Descripción de la Exposición Legazpi no es un artista que se prodigue en exposiciones. Las distancia al máximo y cuando muestra su obra lo hace animado por quienes conocen el interés y la aportación de lo que ha ido acumulando en el taller. Así ha ocurrido en esta ocasión, en la que da a conocer en la Galería Cornión sus obras más recientes de escultura y varias pinturas con ellas relacionadas. Y, como es habitual cada vez que expone, nos sorprende por lo novedoso de su propuesta. Se trata de piezas realizadas desde 2011 que responden a nuevos planteamientos conceptuales, técnicos y formales, si bien tienen en común con gran parte de su producción anterior la prevalencia de la carga semántica como elemento rector del producto artístico y la elección de un lenguaje expresionista para su definición formal. Incluso la presencia reiterada en estas obras de la figura humana puede ser considerada una consecuencia más de la reflexión plástica desarrollada sobre la condición del individuo a lo largo de sus cinco décadas de actividad creativa. Nos hallamos por lo tanto ante unas creaciones que en su formulación física -definida por el uso de una materia que se trabaja con unas técnicas determinadas para conseguir la solución formal deseada- se muestran como signos cargados de información, como también lo eran en otras series precedentes. Y es lógico que así sea si partimos del valor significante que Legazpi otorga a su obra, entendida, en la línea de la teoría del Registro Simbólico de Lacan, como producto de la unión del YO individual con los elementos significantes de su entorno cultural. Conceptos tales como la funcionalidad y la autonomía del arte, sus capacidades en relación con el conocimiento y/o el orden social, el factor de subjetividad que lleva implícito el hecho artístico, el valor intrínseco, la singularidad y el carácter simbólico de la obra, se encuentran presentes en la reflexión que este creador fundamenta en escogidas lecturas de filosofía y teoría crítica del arte. Y en esos conceptos residen las claves para profundizar en la comprensión de toda su obra. Una obra singular, subjetiva y significante siempre, pero con matices diferenciados en cada momento, como se podrá comprobar en las piezas que ahora se exponen. Destaca en ellas la renovación del lenguaje plástico, que, como trataré de explicar a continuación, está condicionado por la información que las obras transmiten en su condición de signos. En efecto, el cambio ahora apreciable no responde a una búsqueda de nuevos planteamientos formales, ya que el léxico manejado sólo constituye una preocupación para Legazpi en cuanto a su capacidad para traducir formalmente la idea que da origen a la obra. Es decir, la forma surge determinada por el tema, o, dicho de otro modo, el sentido connotativo de la obra se impone y condiciona al artista en la elección del lenguaje. Y lo mismo cabe decir de los soportes materiales y los procesos técnicos manejados para la formalización. Elige en cada momento la materia más adecuada para transmitir lo que quiere y utiliza indistintamente madera, hierro, cuero y resinas sintéticas (de poliéster, de poliuretano y acrílicas), que trabaja a partir de las técnicas directas de la talla (madera) y la forja (hierro), y la indirecta del moldeo (resinas). Los pigmentos acrílicos al agua constituyen un componente tan esencial para conseguir el resultado plástico significante como los soportes matéricos o el léxico formal elegido. Tal capacidad de elección ha de basarse en el dominio de técnicas variadas, del que Legazpi ha dejado constancia a lo largo de su trayectoria. Su obra siempre ha tenido un apoyo en el conocimiento del oficio, que, sin embargo, nunca ejercitó de modo consciente y como fin en sí mismo, sino como una herramienta tan connotativa y expresiva como la forma. Materia, técnica y forma se supeditan pues al dictado de la temática, que en estas esculturas gira en torno a la soledad, que aparece en ocasiones directamente manifiesta en la obra y en otras indirectamente a través de los efectos que puede llegar a producir: desolación, desamparo, introspección, ? Así cabe explicar el sentido de esculturas como el Traficante de contingencias, tremendo personaje portador de una jaula de calaveras que vende la trascendencia al hombre que busca el refugio ante la muerte en las religiones. O como el Traficante de símbolos, figura que mercadea con la necesidad de perpetuación histórica en lo ancestral para explicar y dar solución a la contingencia. Más numerosas son las piezas que parten de las agresiones infringidas al YO del individuo desde los diferentes frentes de su contexto social. Agresiones desde los medios de comunicación y la publicidad, de las ideologías políticas, de las pautas sociales, que tratan de coartar la libertad, anular la personalidad y llegan a deshumanizar el orden social. La escultura El guardián del rebaño hace referencia a ese tipo de mundo, que aparece representado en las arquitecturas urbanas dispuestas sobre la base de la obra; un mundo sometido, impersonal y tan aborregado como el animal que monta la figura. Ante tales agresiones la reacción puede ser la huida, introspectiva en ocasiones, defensora y guardiana de su Yo, con el ensimismamiento como solución. Es el sentido de El celador, que protege herméticamente con su llave todo su mundo (ciudad, paisaje, memoria); o el de La topera, en la que el individuo se refugia al fondo de un largo túnel vertical, junto a una escalera que le podría llevar hacia un mundo exterior representado por las edificaciones sugeridas en la parte alta de la pieza. También encontramos en estas esculturas la huida hacia el refugio tribal, hacia la protección del grupo, hacia la Matriarca. Estas obras reflejan también un mundo hermético, presidido por la mater protectora, que establece unas barreras defensivas, unos muros o delimitaciones parcelarias que se repiten plásticamente en las Parcelas matriarcales ahora expuestas. La semántica de este lenguaje es compleja, pero los códigos para su interpretación han sido cuidadosamente meditados por el artista. En base a ellos ha definido los iconogramas que singularizan estas creaciones dentro de su dilatada trayectoria, como el avión, símbolo de la huida; las parcelas, las figuras en bandeja y la matriarca, símbolos de refugio; las casetas y el individuo con llave, símbolos de ensimismamiento; la casa, símbolo de refugio y de límite espacial, ? Iconogramas inventivos y de fuerte subjetividad, surgidos de una actitud creativa absolutamente independiente y libre, con los que formula un lenguaje plástico capaz de dar forma figurativa a conceptos abstractos, como el miedo, la soledad, la contingencia, la agresión, la segregación, la introspección, la desolación o el desamparo. La idea de soledad rige también los cuadros que acompañan en esta muestra a las esculturas, donde el protagonista es nuevamente la figura humana aislada, sin referentes espaciales o temporales salvo cuando excepcionalmente se hace alusión a casas, recortada en un fondo neutro, plano y uniforme, con frecuencia reducida a la cabeza, e interpretada con un lenguaje fuertemente expresionista en cuanto a forma y cromatismo. Un lenguaje en el que conviene matizar que, excepto en unos pocos cuadros, el expresionismo no reside en la exageración expresiva o gestual de las figuras, como tampoco lo hacía en las esculturas antes comentadas. El expresionismo queda implícito en el conjunto plástico y es resultado de los diversos factores formales que intervienen en la configuración de la obra en estrecha alianza con el concepto abstracto que tratan de representar.
Exposición. 19 nov de 2024 - 02 mar de 2025 / Museo Nacional del Prado / Madrid, España
Formación. 23 nov de 2024 - 29 nov de 2024 / Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (MNCARS) / Madrid, España