Descripción de la Exposición
Huella
A Manuel Figari
La ciudad de Lima recibe, este fin de año, el nuevo mural cerámico que cubre los mismos 10,600 m2 elaborados en la Vía Expresa de Miraflores entre 1990 y 1991. Esta obra, impulsada por la Municipalidad del distrito, se debe a la concertación de los donantes de cerámica –herederos de una tradición de cinco mil años–, de andamios y de pegamento, y a los ocho meses de trabajo de treinta y cinco jóvenes especialistas comandados por Jorge Gutiérrez. La actual es una versión sintetizada de la anterior, cuyo diseño de líneas repetidas aludía al mar y al desierto intercalados como las esencias del paisaje natural que enmarca la urbe. Ahora, el espacio abierto sigue siendo el tema, pautado por una fracción de las verticales ondulantes previas. Sus grandes tramos vacíos se disuelven en fronteras porosas, en pasajes paulatinos de un tono a otro, acordes a los cambios leves de los arenales silenciosos, a las gradaciones sutiles que pueblan las perspectivas despejadas y a la simplicidad que apacigua y neutraliza las vibraciones hostiles del entorno. Las cinco cuadras de muros forrados de cerámica vidriada ―cuyos brillos reflejan por las noches― acompañan al transeúnte como un respiro de aire fresco, un oasis donde el viento del descampado acaricia los sentidos y los libera de toda agresión visual. El recorrido no impone representaciones literales: invita a soñar en contacto con lo básico, sin otros mediadores que la sensibilidad y la conciencia individual que supone toda creación colectiva.
En Huella también se expone una selección de mis obras recientes y anteriores: piezas cerámicas (1999), recortes en técnica mixta sobre MDF (2006 y 2010) y pinturas (2021). Su hilo conductor son los ecos del desierto. El diálogo con el paisaje de la costa subyace en estas telas y relieves que también prefiguran, cada una a su modo, los planteamientos a escala urbana. La exposición se completa con los aportes de Rafael de Orbegoso y Sergio Fernández. El primero ha impulsado la materialización de este proyecto, curado esta exposición, reunido testimonios de hace treinta años, recreado un fragmento del antiguo mosaico y capturado cientos de dibujos de mis cuadernos, acercando al espectador al trabajo íntimo y solitario. Las imágenes presentadas por Sergio Fernández ―encuadres del mural que los limeños vieron caer durante años― son composiciones autónomas gracias a su mirada selectiva, que transforma la desidia y la ruina en una nueva creación. Ambos concurren en hacer del mirar una fiesta que imprima huellas enriquecedoras en el espíritu del limeño reconciliado, siquiera parcialmente, con el hábitat que atestigua y modela sus pasos.
Ricardo Wiesse, 2021
Un mural en el desierto
“Nos hemos internado en el desierto salvaje y olvidado. El vacío, confrontado como espejo, puede impulsar el surgimiento de las preguntas sistemáticamente ahogadas por una cotidianidad atrofiante. Su silencio sugiere, a quien quiera escucharlo, la búsqueda continua, siempre insatisfecha. Sus ráfagas intermitentes parecen recordarnos que el sentido de la precaria condición humana quizás radique, ante todo, en la lucha por la autodeterminación: hacerse constantemente a uno mismo, aprender a ver, sentir, pensar y recordar por cuenta propia, librándose una y otra vez de parámetros establecidos, civilizados refugios del miedo. Atreverse a asumir la responsabilidad del propio destino. Descubrir y habitar un desierto propio, iluminado por un sol rebelde”.
Ricardo Wiesse. Papeles del vacío, 2005
En el interior de la Vía Expresa que conecta el centro de Lima con la Costa Verde se encontraban hasta hace poco los restos mortales del mural cerámico de Wiesse, un impresionante mosaico elaborado a inicios de los noventa que se fue deteriorando con el paso de los años. Esta emblemática obra de arte público, gran acierto del urbanismo en nuestra ciudad, proponía una experiencia visual memorable con su abstracción rítmica del paisaje costero.
Cuando lo vi por primera vez en el pleno asombro de mi infancia, descubrí cierto sentido de pertenencia en medio de una ciudad caótica. Al interior de esa vía rápida, el mural me permitía disfrutar del entorno y percibir la realidad de una manera diferente. Sus colores y ráfagas intermitentes perduraron en mi memoria como grandes pilares. Encontré, como muchos antes que yo, una puerta que invitaba a ejercitar la imaginación: una puerta como una nueva parte de mí mismo.
En la Lima de 1990, el mural fue planteado como un intento por revalorar el espacio público. En el contexto de crisis generalizada que atravesaba el Perú, este gesto llevaba consigo un mensaje claro: no todo está perdido. Trabajaron en ella obreros dirigidos por el maestro Jorge Gutiérrez, utilizando la merma donada por cuatro empresas de cerámica. Considerando su magnitud, significó en todo sentido una ardua tarea: contra viento y marea, contra egos y burocracias, contra todo pronóstico. A raíz de un desacuerdo entre las entidades que lo promovieron, el mural nunca fue inaugurado oficialmente. Como señala Víctor Vich, a lo largo de sus tres décadas de vida tuvo una existencia casi anónima y sufrió por su falta de mantenimiento.
En términos de desarrollo social y económico, nuestro país ha progresado considerablemente desde 1990, pero sus manifestaciones culturales continúan careciendo de la importancia que merecen. A falta de un archivo visual sobre su historia y en paralelo al notable gesto restaurador que pronto finalizará la Municipalidad de Miraflores, el proyecto que presentamos es la manifestación concreta de una búsqueda colectiva por reivindicar simbólicamente su primera etapa a través de una investigación documental.
Llevo años preguntándome sobre esa antigua fascinación de mi infancia. Restaurar el mural, en lo material y en lo simbólico, me sugiere la feliz posibilidad de restaurarnos también nosotros mismos.
Rafael de Orbegoso, 2021
Exposición. 31 oct de 2024 - 09 feb de 2025 / Artium - Centro Museo Vasco de Arte Contemporáneo / Vitoria-Gasteiz, Álava, España