último soplo de vida Para dar apariencia de vida, la familia, junto con el fotógrafo, buscaban representar la personalidad del difunto: con su libro de lectura, con sus juguetes, en su sillón favorito, de tal modo que el difunto mantuviera la misma identidad que cuando estaba en vida. El recurso de utilizar un sillón bajo, una silla o un sofá, fue de las estrategias más empleadas para evitar la posición natural del difunto: la horizontalidad. De esta forma, el cuerpo era colocado sentado o recostado para dar apariencia de vida. A veces se prefería retratar, a través de un primer plano cenital, el rostro del difunto sobre la cama para hacer una copia difuminando todo el entorno y haciendo que sea el propio soporte de la fotografía el que dé apariencia de verticalidad. Dormiciones, el eterno sueño contemplado Si bien en la modalidad anterior conseguir el resultado de apariencia de vivo era complejo para el fotógrafo, rápidamente se optó por una opción más natural y resignada: la representación del difunto sobre un sofá o una cama o cuna. Este será un paso importante para la familia, ya que ésta empieza a aceptar la pérdida y deja de luchar contra el peso de la representación que se impone por la horizontalidad propia del difunto. Por ello, el fotógrafo comienza realizando retratos de perfil, manteniendo la horizontalidad, con ligeros picados que, ya a finales de siglo, se irán haciendo más pronunciados. La idea del sueño, como primera imagen de muerte, se muestra como artificio adecuado para retratar estas muertes tan dramáticas y a su vez tan cotidianas. La escenografía que rodea al difunto muestra un predominio del color negro del fondo, contrastando así con el blanco del pequeño. De esta forma, el espectador de dicha visión se ve obligado a mantener su concentración en el pequeño. La aceptación de la muerte: El difunto en su caja y la familia conmemorándolo La muerte es aceptada y esto se refleja en la fotografía que las familias encargan al profesional. Esta representación deja el carácter celestial y pasa a tener una visión más cruda y terrenal. En este tránsito se incorporan a las imágenes elementos propios de la muerte aceptada como el ataúd, que enmarcará la posición del difunto y en muchas ocasiones el encuadre de la foto. Como en los casos anteriores el fotógrafo realiza diferentes tentativas hasta encontrar la forma adecuada en la que incluir este nuevo elemento. Desde encuadres frontales en los que se observa la escenografía de fondo con el mobiliario doméstico hasta aquellos cenitales en los que solo se ve al difunto. Retratos de grupo: la solemnidad e imponencia del acto Dos momentos se representan en este tipo de fotografías: el velatorio y, en ocasiones, recorrido del traslado del difunto al cementerio. Lo que se pretende mostrar es un último retrato de familia antes de que se disgregue, a causa de la muerte. Esta tipología tiene una manera común de hacerse: situando al difunto en el ataúd y, en el centro, los familiares rodeándolo. El cortejo fúnebre: narración del día de su muerte Si los retratos individuales y los de grupo son una única imagen que debe contener todo en ella –el amor, el sufrimiento, la unión de la comunidad, la tristeza–, el cortejo fúnebre y el entierro deben leerse como conjunto de imágenes que de forma individual carecen de sentido. Lo interesante en el reportaje es la cronología, el ritmo de las etapas, los distintos pasos y gestos, todo ello con una simbología fuerte que viene a significar el amor de toda una comunidad hacia el difunto y el apoyo a los familiares que comienzan su duelo. Actos de conmemoración: el culto a la memoria Más allá de la evolución en la representación del difunto y del propio acto del entierro, en este apartado, la fotografía se trata como una forma de conservar en la memoria la imagen del ser querido. El cuerpo ausente se hace presente mediante su representación, como cuerpo simbólico, que permite al familiar vivo establecer un diálogo con aquella presencia-ausencia., Son por tanto fotografías insertadas en los espacios para el recuerdo y el reencuentro como lapidas o arquitecturas funerarias (sepulcros, lapidas o panteones).


Imágenes de la Exposición
Vitagliano & Terris (Marsella, Francia). [Retrato de hombre difunto]. Tarjeta de visita. ca. 1850-1860. Colección Julio José García Mena – Cortesía del Museu Valencià d’Etnologia

Entrada actualizada el el 22 may de 2018

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